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Kurt Austin se encontraba en un taller semioscurecido del piso inferior de su cobertizo para botes pasada la medianoche.

Cargado de espaldas y relativamente atractivo, Kurt tenía un físico más rudo que espectacular. Su cabello era de un color gris acerado, una característica sorprendente en un hombre que aparentaba treinta y tantos años; sin embargo, encajaba bien con la personalidad de Kurt; pero eso tan solo lo sabían sus amigos más próximos. Tenía una mandíbula cuadrada, unos dientes relativamente regulares pero no perfectos y el rostro bronceado y surcado de arrugas de los años que había pasado en el mar y expuesto a los elementos.

«Serio» e «íntegro» eran los adjetivos que solían usar sus conocidos para describirlo. Y sin embargo, ese rostro de facciones marcadas poseía una mirada penetrante. Y la franqueza de esa mirada y el brillo de sus ojos azules como el coral a menudo hacían que la gente se parase como si la hubieran pillado por sorpresa.

En ese preciso instante esos ojos estaban examinando un trabajo realizado con amor.

Kurt estaba construyendo una barca de remos de competición. Su mente estaba ocupada por ideas de rendimiento: coeficientes de resistencia, factores de apalancamiento y la energía que podía generar un ser humano.

El aire olía a barniz, y el suelo estaba lleno de virutas, astillas de madera y otros restos; la clase de despojos que se amontonaban y señalaban el progreso de alguien que fabricaba a mano una barca.

Después de meses de trabajo intermitente, Kurt había conseguido algo cercano a la perfección. Seis metros de eslora. Estrecha y lisa. El color rubio miel de la embarcación de madera relucía bajo nueve capas de goma laca con un brillo que parecía iluminar la estancia.

—Una barca de primera —dijo Kurt en voz alta, admirando la obra terminada.

El acabado cristalino daba intensidad al color, como si se pudiera ver a lo largo de kilómetros. Un ligero cambio de foco, y la habitación se llenaba de destellos a su alrededor.

A un lado del reflejo había un nuevo juego de herramientas sin tocar en una caja de vivo color rojo. Al otro lado, fijado a la tabla del banco de trabajo con meticulosa precisión, se veía una serie de viejos martillos, sierras y cepillos de carpintero, con los mangos de madera agrietados y descoloridos por el tiempo.

Kurt había comprado las nuevas herramientas, las viejas eran de su padre: un regalo y un mensaje a la vez. Y justo en medio, como un hombre atrapado entre dos mundos, él veía su propio reflejo.

Muy adecuado. Kurt se pasaba la mayor parte del tiempo trabajando con tecnología moderna, pero le encantaban los objetos antiguos, como las pistolas, y también las casas anteriores a la guerra de Secesión y de la época victoriana, e incluso las cartas y los documentos históricos. Todas esas cosas le llamaban la atención con la misma intensidad. Pero sus embarcaciones, incluida la que acababa de terminar, le despertaban una intensa sensación de alegría.

De momento, la lustrosa barca reposaba sobre un soporte, pero al día siguiente la levantaría de su armazón, le colocaría los remos y la llevaría al agua para su viaje inaugural. Allí, impulsada por la considerable fuerza de sus piernas, sus brazos y su espalda, la embarcación surcaría la superficie en calma del Potomac a una sorprendente velocidad.

Mientras tanto, se dijo, sería mejor que dejara de contemplarla y de admirar su obra, o por la mañana estaría demasiado cansado.

Bajó la persiana y se dirigió al interruptor de la luz.

Antes de que pudiera apagarlo, un molesto zumbido lo sorprendió. Era su móvil, que estaba zumbando sobre la mesa de trabajo. Cogió el teléfono, reconoció en el acto el nombre de la pantalla y pulsó el botón para responder.

Era Dirk Pitt, director de la NUMA, jefe de Kurt y buen amigo suyo. Antes de ocupar el cargo de director, Pitt se había pasado un par de décadas jugándose la vida en proyectos especiales para la organización. Y de vez en cuando, todavía se la jugaba.

—Siento molestarte en plena noche —dijo Pitt—. Espero que no tengas compañía.

—En realidad, estoy delante de una rubia preciosa —contestó Kurt, volviendo la vista hacia su barca—. Es elegante y suave como la seda. Y me veo pasando mucho tiempo a solas con ella.

—Me temo que vas a tener que aplazar la cita y darle las buenas noches —dijo Pitt.

El tono serio de la voz de Pitt sonó alto y claro.

—¿Ha sucedido algo?

—¿Conoces a Kimo A’kona? —preguntó Pitt.

—Trabajé con él en el Proyecto Ecológico Hawaiano —respondió Kurt, consciente de que Pitt no iniciaría una conversación de esa forma a menos que tuviera malas noticias—. Es muy bueno. ¿Por qué lo pregunta?

—Estaba trabajando en una misión para nosotros en el océano Índico —comenzó Pitt—. Perry Halverson y Thalia Quivaros se encontraban con él. Hace dos días perdimos el contacto con ellos.

A Kurt no le gustaba cómo sonaba aquello, pero las radios fallaban, a veces las instalaciones eléctricas se averiaban, y a menudo los tripulantes aparecían sanos y salvos.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sabemos, pero esta mañana su catamarán fue visto a la deriva, a cincuenta millas de donde debía estar. Esta tarde un avión de Maldivas hizo una pasada a baja altura. Las fotos muestran considerables daños ocasionados por un incendio en el casco. No hay rastro de la tripulación.

—¿En qué estaban trabajando?

—Estaban analizando las temperaturas del agua, la salinidad y los niveles de oxígeno —explicó Pitt—. Nada peligroso. Esas misiones os las reservo a Joe y a ti.

Kurt no se imaginaba ningún motivo por el que un estudio como ese pudiera molestar a alguien.

—¿Y sin embargo cree que ha sido un crimen?

—No sabemos lo que ha ocurrido —dijo Dirk con firmeza—. Pero algo no encaja. Los contenedores de los botes salvavidas pueden verse desde el aire. Las cubiertas están quemadas pero por lo demás intactas. Halverson era un veterano con diez años de experiencia a sus espaldas, y antes había sido marino mercante durante otros ocho. Kimo y Thalia eran más jóvenes, pero estaban bien formados. No se nos ocurre un motivo que explique un incendio de esa magnitud a bordo de un velero. Y aunque se nos ocurriera, nadie se explica por qué tres marineros cualificados no pudieron utilizar un bote salvavidas ni enviar una llamada de socorro en esas condiciones.

Kurt permaneció callado. A él tampoco se le ocurría un motivo, a menos que estuvieran incapacitados de alguna forma.

—El hecho es que han desaparecido —afirmó Dirk—. Tal vez los encontremos. Pero tú y yo tenemos suficiente experiencia para saber que no pinta bien.

Kurt entendía su razonamiento. Tres miembros de la NUMA habían desaparecido y habían sido dados por muertos, algo que Dirk Pitt y Kurt Austin se tomaban de forma personal.

—¿Qué quiere que haga?

—Se está organizando un grupo de rescate en Maldivas —le informó Pitt—. Quiero que Joe y tú vayáis allí lo antes posible. Eso significa que tienes que tomar un avión dentro de cuatro horas.

—No hay problema —dijo Kurt—. ¿Siguen buscándolos?

—Unos aviones de búsqueda y rescate de Maldivas, un par de aviones P-3 de la marina y un escuadrón de largo alcance del sur de la India han estado cruzando la zona de un lado a otro desde que el barco fue visto. Todavía no han encontrado nada.

—Entonces no es una misión de rescate.

—Ojalá lo fuera —confesó Pitt—. Pero a menos que recibamos buenas noticias, cosa con la que no cuento, tu trabajo consiste en averiguar qué pasó y por qué.

En el oscuro taller, invisible para Pitt, Kurt asintió con la cabeza.

—Entendido.

—Te dejo para que despiertes al señor Zavala —se despidió Pitt—. Mantenme informado.

Kurt acusó recibo de la consigna, y Dirk Pitt colgó.

Austin dejó el teléfono y pensó en la misión que lo aguardaba. Esperaba que, contra todo pronóstico, los tres miembros de la NUMA fueran hallados meciéndose con sus chalecos salvavidas cuando él cruzara el Atlántico, pero, considerando la descripción del catamarán y del tiempo que llevaban desaparecidos, lo dudaba.

Guardó el teléfono en el bolsillo y miró largamente la reluciente embarcación que había construido.

Sin vacilar un segundo, alargó la mano para pulsar el interruptor de la luz, lo apagó y salió.

Su cita tendría que esperar a otra mañana.