Kurt mantuvo el avión a reacción rumbo al oeste de Aqua-Terra. Tiró un poco hacia atrás de la palanca de mando y lo hizo ascender ligeramente, aprovechando toda la velocidad que podía adquirir. Estaba furioso y lleno de rencor, y no pensaba en otra cosa que en escapar e informar a las autoridades de los actos de Jinn. Una sensación de picor en los ojos lo sacó del trance.
—Humo —dijo Leilani.
Kurt miró a su alrededor. La cabina se estaba llenando de humo. Se encendieron nuevas señales luminosas. El avión empezó a sacudirse, y los mandos se volvieron más pesados. Kurt se peleó con el avión durante un rato, pero parecía que la hidráulica estaba dejando de funcionar.
«Pérdida de potencia. Pérdida de potencia. Pérdida de potencia». La voz del ordenador sonaba de nuevo, y esa vez se trataba de una advertencia y no de un consejo.
Kurt estabilizó el avión y el aviso se apagó, pero los problemas no desaparecieron.
Pronto parecía que todos los aparatos de la cabina estuvieran parpadeando o pitando o disparando alarmas. Kurt no tenía ni idea de lo que significaba ninguna de las señales aparte de lo evidente.
—Es hora de marcharse —dijo.
Pulsó bruscamente el botón del piloto automático y saltó de su asiento. En un abrir y cerrar de ojos, Leilani y él estaban bajando por una escalera de mano y corriendo a través de la bodega.
—¡Sube al bote! —gritó Kurt, señalando a la chica la lancha hinchable que había cerca de la cola.
Mientras el avión temblaba cada vez más, encontró la palanca de la compuerta de carga y tiró de ella. La rampa empezó a bajar, y el viento entró silbando y los rodeó. El humo y los gases del queroseno penetraron arremolinándose.
—Date la vuelta —gritó Kurt a Leilani—. Los pies por delante.
Mientras Leilani se volvía, el avión comenzó a vibrar como si estuviera entrando en una zona de turbulencias, y Kurt dedujo que la hidráulica estaba empezando a fallar y que el piloto automático se esforzaba por compensar la avería.
Soltó las tiras que sujetaban el bote al suelo, subió a gatas y cayó encima de Leilani y, para su sorpresa, también del guardia al que había dejado inconsciente una hora antes.
—¡Agárrate! —gritó, rodeando a Leilani con los brazos y aferrándose a un asidero de la bovedilla con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos.
Y con un movimiento de muñeca, soltó el paracaídas troncónico.
Un pequeño paracaídas fue aspirado primero y tiró de los otros de sus fardos. El bote salió disparado hacia atrás y se detuvo de golpe a escasos centímetros del borde de la rampa.
Kurt miró arriba. Una tercera tira que no había visto enganchaba la proa del bote a una sujeción en el centro de la bodega. Estaba tensa como la correa de un pit bull furioso y no daba muestras de romperse.
Cuando el avión de Jinn aterrizó en el agua, este ya estaba en el compartimento de carga, colocándose un lanzacohetes sobre el hombro y apuntando al puntito que representaba el avión de Kurt.
Activó el visor. El sistema se centró en el calor procedente del aparato de Austin. Una luz verde y un tono agudo confirmaron que el objetivo había sido fijado.
—¡No! —advirtió el piloto.
Jinn apretó el gatillo. El misil saltó de su cápsula y salió disparado por encima del agua. El propelente se encendió, y un reguero de fuego naranja se alejó a toda velocidad de ellos. Jinn observó cómo la brillante llamarada de la cola del misil se aproximaba al avión. Contó los segundos.
El avión de Kurt estaba en llamas y se caía en pedazos a su alrededor. La tira rebelde les impedía moverse. Los aguardaba una caída de seiscientos metros, pero los paracaídas que podían bajarlos sin peligro se harían trizas en segundos si no reaccionaba.
Se levantó, sacó la pistola de su cinturón e introdujo el pie por debajo del criminal que estaba atado. Agarrándose con fuerza a uno de los asideros del bote con la mano izquierda, disparó la pistola con la derecha.
La bala perforó el nailon. La tira se partió en dos, y el bote recibió un tirón hacia atrás como si una mano gigantesca lo estuviera sacando del avión.
Por un instante, se encontraron a plena luz del día, pero el humo que dejaba el avión los engulló, y a continuación el destello y la onda expansiva de una explosión sacudió el cielo. Delante de ellos, una nube ondulante de queroseno en llamas ascendió en forma de hongo en todas direcciones e inundó el aire de denso humo negro.
El bote —afortunadamente, todavía sujeto a los paracaídas— se precipitó entre el humo, desplazándose hacia delante y hacia abajo como una flecha.
Jinn vio cómo el misil alcanzaba el avión de Austin. A la llamarada inicial del impacto siguieron otras dos explosiones, cada una más grande que la anterior. Nubes negras de humo se extendieron por todos lados. Los restos en llamas describieron un arco a través de él y se precipitaron formando una curva como una serie de cometas caídos, arrastrando estelas de humo a través de la oscura mañana del cielo del oeste.
La explosión se produjo como mínimo a ocho kilómetros de distancia. Jinn tan solo lamentaba no haber podido ver cómo el cuerpo de Austin se quemaba y contemplar cómo su piel se desprendía y se ennegrecía a medida que el fuego se lo tragaba. Pero aun así, fue una exhibición muy satisfactoria para él, una exhibición de la que estaba seguro ni siquiera Kurt Austin podía salir con vida.
Pese a la opinión de Jinn, Kurt seguía vivo. Había percibido el calor de la detonación y enseguida había comprendido que el avión había explotado, aunque no sabía nada acerca del misil de Jinn. Ni le importaba. Su única preocupación era agarrarse con fuerza mientras Leilani, el prisionero y él caían por los aires en el bote hinchable.
Cuando salió de la bodega, el pequeño bote echó a volar casi horizontalmente como un dardo lanzado contra una diana. Pero los paracaídas estaban sujetos a la parte trasera de la embarcación, diseñados para reducir su velocidad al ser lanzada a escasa altitud, no para descender sin percances desde una elevada altura. En el momento en que la velocidad y el impulso del bote disminuyeron, la proa empezó a inclinarse hacia abajo.
Cuando se adentraron en la nube de humo, apuntaban hacia abajo en un ángulo de unos quince grados, con los paracaídas extendidos por detrás como las plumas de un dardo. No se parecía en nada al suave descenso de una caída libre normal. Más bien se asemejaba a un trayecto en trineo por una pista de esquí.
El bote se sacudía y temblaba, y el ángulo se volvió más pronunciado. Detrás de ellos, uno de los paracaídas parecía haber recibido el impacto de un resto del avión y se estaba deshilachando por el centro. Delante de él Kurt solo veía humo y oscuridad.
De repente, la superficie del mar apareció. La proa del bote chocó contra el agua, se sumergió un instante y luego afloró. Kurt salió despedido por los aires, pero se agarró al asidero como si estuviera en un rodeo y logró caer en el bote.
Se deslizaron hacia delante cuarenta metros o más antes de disminuir de velocidad hasta pararse, y los paracaídas se posaron en el agua detrás de ellos.
Aterrizaron en medio de la zona de los restos del avión destrozado. El humo los rodeaba. Las llamas se movían trémulamente a través del agua, formando charcos de queroseno en llamas, mientras pequeños copos de los restos y el material aislante del avión caían balanceándose como confeti.
Durante varios segundos ni Leilani ni él pronunciaron palabra. Se limitaron a permanecer sentados en el bote, sin soltar los asideros. El prisionero, que no podía saber lo que había pasado, los estaba mirando fijamente con los ojos como platos.
Finalmente, Kurt se soltó y empezó a mirar a su alrededor.
—No puedo creer que sigamos vivos —logró decir Leilani.
A Kurt también le costaba creerlo. Tenía la clara sensación de que su suerte estaba cambiando a mejor.
—No solo estamos vivos —dijo—, sino que estamos en un bote con motor fuera borda.
Se acercó al motor y comprobó que tenía combustible. Pensó en soltar los paracaídas, pero cayó en la cuenta de que una vez que algo desapareciera no podrían recuperarlo, y consideró el hecho de que el bote abierto no les proporcionaría sombra. Cogió las cuerdas y las enrolló empleando una mano detrás de otra.
—Guardemos esto —dijo a Leilani—. Puede que las necesitemos más adelante. Y trata de encontrar algo para achicar el agua.
Al menos veinte litros de agua chapoteaban en el interior de la embarcación.
Mientras Leilani envolvía los paracaídas de nailon con sus cuerdas y los metía en un espacio situado cerca de la proa del bote, Kurt cebó el motor fuera borda. Arrancó al tercer intento y pronto funcionaba a la perfección.
Giró la válvula reguladora y orientó el bote hacia el oeste, guiándolo entre el fuego y a través del humo.
Una vez que dejaron atrás la humareda, el aire puro les sentó de maravilla.
—¿Adónde vamos? —preguntó Leilani.
—Lejos de ellos —respondió Kurt.
Con el humo y los restos en llamas que se interponían entre ellos y Aqua-Terra, esperaba que fueran invisibles por un tiempo.
—Pero no podemos llegar a las Seychelles con esto.
—No. Pero podemos llegar a las rutas marítimas y pedir ayuda haciendo señales.
Kurt comprobó el nivel de combustible y descubrió que el depósito estaba a la mitad. A juzgar por el olor, el resto se había derramado en la caída. Quién sabía lo lejos que podrían ir. Cuando hubieran recorrido un poco de distancia, reduciría la velocidad para ahorrar combustible, pero de momento mantuvo el regulador completamente abierto, y el pequeño bote se deslizó como el viento por el liso mar gris.
Todo pareció ir bien durante unos cuarenta minutos hasta que Kurt se fijó en que Leilani apretaba el costado inflado del bote como un cliente apretaría un melón en el supermercado.
—¿Qué pasa?
Mantuvo la vista fija en la cámara hinchada.
—Parece que tenemos una fuga —dijo ella.
—¿Una fuga?
Leilani asintió con la cabeza.
—No es que entre agua, es que sale aire.