21

Kurt llegó a la cima del risco unos segundos antes que Joe. Examinó el entorno.

La pista de aterrizaje estaba situada a tres cuartos de camino del borde delantero. Un helicóptero de fabricación rusa se hallaba en el centro de la pista. La puerta de carga estaba descorrida, y se veía a un par de hombres con indumentaria de guardias sentados en la puerta abierta, fumando un cigarrillo y hablando.

Kurt miró a su alrededor y no descubrió a nadie más.

—¿Puedes darles a los dos?

Joe asintió con la cabeza.

—Dos pájaros de un tiro —dijo—. O, en este caso, de una descarga.

Kurt se alegró de oírlo. Señaló el lado opuesto del helicóptero. Joe se dirigió hacia allí, pegándose a la ladera del risco como un escalador.

Cuando Joe llegó a un lugar oculto junto a la máquina gris, Kurt se tapó la cara con la tela del caftán. Salió de su escondite y se encaminó hacia los hombres, levantando las manos y murmurando algo sobre un camello perdido.

Los hombres se pusieron firmes y se acercaron a él. Uno arrimó la mano al arma de su cinto pero no la desenfundó, tal vez porque Kurt parecía alguien de la zona o porque hablaba con las manos en alto.

Nãqah, nãqah —dijo, empleando la palabra árabe para referirse a una camella.

Los hombres parecían totalmente desconcertados. Siguieron avanzando hacia él, sin ver que Joe se acercaba a ellos por detrás.

Nãqah —dijo Kurt una vez más, y acto seguido vio cómo los hombres se ponían rígidos y caían de rodillas.

Se desplomaron hacia delante en silencio, y Joe apareció sonriente empuñando una pistola eléctrica con la que había disparado a los dos hombres.

—¿Dónde se ha metido mi pequeña nãqah? —terminó de decir Kurt.

—Lo bueno de las pistolas eléctricas es que funcionan con tanta rapidez que a la gente ni siquiera le da tiempo a gritar.

Los cables enrollados seguían conectados, y cuando los hombres empezaron a moverse, Joe les dio otra descarga.

—Creo que ya han tenido suficiente, doctor Frankenstein.

Joe apagó el interruptor, y la tensión abandonó a los dos hombres en el acto. Kurt se abalanzó sobre ellos, clavó un dardo tranquilizador a cada uno y observó cómo ponían los ojos en blanco. Mientras los hombres se quedaban sin fuerzas, Joe extrajo los cables de la pistola eléctrica y ayudó a Kurt a llevar a la pareja al helicóptero.

Apilaron a los hombres en el interior, subieron detrás de ellos y cerraron la puerta.

Momentos más tarde la puerta se abrió. Kurt y Joe salieron vestidos con la ropa azul marino de los guardias, incluidas unas kufiyas que les tapaban la cara y el pelo. Mientras Joe hacía ver que vigilaba el helicóptero, Kurt buscó el túnel que habían visto anteriormente.

Descubrió un corte en la piedra y lo siguió hasta una escalera de mano que bajaba todo recto. Al fondo encontró una puerta hecha de acero con una cerradura electrónica encima del pomo. Le resultaba familiar, como las cerraduras de cualquier hotel.

—Espero que tengamos reserva —dijo para sí mientras hurgaba en los bolsillos del guardia.

Encontró una tarjeta en uno, introdujo la tarjeta en el lector y la sacó. Cuando la luz se puso verde, giró el pomo.

—Pan comido —susurró.

Mantuvo la puerta abierta con una pequeña piedra, volvió a subir por la escalera y silbó a Joe. Un momento más tarde, estaban en el túnel bajando por un pronunciado tramo de peldaños.

—Ya estamos en la madriguera del conejo —dijo Kurt—. Estate atento por si ves al Jabberwocky.

—¿Qué es exactamente un Jabberwocky? —preguntó Joe—. Nunca lo he sabido.

—Es algo malo y horripilante —explicó Kurt—. Lo sabrás cuando lo veas.

Descendieron por la escalera que finalizaba en un laberinto de túneles. Tomaron uno que se inclinaba hacia abajo y llegaron a otra encrucijada.

—Me siento como si estuviera en un laboratorio de hormigas —susurró Joe.

—Sí —dijo Kurt—. Me imagino a unos gigantes viéndonos a través de un cristal.

Bajaron por el túnel hasta otra intersección.

—¿Qué dirección seguimos? —preguntó Joe.

—No tengo ni idea —contestó Kurt.

—Necesitamos una guía o un mapa.

Kurt frunció el ceño.

—Si ves un letrero luminoso en el que ponga «Usted está aquí», que no se te olvide avisarme.

No encontraron ese letrero, pero Kurt reparó en otra cosa.

Una serie de tuberías recorrían el túnel en lo alto: conductos de electricidad y posiblemente de agua o gas natural. Todas las cosas que necesitaba un centro de producción.

—Tenemos que encontrar la fábrica —dijo—. Creo que estamos siguiendo los cables eléctricos.

Avanzaron por el túnel siguiendo los conductos. Los llevaron a un pasillo más grande, lo bastante ancho para dar cabida a un coche. Un par de hombres vestidos como Kurt y Joe se dirigieron hacia ellos procedentes del sentido contrario. Kurt se obligó a no perder la calma cuando se acercaron. Sin embargo, estaba listo para pelear. Pero los hombres pasaron sin pronunciar palabra, y respiró un poco más tranquilo.

Al final del túnel llegaron a una sección abierta de la cueva. El suelo era de hormigón, y una docena de mesas rodeadas de sillas ocupaban el espacio. El lugar estaba radiantemente iluminado. En una pared del fondo había frigoríficos y fregaderos amontonados contra ella.

—Enhorabuena —dijo Kurt—. Hemos encontrado la cafetería.

—Vaya, y ahora no tengo hambre —añadió Joe.

Grupos de hombres se hallaban sentados detrás de tres mesas. Curiosamente, no parecían hombres de Jinn.

—Aquí hay toda clase de gente —susurró Kurt—. Será mejor que no nos paremos.

Avanzaron siguiendo las tuberías y los conductos hasta que llegaron a una pared de cristal que daba a un espacio cavernoso. La iluminación era tenue, pero, por lo que pudieron ver, parecía que hubiera una piscina olímpica debajo. Una gran figura ocupaba el centro.

—¿Qué es eso, un balneario? —susurró Joe.

—No lo será si nos descubren.

—Es un tanque muy grande —dijo Joe—. Me recuerda el tanque de simulación de Washington.

—Curioso, y más que curioso —comentó Kurt, citando a la Alicia del clásico de Lewis Carroll—. Estos tipos deben de estar haciendo una maqueta de algo. Corrientes, olas o algo parecido.

—¿Y la estructura del medio?

—Ni idea —respondió Kurt—. Pero vamos a verlo con más detalle.

Encontraron una puerta y la cruzaron. Una escalera bajaba a una especie de vestuario. Trajes blancos de protección frente a la radiación colgaban en las casillas.

—Hora de cambiar de vestuario —dijo Kurt.

—¿Crees que es necesario?

—Para camuflarnos. Además, si ahí abajo hay alguno de esos microbots, puede que nos convenga tener algo que nos proteja.

Kurt y Joe se pusieron los trajes protectores en un momento, colocándoselos encima de los uniformes que habían robado a los guardias.

Salieron a la piscina y se quedaron al nivel de la superficie. Kurt se fijó en que el objeto del centro no era una maqueta de un barco ni tampoco la representación de un tramo de costa, sino un ancho objeto curvado encajado entre los dos lados. El nivel del agua era elevado en uno de ellos pero mucho más bajo en el otro, y estaba constreñido en un canal angosto e irregular.

Bajaron otro tramo de peldaños y abrieron una puerta. Estaban por debajo del nivel del agua, mirando el tanque y el corte transversal de la obstrucción a través del lateral acrílico y transparente del tanque.

—He visto esto antes —dijo Kurt—. Es una presa de materiales sueltos. La capa superior es de roca molida y arena. Lo más probable es que el núcleo gris del centro sea arcilla sumergible. El revestimiento inferior se conoce como cortina de impermeabilización. Normalmente está hecha de hormigón y diseñada para impedir que el agua se filtre por debajo de la presa.

Señaló el agua elevada que había detrás de esta última.

—Incluso están llenando el lado alto como si fuera un embalse —añadió.

—¿Por qué harían estos tíos un modelo de una presa? —preguntó Joe.

—No estoy seguro, pero tengo la sensación de que no nos va a gustar la respuesta.

El sonido de un generador arrancando les llamó la atención. Un momento más tarde, las luces principales de arriba se encendieron y la sala se iluminó. A través del agua, Kurt vio las figuras distorsionadas de otros hombres con trajes protectores blancos en el lado opuesto de la piscina.

—Más vale que hagamos ver que estamos ocupados —dijo Kurt.

Joe sonrió.

—Seguro que hay un letrero de salida que necesita inspección.

—Me parece un trabajo para dos.

Subieron otra vez la escalera y salieron del foso de observación. Cuando volvieron al nivel de la piscina, saludaron con la mano a los hombres que había enfrente de ellos, quienes los saludaron a su vez, y a continuación volvieron a entrar en el vestuario.

—Y ahora ¿qué? —preguntó Joe.

A través de una ventana Kurt vio a otro grupo entrando en la sala. Aquellos hombres iban elegantemente vestidos con lujosa ropa árabe. Otro vestido de blanco les iba señalando esto y aquello. Un individuo con barba que llevaba un caftán gris los seguía.

—Ese es Jinn —dijo Kurt, recordando la foto tomada por una cámara de seguridad que había visto.

—¿Quiénes son los otros? —preguntó Joe.

—Parecen dignatarios de visita —aventuró Kurt.

Jinn condujo a los hombres árabes alrededor de la piscina hasta la misma escalera por la que habían subido Kurt y Joe. Bajaron a la zona de observación subterránea.

—Han venido a ver algún tipo de demostración —susurró Kurt.

—No me gusta parecer el sensato de los dos —comenzó a decir Joe—, pero tal vez deberíamos retirarnos mientras están ocupados.

Kurt negó con la cabeza.

—Un sabio consejo, amigo mío, pero ahora tenemos asientos de primera fila, y están a punto de mostrarnos lo que planean. Creo que nos incumbe quedarnos, dejarnos los trajes puestos e intentar mezclarnos entre ellos.

—¿Incumbe?

—Era la palabra del día de mi calendario la semana pasada. Nunca pensé que tendría ocasión de usarla.

—Me alegro de que estés ampliando tu vocabulario. Pero ¿y si alguno de ellos se siente incumbido y nos pregunta qué hacemos aquí? ¿O nos pide que hagamos algo que no sabemos hacer, como encender una máquina?

—Pulsaremos un montón de botones, encenderemos unos interruptores y nos haremos pasar por incompetentes —dijo Kurt.

—Nuestros puntos fuertes.

—Exacto.

Kurt habría intentado seguir tranquilizando a Joe, pero unas máquinas se pusieron en marcha y atrajeron su atención otra vez hacia la ventana.

Vio que Jinn hacía gestos y hablaba, pero no podía oír sus palabras a través del cristal.

—Esto es como ver la televisión sin sonido —dijo Joe.

En el otro extremo de la piscina, un gran bidón amarillo estaba siendo sujetado y elevado por una grúa. Por el cuidado que mostraban y el hecho de que solo los hombres con trajes blancos se acercaran a él, Kurt creyó saber lo que contenía el bidón.

—Con sonido o sin él —comentó—, creo que estamos a punto de presenciar un espectáculo.