Existen muchos caminos hacia la iluminación. Algunos de los que se han expandido hasta la iluminación, han predicado después la certidumbre dogmática de un camino determinado.
Pero a la iluminación no le importa la forma cómo llegues allí. Y si no vas a estar pensando en eso en el paraíso, no te preocupes con ello ahora.
Mis sugerencias sólo intentan mostrarte por qué, en realidad, debes hacerla tú mismo. Actúa en base a lo que sabes que es verdad. Mi propia actitud, a la que llegué con un exceso de trabajo y de duda, es que no tomaré ningún camino que sea difícil —o que excluya enteramente por muchas vidas— a la mayoría de las personas, tal como yo las conozco.
Para mí, debo emprender el camino que esté disponible para todos. Cuando llego allí —por medio del LSD u otra vía— me ocurre que regreso a ayudar a aquellos que no son atletas espirituales. Tomando el camino que está al alcance de todo el mundo, sabré que los que se quedan atrás lo hacen por su propio libre albedrío, y no tendré que volver de nuevo.
Al igual cómo existe la iluminación perfecta, también existe el medio perfecto hacia ella: un camino simple y a disposición de todos los seres del universo, en todo momento. El amor es el camino perfecto hacia la iluminación. Se encuentra siempre al alcance de todos los seres: nada ni nadie tiene el poder de bloquear ese camino.
Y tan pronto como decides emprender el camino que está al alcance de todos, ya está: te encuentras en el camino que está al alcance de todos.
Este libro gira en torno a la hipótesis del primer párrafo del Capítulo 1, pero permítanme dejar en claro que muchas veces he estado realmente en todos los estados de conciencia aquí comentados, al igual que muchos otros seres humanos. No se trata tan sólo de conjeturas. Estos estados no se encuentran más lejos de nosotros que un soplo de aire. Y frecuentemente he tenido que abandonar incluso este concepto; por lo tanto, puedo decirlo con confianza: ve más allá de la razón, hacia el amor, eso sí es seguro. Es la única seguridad. Ama todo lo que puedas; y, cuando estés listo, todo te será revelado.
El estado mental que más necesita iluminación es aquel que ve a los seres humanos como necesitados de guía o iluminación.
El pecado que más necesita de amor y perdón es el estado mental que ve a los seres humanos como pecadores.
Aquellos que llegamos a vislumbrar el espacio a través de un énfasis negativo podemos intentar reconfortarnos con la idea de que estamos en un viaje de Bodhisattva, regresando a la tierra a ayudar a los demás. Si es así, debiéramos discernir mucho mejor nuestros motivos.
Toda persona que permite que otros lo traten como líder espiritual, tiene la responsabilidad de preguntarse a sí mismo: de todas las percepciones a mi disposición en el universo, ¿por qué estoy poniendo de relieve la ignorancia de mis hermanos? ¿Qué estoy haciendo en un rol en que esto es real? ¿Qué tipo de pautas estoy concibiendo, donde tanta gente aparece sufriendo, mientras yo soy el iluminado?
Estas preguntas me surgieron con un gran golpe, y ésta es una forma en que pudiera responder para mí mismo: Todo lo que sucede en tu cuerpo está sucediendo en un rango infinito de niveles de vibración. Si tú amas tu falta de información más de lo que yo amo este conocimiento, te encuentras en un nivel superior al mío. No existe absolutamente ninguna evidencia externa que me diga cuánto te amas, porque te estoy viendo con la visión limitada de mis propias vibraciones. En este sentido, lo que veo soy yo mismo.
Sin importar lo confundidas, estúpidas o sin amor que puedan parecernos otras personas, no tenemos jamás el derecho a asumir que su conciencia se encuentra en un nivel inferior a la nuestra. Podrían estar realizando dimensiones de amor mucho más profundas. El modo como las vemos es una medida explícita de nuestro propio nivel de vibración.
Las mismas personas que ahora vemos como vulgares, oscuras, estúpidas, parásitas, locas: estas personas, cuando aprendemos a amarlas y a todo lo que sentimos hacia ellas, son nuestros pasajes al paraíso. Y eso es todo lo que necesitamos hacer: amarlos. Podemos expresar ese amor o no expresarlo, como queramos y en la forma que queramos. Ni siquiera importa la forma cómo las tratemos. Sin embargo, debemos verlas y amarlas tal como son ahora, porque no podemos negarles la libertad de ser lo que son, del mismo modo como debemos amarnos a nosotros mismos tal como somos ahora.
Recordemos que cada persona es algún tipo de opuesto de aquello en lo que insistió en el pasado o de lo que podría ser en el futuro. Mientras nos concibamos a nosotros mismos como seres limitados, nos encontramos todos a la misma distancia del centro; seamos buenos o malos, cuerdos o locos.
Si un hombre tiene alguna conciencia de niveles superiores y sabe que es libre de estar en cualquier parte del universo, puede que busque entonces una justificación por estar tomando parte en un juego del plano físico. La forma más auto aduladora de disfrazar su apetito consiste en verse a sí mismo como portador de iluminación, pureza y virtud. Nadie, ni siquiera él, pondrá en tela de juicio sus motivos y resultados: ¿no está acaso haciendo lo que dice hacer? Si los demás no logran alcanzar su altura, no es culpa suya; así entonces, mantiene el juego eternamente. Es un círculo vicioso que seguirá mientras no esté dispuesto a ver que sus propias vibraciones son las que ponen de relieve el mal y la ignorancia que ve. Mientras más odie al mal, más mal habrá para odiar. Mientras más aconseje a la gente que se resista al mundo material, más los amarra a él.
Y aun estos comentarios son consecuencias de mi propia resistencia al «error» de resistirse al mal. Este es un ejemplo perfecto de cómo somos siempre culpables de lo que condenamos en los demás. Lo que vemos es siempre nosotros mismos. Es inútil corregir la conducta de nadie. Si él se diera cuenta de lo que está haciendo, no lo haría —eso es bastante cierto—, pero él es tan capaz de darse cuenta como nosotros. Si él no lo ve con su propio libre arbitrio, ¿habrá acaso una mayor probabilidad de que lo vea si se lo decimos? Al negarle su libertad de equivocarse, estamos igualmente equivocados. Darle a los demás la libertad de ser estúpidos es uno de los pasos más importantes y difíciles en el progreso espiritual. Convenientemente, la oportunidad de dar ese paso se encuentra siempre a nuestro alcance.
Aquellos de nosotros que alardeamos de mayor conocimiento que nuestros hermanos, que relatamos más experiencias iluminadas, tenemos más que explicar, precisamente porque sabemos más.
Este libro es la descripción y educación de mi propia ignorancia. Y, más allá de la información entregada, intento mostrar cómo un ser humano puede manejar el tipo de experiencias que yo he tenido sin imponer juegos raros a sus hermanos y hermanas. En cualquier oportunidad que entreguemos lo que se nos revela, debemos hacerla con el mismo divino amor con el que nos fue revelado. No somos sino canales de goce espiritual; y, para seguir disfrutándolo, sólo necesitamos ser canales abiertos.
Si estamos siempre enfrentando a la luz más alta, como si miráramos al sol, nuestra visión de la gente que nos rodea se verá distorsionada. Pero si tenemos a la luz viniendo por sobre nuestros hombros, brillando a través de nosotros, veremos la belleza de los demás, estaremos abiertos a la luz manifestándose a través de todas las formas, y conoceremos la gloria de la creación.
Y lo digo con frecuencia: Gracias, hermanos y hermanas, por dejar que mi conciencia esté en este lugar.
Mientras tengamos la humildad y la dignidad suficientes para actuar sabiendo que existimos en una infinita armonía, que no somos ni mejores ni peores que ningún otro, podremos disfrutar de exquisitos placeres y riquezas espirituales.
Deja que toda joya te recuerde la luz de diamante del amor. Ten presente que la menor muestra de bondad es una faceta en la joya infinita de la iluminación.