50

Veinte minutos más tarde Joe se encontraba en una lancha patrullera navegando silenciosamente Nilo arriba en la oscuridad. El mayor egipcio daba órdenes mientras otro soldado pilotaba la embarcación y un tercer hombre permanecía cerca con un rifle de asalto.

El aire nocturno era fresco, pero afortunadamente había dejado de llover. Las estrellas habían vuelto a salir cuando el cielo se había despejado. Había poco tráfico en el río a esa hora, pero el valle estaba iluminado. Los hoteles y otros edificios ubicados en las orillas del río prácticamente resplandecían con la iluminación, al igual que la presa, inundada de la luz deslumbrante de los focos como un estadio de fútbol de noche.

Como la de Asuán era una presa de materiales sueltos hecha de conglomerado, armonizaba mejor con el fondo que presas como la de Hoover. En lugar de un alto muro gris en un extremo de un angosto valle, Joe vio una enorme estructura inclinada como una gigantesca rampa de un color muy parecido al del desierto que la rodeaba.

El exterior de la estructura era una fina capa de hormigón diseñada para impedir la erosión. Debajo de esa coraza había roca comprimida y arena y, en el centro, un núcleo de arcilla hermético que descendía hasta una estructura de hormigón conocida como cortina de impermeabilización.

Detrás de la presa había un muro de agua de casi cien metros de altura.

—¿Tenemos que estar en este lado? —murmuró Joe.

—¿Cómo? —preguntó el mayor.

—¿No podríamos inspeccionar la presa por el otro lado o incluso por arriba?

El mayor negó con la cabeza.

—Estamos buscando una fuga, ¿no? ¿Cómo espera ver un problema en el lado alto? Todo está bajo el agua.

—Esperaba que tuvieran cámaras, o un robot controlado a distancia o algo por el estilo.

—No tenemos nada de eso —dijo el mayor.

—Conozco a algunas personas —comentó Joe—. Podría conseguirle uno barato.

—No, gracias, señor Zavala —repuso el mayor—. Inspeccionaremos la cara de la presa desde aquí y le demostraré que es segura, y luego hablaremos de su largo encarcelamiento por hacerme perder el tiempo.

—Genial —murmuró Joe—. Asegúrese de que mi celda está lejos de aquí.

La lancha patrullera siguió avanzando y entró con cuidado en una zona restringida que se extendía ochocientos metros río abajo desde la base de la presa.

Construida en los años sesenta con ayuda soviética, la presa constaba de dos secciones distintas. El lado oeste, a la derecha de Joe, presentaba la ancha cara inclinada. En el lado este, detrás de una península triangular de roca y arena llena de cables de alta tensión y transformadores, se encontraba un muro vertical de hormigón con aberturas para los aliviaderos. Se hallaba apartado en una desembocadura conocida como canal de descarga, donde el agua que pasaba a gran velocidad y hacía girar las turbinas regresaba al río y disminuía de velocidad.

Joe se fijó en que el agua del canal de descarga estaba relativamente en calma en ese momento.

—¿No está generando energía?

—Los aliviaderos están abiertos al mínimo —explicó el mayor—. Por la noche no es necesario producir el máximo de energía. La mayor demanda se produce por las tardes, para los aparatos de aire acondicionado y la iluminación de las tiendas.

Siguieron acercándose girando al lado derecho y a la parte inclinada de la estructura.

Cuanto más se acercaban, mejor apreciaba Joe la inmensidad de la presa. La enorme rampa segmentada era más ancha y más plana de lo que había esperado. Parecía más una montaña caída en el río que una estructura construida por el hombre.

—¿Cuánto dijo que medía de ancho?

—Novecientos ochenta metros en la base.

Casi un kilómetro entero, pensó Joe. Empezaba a entender por qué el mayor estaba tan seguro. Pero Joe también sabía algo de hidroingeniería y era consciente de lo que había visto en el tanque de Yemen.

La brecha de la maqueta se había abierto en lo alto y el desplome había continuado a partir de allí, como una leva que descollara sobre las orillas del Mississippi.

—No vamos a ver nada desde aquí abajo —dijo—. Tenemos que inspeccionar la parte superior. Es preciso enviar equipos a la presa para que busquen escapes.

El mayor se mostró irritado.

—Creía que esto le enseñaría lo ridículos que son sus esfuerzos por hacerme perder el tiempo —dijo—. No tengo intención de encarcelarlo. Simplemente estaba «tomándole el pelo», como les gusta decir a los estadounidenses. Pero si sigue poniendo a prueba mi paciencia, me enfadaré y no me quedará más remedio que…

La voz del mayor se fue apagando. Estaba mirando detrás de Joe, observando el muro inclinado de la presa. Se encontraban a quince metros de distancia.

Joe se volvió. En la zona donde el agua se juntaba con la presa se podía ver un chorro fosforescente y unas turbulencias donde no debería haberlas. El agua caía al río por la cara de la presa. No era un torrente, sino más bien como si alguien hubiera dejado una espita abierta mucho más arriba, aunque no debería haber ninguna.

—Oh, no —masculló Joe.

—Acércate —ordenó el mayor, aproximándose a la popa de la lancha.

El piloto aceleró, y la lancha patrullera se lanzó hacia delante. Segundos más tarde estaban justo contra la cara de la presa, enfocando el agua que corría con dos focos de la barra de iluminación de la lancha.

—Está ganando velocidad —observó Joe.

Miró hacia arriba a lo largo de la cara inclinada mientras el mayor ladeaba una de las luces. Un alargado sendero serpenteante subía y se alejaba de ellos.

—¿Es posible que sea verdad? —masculló el mayor Edo para sí—. ¿Es posible que esté pasando?

—Se lo juro, estamos en peligro —aseguró Joe—. Todo el valle está en peligro.

El mayor siguió mirando como si estuviera en estado de shock.

—Pero no es tan grave —alegó.

—Empeorará —insistió Joe, sin bajar la vista—. ¿Puede ver de dónde viene?

El mayor manipuló los focos para seguir el sendero de agua que goteaba, pero el rastro desaparecía donde las luces se atenuaban.

—No —dijo el mayor, sin rastro de su aire de superioridad.

—Tiene que enviar un aviso —lo apremió Joe—. Que todo el mundo se aleje del río.

—Cundirá el pánico —advirtió el mayor—. ¿Y si se equivoca?

—No me equivoco.

El mayor estaba paralizado. Parecía incapaz de reaccionar.

—Suélteme —gritó Joe—. Yo puedo ayudarle. Cuando encontremos la fuente, tal vez podamos hacer algo, pero al menos lo sabrá con seguridad.

Durante todo el tiempo que esperaron, el flujo aumentó a un ritmo constante. En ese momento equivalía a dos espitas completamente abiertas.

—Por favor, mayor.

El mayor se recobró de su estupor. Cogió las llaves de uno de los guardias, abrió las esposas de Joe y luego los grilletes que le rodeaban los pies.

—Venga conmigo —dijo el mayor, mientras cogía un walkie-talkie.

Joe bajó de la lancha a la superficie inclinada de la presa. Echó a correr junto al mayor, trepando y siguiendo el rastro de agua.

La presa de Asuán tenía una pendiente de solo el treinta por ciento, relativamente pequeña a menos que uno corriese cuesta arriba a toda velocidad. Después de recorrer doscientos trece metros en sentido horizontal y veintisiete en sentido vertical, el mayor estaba sin aliento, y todavía no habían encontrado la brecha.

—El flujo está aumentando —dijo, deteniéndose cerca del chorro.

Joe vio arena fina y otros sedimentos en la corriente. El proceso de erosión ya había dado comienzo.

—Tenemos que subir más arriba —dijo Joe.

El mayor asintió con la cabeza, y reanudaron la ascensión. Cuando estaban a quince metros de la parte superior, el flujo de agua era un chorro de un metro y ochenta centímetros de ancho, lleno de espuma y pequeñas rocas. De repente, una sección de muro cedió y el flujo se duplicó en el acto, precipitándose hacia ellos.

—Cuidado —gritó Joe, apartando al mayor.

Joe y él retrocedieron. Ya era algo innegable.

El mayor se acercó la radio a la boca y pulsó el interruptor para hablar.

—Al habla el mayor Edo —dijo—. Informo de una emergencia de nivel uno. Hagan sonar todas las alarmas e inicien la evacuación completa. La presa ha sido puesta en peligro.

Una respuesta ininteligible sonó por la radio, y el mayor respondió enseguida:

—¡No, no es un simulacro ni una falsa alarma! ¡La presa está en peligro! Repito: ¡la presa está en peligro de derrumbamiento inminente!

Otra pequeña sección del borde superior cedió, y el agua espumosa cayó por la pendiente de forma turbulenta. Si alguien dudaba de la advertencia del mayor, lo único que tenía que hacer era mirar por la ventana y verlo por sí mismo.

Un sonido de alarmas se oyó a lo lejos en la oscuridad. Sonaban como sirenas de ataque aéreo.

Abajo, la lancha patrullera corrió hacia el sur.

—¡Cobardes! —gritó el mayor.

Joe los comprendía perfectamente, pero eso los ponía al mayor y a él en un grave aprieto. La presa empezó a temblar bajo sus pies. Puede que la estructura fuera enorme y que la brecha midiera solo cuatro metros y medio de ancho en ese momento, pero Joe y el mayor se encontraban demasiado cerca para estar a salvo.

—Vamos —dijo Joe, agarrando al mayor por el hombro y corriendo hacia la cumbre de la presa—. Tenemos que llegar a lo alto. Es nuestra única oportunidad.