Después de una breve sesión con la policía maldiva, Kurt llevó a Leilani al hospital central de la isla, un edificio moderno construido en memoria de Indira Gandhi. Mientras esperaban los resultados de las radiografías, envió un mensaje de texto a Joe para informar a sus compañeros de dónde estaba y cómo había terminado la persecución. A continuación, centró de nuevo su atención en Leilani.
—No tengo intención de ser brusco, pero ¿qué demonios está haciendo aquí?
Ella tenía el brazo en cabestrillo. Le habían dado puntos y le habían puesto yodo en un rasguño que tenía encima del ojo.
—He venido a averiguar qué le pasó a mi hermano.
Comprensible, pensó Kurt, pero él sabía con certeza que Dirk Pitt todavía no había contactado con ningún familiar.
—¿Cómo se ha enterado de lo ocurrido?
—Mi hermano estudiaba las corrientes —dijo ella, mirándolo con tristeza—. Yo estudiaba las cosas que nadaban en ellas. Todos los días hablábamos o nos enviábamos correos electrónicos. En sus últimos mensajes me explicó que a otros compañeros y a él les estaban empezando a sorprender las lecturas de las temperaturas y del oxígeno. Quería saber qué efectos podían tener esos cambios en la vida marina de la zona. Dijo que los recuentos demostraban que los camarones antárticos y el plancton habían disminuido drásticamente y que había muchos menos peces. Me comentó que era como si el mar hubiera empezado a enfriarse y a vaciarse de vida.
Kurt sabía que eso era cierto por el último informe de Halverson.
—Cuando dejó de enviarme correos, me preocupé —añadió ella—. Al ver que no contestaba a las llamadas de teléfono por satélite, me puse en contacto con la NUMA. Y al comprobar que allí nadie me decía lo que pasaba, tomé un vuelo hasta aquí y busqué al capitán del puerto. Él me dijo que la NUMA iba a venir a investigar. Pensé que ustedes eran un grupo de búsqueda, pero entonces vi el barco y…
Se quedó callada mirando al suelo. Kurt pensó que iba a llorar; parecía que los ojos se le estuvieran llenando de lágrimas, pero finalmente consiguió controlarse.
—¿Qué le ha pasado a mi hermano? —preguntó finalmente.
Kurt guardó silencio.
—Nuestros padres han muerto, señor Austin. Él es todo lo que tengo… todo lo que tenía.
Kurt la entendía.
—No lo sé —dijo—. Es lo que intentamos averiguar. ¿Tiene alguna idea de quiénes eran esos hombres?
—No —contestó ella—. ¿Y usted?
—Tampoco —reconoció Kurt, aunque sus dudas sobre el carácter accidental de los problemas del catamarán se estaban desvaneciendo rápidamente—. ¿Cuándo fue la última vez que Kimo se puso en contacto con usted?
Leilani volvió a mirar al suelo.
—Hace tres días, por la mañana.
—¿Notó algo extraño en la llamada?
—No —respondió ella—. Lo que ya le he dicho. ¿Por qué?
Kurt echó un vistazo al pequeño hueco de una sala de urgencias: los empleados estaban ocupados, los pacientes esperaban, y de vez en cuando sonaba un pitido electrónico o un tintineo. Tranquilo, silencioso, en orden. Y sin embargo, Kurt percibía que el peligro acechaba en alguna parte.
—Porque estoy intentando averiguar cuáles eran las intenciones de esos hombres al querer secuestrarla. Antes sospechábamos que se trataba de un crimen. Ahora casi podemos estar seguros. Y si usted no sabe nada más que nosotros…
—Lo único que Kimo me envió fue la base de datos. Seguro que ustedes también la tienen. Y aunque no la tuvieran, secuestrándome no conseguirían ocultarla.
Tenía razón. Pero significaba que había todavía menos motivos para que alguien lanzara un ataque como aquel.
—¿Va a buscarlos?
—La policía los está buscando —comentó Kurt—, pero estoy seguro de que murieron hace ya mucho. Mi trabajo consiste en averiguar lo que le pasó al catamarán y a su tripulación. Supongo que encontraron algo que alguien no quería que encontraran. Algo más que anomalías térmicas. Si eso nos lleva hasta los hombres que la atacaron, entonces nos ocuparemos de ellos.
—Déjeme ayudarles —le pidió Leilani.
Kurt esperaba que la joven dijera eso. Negó con la cabeza.
—No es un proyecto científico. Y por si no se ha dado cuenta, es probable que sea peligroso.
Ella frunció los labios como si el comentario la hubiera herido, pero en lugar de arremeter contra él, habló con serenidad:
—Mi hermano ha muerto, señor Austin. Usted y yo lo sabemos. Cuando uno crece en Hawái, descubre el poder del mar. Es precioso, pero también es peligroso. Hemos perdido a amigos haciendo surf, navegando y buceando. Una cosa es que el mar tenga a Kimo en sus brazos y otra mucho peor que unos hombres lo mandaran allí por algo que encontró. No soy el tipo de persona que deja correr un asunto así.
—Está usted sufriendo mucho con todo lo ocurrido —dijo él—. Y probablemente las cosas vayan a empeorar.
—Por eso mismo tengo que hacer algo —suplicó ella—. Para distraerme.
A Kurt no le quedó más remedio que ser brusco.
—Según mi experiencia, usted se volverá inestable tanto si hace algo como si no lo hace. Eso afectaría a todo el equipo. Lo siento, pero no puedo permitir que alguien así nos acompañe.
—Está bien —convino la joven—. Pero hágase a la idea de que me volverá a ver ahí fuera porque no voy a quedarme de brazos cruzados lamentándome.
—¿Qué está diciendo?
Esa vez fue ella la que habló con brusquedad.
—Si se niega a dejar que los ayude, seguiré investigando por mi cuenta. Y si mi investigación echa por tierra la suya, será una lástima.
Kurt suspiró. Era difícil enfadarse con alguien que había perdido a un miembro de su familia, pero Leilani no le estaba dejando alternativa. Supuso que la mujer hablaba muy en serio. El problema era que no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo.
El médico entró con las radiografías.
—Se pondrá bien, señora Tanner. Solo se ha magullado el brazo; no está roto.
—Lo ve —le dijo ella a Kurt—. Soy dura.
—Y afortunada —añadió él.
—No hay nada malo en tener la suerte de tu lado.
El médico se quedó mirando sin comprender, confundido ante la conversación que había interrumpido.
—Yo también creo que la suerte es algo bueno.
—No está siendo de ayuda —masculló Kurt.
Estaba atrapado. No podía deshacerse de ella después de lo que acababa de pasar. Tampoco podía encerrarla por su bien ni deportarla a Hawái, donde estaría a salvo. Eso solo le dejaba una opción.
—Está bien —concedió.
—No daré problemas —dijo ella.
Él le sonrió apretando los dientes.
—Pues ya lo ha hecho —le aseguró.
Veinte minutos más tarde —para disgusto del personal médico—, Kurt ayudó a Leilani a subirse a la maltrecha Vespa. Teniendo mucho más cuidado que en su primer viaje, la llevó de vuelta al otro lado de la isla.
Llegaron sanos y salvos. Kurt prometió al afligido guardia que su moto sería reparada o sustituida por la NUMA y le ofreció su reloj como garantía.
El guardia lo examinó con recelo. Kurt se preguntó si era consciente de que el reloj valía el doble que una moto nueva.
Acompañado de Leilani, Kurt subió a bordo del catamarán y se la presentó a los Trout.
—Y este es Joe Zavala —añadió cuando este subió de debajo de la cubierta—. Su nuevo mejor amigo y acompañante.
Se estrecharon la mano.
—No es que me queje —dijo Joe—, pero ¿por qué soy yo su nuevo mejor amigo?
—Tú te asegurarás de que no le pase nada —le advirtió Kurt—. Y lo que es más importante, de que no nos dé problemas al resto.
—Nunca he hecho de acompañante —se quejó Joe.
—Siempre hay una primera vez —repuso Kurt—. Bueno, ¿cómo vamos?
—La electricidad vuelve a funcionar —informó Joe—. La batería se está agotando, pero los paneles solares y el aerogenerador están asumiendo la carga.
—¿Hemos encontrado algo?
Paul habló primero.
—Cuando Joe restableció la corriente, pude acceder al modo de rastreo del GPS. Mantuvieron rumbo al oeste hasta poco después de las ocho de la última noche que establecieron comunicación con el exterior. Luego el rumbo y la velocidad se volvieron irregulares.
—¿Alguna idea del motivo?
—Creemos que entonces es cuando se produjo el incidente —explicó Paul—. La vela se quemó parcialmente en el incendio. El cambio de forma alteraría el perfil y la velocidad del barco. Parece que empezó a ir a la deriva.
—¿Dónde estaban cuando ocurrió?
—A unas cuatrocientas millas oeste-sudoeste de aquí.
—¿Qué más?
—Nada fuera de lo normal en el cuaderno de bitácora del barco ni en las notas ni en los archivos informáticos —comentó Paul—. Pero Gamay ha encontrado algo interesante, como siempre.
Kurt se volvió hacia Gamay.
Ella levantó un vaso de precipitados de cristal con dos centímetros de agua de color carbón en el interior.
—Estos son los residuos que dejó el fuego. Los he mezclado con agua destilada. En la mayoría de los casos, el hollín está compuesto principalmente de carbono. Y aunque hay mucho en estos residuos, también contienen una extraña mezcla de metales: estaño, hierro, plata, incluso trazas de oro. Y unas extrañas motas muy difíciles de ver.
Kurt miró atentamente el agua del vaso de precipitados; tenía un brillo raro, casi iridiscente.
—¿Qué las provoca?
Gamay negó con la cabeza.
—Ninguno de mis instrumentos es lo bastante potente para decírnoslo. Pero tenían un microscopio a bordo. Cuando Joe ha conectado la corriente, hemos fotografiado las muestras. Sea lo que sea, se está moviendo.
—¿Moviendo? —repitió Kurt—. ¿Cómo que se está moviendo?
—No es inerte —especificó ella—. El carbono y los residuos son inmóviles, pero hay algo encima o dentro de esos residuos que sigue activo; y es tan pequeño que no podemos distinguirlo bajo el microscopio.
La noticia pareció perturbar a Leilani. Kurt pensó dejar la conversación para más tarde, pero ese era el trato: aquello le resultaría duro, y si ella no podía lidiar con ello, aquel era el momento de echarse atrás.
—¿Estamos hablando de una bacteria o de otro microorganismo? —preguntó Kurt.
—Podría ser —dijo Gamay—. Pero hasta que no lo veamos más detenidamente, lo único que podemos hacer son conjeturas.
Kurt consideró sus palabras. Era extraño, pero en realidad no les proporcionaba ninguna información. Que ellos supieran, lo que habían encontrado en los residuos había sido depositado en el barco después del incendio.
—¿Podría ese extraño descubrimiento, sea lo que sea, haber provocado el fuego? —preguntó.
—He intentado quemarlo —dijo Gamay—. Los residuos no son inflamables. Es carbono oxidado y metales.
—Si esa no es la causa del incendio, ¿cuál fue?
Gamay miró a Paul, quien miró a su vez a Joe. Nadie quería dar la mala noticia.
Finalmente fue Joe quien habló, y lo hizo en un tono serio.
—Fuego alimentado con gasolina. Y tampoco encontramos los bidones de veinte litros que figuran en el manifiesto.
La mente de Kurt relacionó los datos rápidamente.
—La tripulación prendió el fuego.
Joe asintió con la cabeza.
—Eso creemos.
Gamay se volvió hacia Leilani para asegurarse de que se encontraba bien.
—Lo siento mucho —dijo.
—No pasa nada —contestó Leilani—. Estoy bien.
—¿Por qué iba a encender fuego alguien en su propio barco? —preguntó Kurt.
—Solo se nos ocurren dos motivos —comentó Gamay—. O fue un accidente o había algo en el catamarán que resultaba más peligroso que encender fuego.
—Los residuos —aventuró Kurt—, y lo que haya dentro. ¿Creéis que lo estaban combatiendo?
—No sé qué pensar —insistió Gamay—. Sinceramente, no entiendo cómo esos residuos pudieron suponer tanto peligro, pero Paul y yo tenemos una cita con un profesor en la universidad dentro de una hora para analizar lo que contiene la muestra. Tal vez él pueda darnos más información.
—De acuerdo —asintió Kurt.
Se miró la muñeca para consultar la hora y se acordó de que había empeñado su reloj.
—¿Qué hora es?
—Las cuatro y media —dijo Gamay.
—Está bien. Joe y yo llevaremos a Leilani al hotel. Llamaremos a Dirk y os esperaremos. Id a ver al profesor, pero tened cuidado.