17

Gamay Trout rebosante de alegría, viajaba a veinte nudos, a apenas nueve metros por encima de las olas, en una pequeña aeronave diseñada por Elwood Marchetti.

Llamarla zepelín habría hecho un flaco favor al elegante dirigible. El compartimento de la tripulación se encontraba en medio y ligeramente por debajo de lo que Marchetti denominaba vainas de aire. Dichas vainas, que estaban llenas de helio, parecían flotadores, aunque eran mucho más grandes y más largas. Eran lisas por debajo y curvadas por arriba para proporcionar impulso al dirigible cuando este se movía hacia delante. Estaban sujetas al compartimento de los pasajeros con una serie de puntales que formaban un ángulo de cuarenta y cinco grados. Entre ellas, había una segunda serie de puntales que las reforzaban y las mantenían separadas. Su diseño permitía mirar hacia arriba y ver el cielo, algo de lo que no gozaba ninguna otra aeronave.

El compartimento de los pasajeros tenía la forma de un yate de lujo, inclinado hacia atrás para separarse de las secciones infladas. Una plataforma situada en la parte trasera permitía volar al aire libre, tomar el sol y entrar y salir de la aeronave. Unas turbinas gemelas, situadas muy por delante de la cabina, impulsaban el avión como un par de perros de trineo. Unas alas cortas y anchas hacían las veces de canard mientras que un par de aletas verticales, una en cada vaina, hacían las veces de timones del dirigible.

—Esto es increíble —exclamó Gamay, inclinándose por encima del costado y mirando un trío de delfines a los que habían empezado a seguir.

Como Marchetti estaba a los mandos, Paul, Gamay y Leilani tenían libertad para disfrutar del momento. Y gozaban de la experiencia, notando la brisa en el rostro y contemplando cómo los delfines volaban a través de las aguas transparentes.

Los mamíferos mulares seguían el paso de la aeronave sin esfuerzo, acelerando con fuertes brazadas de sus aletas planas. De vez en cuando, uno salía a la superficie y se impulsaba a través del aire, saltando hacia ellos y describiendo un arco para volver al agua.

—Parece que intentaran alcanzarnos —dijo Leilani.

—A lo mejor piensan que somos el buque nodriza —contestó Paul.

Gamay rió. Le costaba imaginarse lo que opinarían los delfines de una embarcación como esa. Pero estaba claro que no les daba miedo.

—Marchetti, creo que esto funcionará.

Leilani asintió con la cabeza, visiblemente más animada. Paul sonrió.

—Pareces el gato que se comió el canario —dijo Gamay.

—Estaba pensando en la suerte que tengo de estar aquí arriba con dos hermosas mujeres —repuso Paul, que seguía sonriendo—, en lugar de atravesar el desierto caminando con Kurt y Joe.

Gamay rió de nuevo.

—Y no solo la compañía —añadió él—. Por una vez, tenemos juguetitos multimillonarios con los que jugar. Ahora mismo Kurt y Joe estarán peleándose con unos camellos malolientes.

—No puedo estar más de acuerdo —dijo Gamay, y acto seguido se volvió hacia Marchetti—. ¿A qué distancia podemos llegar?

—Podemos seguir en el aire durante días si es necesario —explicó él—. Pero propongo que volemos una hora más y luego volvamos a la isla. Mi tripulación tendrá las otras dos aeronaves montadas y listas para entrar en acción mañana. Si llevamos las tres, podremos abarcar más terreno… quiero decir, agua.

—¿Tiene pilotos? —preguntó Paul.

—¿Pilotos? —contestó Marchetti—. No necesitamos a ningún aspirante de piloto.

—¿Quién va a pilotarlas entonces?

—Cualquiera de ustedes puede pilotarlas —afirmó Marchetti—. Este trasto se conduce como un coche o un barco.

Gamay agradecía la incorporación de Marchetti al equipo. Desde luego hasta el momento había cumplido con su palabra, brindando todo su respaldo a la expedición. Había orientado la isla flotante de Aqua-Terra hacia el noroeste y la había puesto a la fulgurante velocidad de cuatro nudos y medio; además, había entregado todos los datos sobre los microbots a la NUMA. Incluso había incorporado una docena de miembros más a su equipo para mantener la isla en funcionamiento sin robots.

—Denos unas lecciones antes de mandarnos a volar —solicitó Paul.

—Me parece justo.

Gamay centró de nuevo su atención en el mar. Los delfines seguían deslizándose por el agua junto a ellos y permanecían justo por delante de la sombra flotante de la aeronave. Uno de los cetáceos parecía a punto de saltar cuando de repente se dispersaron, se lanzaron en direcciones opuestas y desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Habéis visto eso? —preguntó.

—Son rápidos —constató Paul.

—Deben de haberse cansado de nosotros —dijo Leilani.

Sin dejar de contemplar el agua, Gamay advirtió algo distinto. El mar se estaba oscureciendo. Un turbio tono gris había empezado a sustituir el intenso azul claro que habían visto momentos antes.

Dedujo que los delfines habían percibido el cambio, lo habían interpretado como un peligro y habían huido en sentido contrario.

Su alegría se desvaneció.

—Reduzca la velocidad —dijo a Marchetti—. Creo que los hemos encontrado.