En la sala cavernosa que rodeaba el tanque, las palabras de Jinn a Mustafá, de Pakistán, y a Alhrama, de Arabia Saudí, resonaban con una extraña disonancia. Había conseguido mostrarse cortés y munificente —al menos, en su opinión—, pese a estar deseando estrangularlos con sus propias manos. Pero estaba dispuesto a enviarles un mensaje. De hecho, había decidido enviar dos.
Sabah se acercó.
—Sepáralos —susurró, y acto seguido retrocedió y se quedó detrás de Jinn, oculto.
Jinn no mostró la más mínima reacción al oír las palabras. Había aceptado esa demostración a petición de Sabah. Pero él decidiría lo que sucedería a partir de ese momento.
—En el tanque que tienen frente a ustedes pueden ver una maqueta de la presa de Asuán —dijo—. Dentro de poco, será el punto focal de una demostración de mis poderes.
—No lo entiendo —dijo Alhrama.
—El general Aziz los ha envalentonado con su negativa a pagarme lo que prometió. Tiene sus motivos, pero el principal es la presa. Mientras exista, Egipto dispone de una reserva de agua para cinco años. Pero Aziz no es consciente de mi poder ni de mi ira.
Jinn se llevó un aparato de radio a la boca y presionó el botón para hablar.
—Empezad.
Las máquinas se pusieron otra vez en marcha. La grúa se movió, acercó el tonel al agua y lo situó en su posición definitiva. Un cable conectado a la parte inferior del bidón amarillo se tensó y este empezó a inclinarse.
La arena plateada comenzó a caer; millones y millones de los microbots de Jinn se vertieron en el tanque y se dispersaron como el azúcar en el té. El agua empezó a enturbiarse y a teñirse de gris.
—Da la orden —dijo Jinn.
En una sala de control situada en lo alto, alguien presionó un botón y envió una orden codificada.
El agua turbia empezó a revolverse. La nube gris se fusionó hasta adquirir una textura más densa y a continuación se dirigió al borde de la presa como un espíritu siniestro flotando a través del agua.
—¿Qué pasa? —preguntó Mustafá.
—La presa está hecha de conglomerado —explicó Jinn—. Fácil de montar y de sostener debido a su gran peso, pero no del todo impermeable.
Mientras él hablaba, la arena plateada se adhirió al borde de la presa en dos zonas distintas: un punto situado cerca de la parte superior de la presa y otro a un tercio del recorrido cuesta abajo de la pared inclinada. Después de un minuto aproximadamente, el progreso de las diminutas máquinas se hizo patente en el corte transversal de la presa.
—Es extraordinaria la velocidad con la que penetran —dijo Alharma.
—Por supuesto la presa real es mucho más gruesa —señaló Jinn—. Pero el efecto será el mismo, solo que llevará más tiempo. Cuestión de horas, creo.
A los pocos minutos, las primeras franjas de la plaga habían llegado al núcleo central de la presa. El progreso disminuyó notablemente, pero el lento avance continuó hasta que se abrió un agujero al otro lado.
Al cabo de otro minuto más o menos, la arena había llegado al borde derecho del conglomerado y lo había atravesado. Empezó a formarse un chorrito de agua que se aceleró rápidamente. Pronto el peso del agua situada detrás de la presa estaba expulsando un chorro de líquido a través del pequeño boquete.
—El efecto que ven se verá aumentado en la presa —explicó Jinn—. El peso del agua acumulada detrás de Asuán asciende a billones de toneladas.
Incluso en el modelo a escala, la brecha se estaba erosionando y agrandando rápidamente. Pronto el boquete medía cinco centímetros de diámetro y luego diez. Momentos más tarde, una sección de la parte superior se desplomó y se llevó con ella la carretera y los coches en miniatura. El agua del lado elevado del tanque se filtró a través de la brecha y se vertió sobre el lado opuesto como una cascada. Pero era el túnel inferior que atravesaba la presa el que añadía interés a la situación.
Cuando el agua se desbordó por encima de la parte superior, alcanzó un punto de equilibrio y empezó a desgastar con mucha menos rapidez la zona donde la arcilla sumergible resistía la erosión.
—La presa no se cae —observó Mustafá.
—Mire el túnel inferior —dijo Jinn.
El túnel inferior por fin llegó al lado opuesto, y a los pocos minutos el agua que salía a alta presión de la parte más profunda del tanque había ensanchado el túnel hasta un diámetro de varios centímetros.
El agua salió disparada por el lado opuesto en una fina rociada. Después de otro minuto, el núcleo se desplomó en el centro y creó una profunda estría con forma de V cuando el material que había encima se hundió.
Una gran ola se levantó y entró con estruendo en el estrecho canal que representaba el Nilo. Inundó los diques en miniatura y se llevó por delante tierra, arena y pequeñas cajas que representaban construcciones.
La prueba fue un éxito, se abrieron brechas en la presa, y el Nilo se desbordó. Mustafá y Alhrama miraban conmocionados la devastación.
Jinn sonrió para sus adentros y dio un paso atrás. Era el momento perfecto. Sabah sostenía la puerta detrás de él.
Mustafá se volvió y los miró, sonriendo y expectante. Hizo una señal con la cabeza a Sabah. La expresión de su rostro recordó a Jinn la de un ladrón en cuyo poder obraban tesoros robados. Al ver que Sabah no hacía nada, el semblante del paquistaní cambió; primero dio paso a la confusión, luego a la ira y más tarde al miedo. Debía de haberse dado cuenta de que Sabah no mataría a su amo.
El ladrón con los artículos robados había sido sorprendido, y su rostro lo delataba. Alargó la mano para coger un arma, pero Sabah apartó a Jinn de un tirón y cerró la puerta de un golpe.
En un instante la escotilla se cerró con firmeza. El martilleo de los disparos contra ella no les causó más que un zumbido en los oídos.
Mustafá empezó a gritar por detrás de la puerta.
—¿Qué hace? ¿Se puede saber qué significa esto?
Jinn pulsó el botón de un intercomunicador al otro lado de la estancia.
—Significa algo muy sencillo. Usted intentó poner a mi sirviente contra mí, y él ha superado la prueba. Ahora usted sufrirá las consecuencias.
A continuación sonó un ruido de puñetazos y luego se oyeron varios disparos más. Jinn se asombró de que las balas que rebotaban contra la puerta no acabaran con la vida de Mustafá ni de Alhrama.
Este empezó a gritar.
—¡Jinn, sea razonable! Yo no tengo nada que ver con esto.
Jinn no le hizo caso. Se llevó el aparato de radio a la boca otra vez.
—Que empiece el espectáculo.
En la sala de control, el operario pulsó otro botón, y el bidón amarillo se inclinó más y vertió más arena metálica en la piscina. El color gris turbio volvió a aparecer y se intensificó, y el agua cambió de nuevo de aspecto. Desde el exterior del tanque donde estaban Jinn y Sabah, parecía que el agua hubiera empezado a hervir.
Dentro de la cámara de observación, el efecto aumentó. Mustafá contemplaba la pared acrílica. Una forma oscura y viscosa, densa como la tinta de un pulpo, avanzó en tropel. Fluyó sobre la superficie transparente y se esparció a través de ella como una película.
Mustafá se quedó paralizado. Alhrama pasó por su lado dándole un empujón y tiró del pomo de la puerta cerrado.
—¡Déjeme salir! —gritó—. Ha sido Mustafá. ¡Yo no he participado en esto!
Empezó a sonar un extraño chirrido, y la película se oscureció, se volvió más densa y adquirió unas formas que Mustafá reconoció como fisuras. Estas se propagaron a través del material acrílico bifurcándose y se hicieron más profundas en dos pequeñas zonas.
El sonido aumentó de volumen y se volvió más claro, como unos dedos haciendo rechinar una pizarra. Parecía que el ruido penetrara en el cerebro de Mustafá. Veía el acrílico vibrando y el agua sacudiéndose a su alrededor.
La pared transparente emitió un inquietante crujido. Detrás de él, Alhrama seguía tirando del pomo de la puerta y suplicando a Jinn que lo dejara libre. Mustafá se echó a temblar y cayó de rodillas.
—¡No! —gritó—. ¡No!
La pared acrílica se fracturó y acabó cediendo. Entones el agua inundó la estancia. Mustafá intentó abrirse paso nadando, pero el enjambre de arena plateada lo rodeó, le empapó la ropa, horadó su piel y lo arrastró al fondo del tanque como un yunque de veinte kilos.
Por un instante luchó como un pez arponeado, sacudiéndose entre espasmos, pero rápidamente se quedó inmóvil y poco después su sangre empezó a teñir el agua de rojo. Detrás de él, ahogándose en la estancia, Alhrama no corrió mejor suerte.