Si nada nos amarra al plano físico, ¿entonces qué nos retiene? ¿Por qué nos encontramos apegados a las estructuras? ¿Por qué nos aferramos a nuestro nivel de vibración? ¿Por qué tememos al cambio?
Para responder estas preguntas, comencemos una vez más desde el principio. Existen muchas palabras para referirse a lo que se siente al estar totalmente expandido: conciencia total, plenitud, libertad, amor, éxtasis, certeza, estabilidad, inteligencia suprema, compasión. Pienso que será menos vago, en este caso, referirse a nuestras interacciones en términos de estabilidad.
La estabilidad absoluta existe en forma natural en el nivel-espacio, porque todas las relaciones son persistentes, en la medida en que los seres que participen en ellas tengan la misma expansión.
Pero en los niveles más contraídos, donde por definición existe en algún grado el apartarse de la conciencia, tenemos concordantemente menor control sobre la duración de la condición estable. Y cuando nos relacionamos con seres cuyas vibraciones son más altas o más bajas que las nuestras, sentimos inestabilidad e inseguridad.
En una relación inestable se nos presentan, básicamente, dos caminos, independientemente de las sutilezas de los cambios: uno de ellos, hacia la estabilidad, hacia un nivel común de vibración; el otro camino conduce a la desintegración, apartándose tanto en cuanto a vibraciones que ya no estamos en absoluto conscientes el uno del otro. Puesto que nos incomoda la presencia de vibraciones más altas o más bajas que las nuestras, tendemos a reaccionar en ciertas formas típicas y «naturales». Si la otra persona está más abajo, intentamos generalmente elevarla hasta nuestro nivel, ayudarla y animarla. Pero si la otra persona está más alto, es frecuente que en un principio intentemos bajarla y lograr que el nivel de sus vibraciones descienda. Toma nota de que cuando tratas de ayudar a alguien, estás trabajando contra su esfuerzo natural —y quizás inconsciente— de bajarte. La persona que vibra en un nivel más bajo (que podría ser cualquiera de nosotros, dependiendo de las circunstancias) aparecerá drenando la energía del más elevado, a menudo con las mejores intenciones morales y sociales. Este esfuerzo puede asumir la forma de alabanza exagerada, golpes bajos disfrazados de palabras de cortesía, peticiones de ayuda por problemas, mostrar miedo y depresión, volverse loco, comenzar una discusión, citar mejores autoridades, y mil otras formas, en una escala que llega hasta aprisionar o liquidar a la persona más elevada.
Por otra parte, si te ves enfrentado a este tipo de conducta, el remedio consiste en mantener el flujo del amor, en no tener ninguna resistencia en tu mente. La persona que vibra en un nivel inferior puede llegar más y más lejos en sus intentos de hacerte descender; sin embargo, cuando vea que no bajas, cuando se dé cuenta de que no le presentas resistencia interna, tendrá que elevarse a tu nivel de vibración para sentirse estable y cómodo; es demasiado doloroso permanecer donde está. Y él sí se elevará, a menos, por supuesto, que siga el otro camino y se aleje de la relación. No estás, sin embargo, obligado a esperarlo: si sientes que no hará nada más que tratar de bajarte, eres libre de producir la desintegración cuando quieras. En otras palabras, lárgate. No te quedes ahí, y no te sientas culpable por ello. Está dentro del orden natural de las cosas.
Si vas a tomar psicodélicos o a meditar y te vas a abrir a la comunicación con seres de niveles superiores, debieras estar consciente de lo que implican estas interacciones automáticas entre distintos niveles de vibración. Es posible que te sientas abrumado, forzado, obligado, degradado, lleno de terror psíquico (la mala volada) hasta que abandones tu resistencia, te expandas en amor y te eleves hacia la vibración de los seres más altos. Ellos no tienen intención alguna de asustarte o ponerte a prueba; es tu propia densidad la que te provoca esos sentimientos.
Cualquier cosa que realmente te asuste puede contener una pista hacia la iluminación. Te puede estar indicando la profundidad de tu apego a la estructura, sea mental, física o social. El apego y la resistencia son dos aspectos de una misma cosa: cuando te resistes, apartando tu conciencia, la emoción que surge es el miedo; y la contracción se experimenta como un tirón, como el del magnetismo o la gravedad; esto es, apego.
Es por eso que frecuentemente tememos abrir nuestras mentes a «seres espirituales» más elevados. Creemos que el miedo es una señal para escapar, cuando lo que en realidad nos indica es que ya nos estamos escapando más de la cuenta.
Aquí hay algunas frases que me han hecho sentir bien, tanto en tiempos de perturbación emocional como al meditar:
Soy nada, estoy vacío, estoy en silencio.
No me resisto a las vibraciones de otros seres.
No me resisto a las expansiones y contracciones de otros seres.
Cuando tenemos miedo de ver lo que está más alto, podemos intentar adquirir un sentimiento de seguridad o de poder, manteniendo nuestra atención en lo que está más abajo. Este proceso adopta muchas formas en la vida humana.
La caridad, entendida como un impulso hacia aquellos que se encuentran en situación inferior a la nuestra, tiene con frecuencia un infeliz resultado. Muchos de nuestros sentimientos impulsivos tienen su origen en suposiciones erróneas acerca de la situación de otras personas.
No hay nada malo en los sentimientos: los sentimientos en el nivel espacio son de una riqueza increíble. Pero es sabio intentar comprender de dónde vienen nuestros sentimientos y hacia dónde nos están llevando. Podemos ser seducidos por los sentimientos de libertad, poder o diversión que experimentamos al relacionarnos con aquellos que consideramos más débiles; o podemos retroceder ante el miedo y la depresión que sentimos en presencia de aquellos que consideramos más fuertes.
El principio de la igualdad, es un guía seguro, pues nos libra tanto de la necia condescendencia hacia gente perturbada como de la auto limitación que representa el temor hacia personas superiores.
La solución para todas nuestras tensiones de tira y afloja es tratar a todos, a cada uno de los seres en que reconoces vida, como un igual a ti mismo. Siempre mira más profundamente que cualquier evidencia de desigualdad. Si otra persona demuestra gran sabiduría o genialidad, pinta extraordinariamente bien, o aún, se envanece lo suficiente como para escribir un libro de consejos como éste, simplemente NO CREAS que eso demuestra de algún modo que su potencial es mayor que el tuyo. Está bien que sepas que cualquier cosa que haya hecho, tú también puedes hacerla, no en el sentido de degradarlo a él, sino de elevarte a ti mismo. No lo «admires» en forma excesiva: eso te separa. Déjalo ser lo que es, ámalo como tu hermano, disfruta lo que él produce, trátalo como un igual. Y, sea lo que sea lo que estés viendo en un viaje sicodélico, sólo di: «Yo soy igual a eso, todos somos iguales a eso».
Por otra parte, si una persona muestra enfermedad y locura, degradación, sufrimiento emocional, desamparo y desesperación, simplemente no creas que esto constituye evidencia de que su potencial es menor que el tuyo. Ten presente que cualquier cosa que tú estés haciendo, él también puede hacerla. No le sigas ciegamente el juego; no reacciones cómo si lo que hace fuera real. Permítele ser lo que es, ámalo como tu hermano, ten compasión por él, trátalo como tu igual. Comienza sabiendo que puede salir de donde está metido. No lo ignores necesariamente, a menos que sepas que ha estado repitiendo la misma película una y otra vez, y estés aburrido de ella. Tu atención es siempre vitalizante, le hará sentirse estable y amado y podrá salir de ahí si desea hacerlo. Incluso puedes expresarle en palabras que no le crees su juego: hazlo mientras le vendas sus heridas, lo alimentas o le das dinero. No actúes como su superior: no lo eres, eres igual. Ignora el pecado y ama al pecador.
No es una afrenta personal contra ti el que alguien esté en discordia; ésa es una medida de su dolor. Te está mostrando cuánto le duele, y cuánta compasión necesita. Pero ten también en mente que no todas las víctimas son inocentes. En un cierto sentido kármico, ninguna víctima es inocente; pero eso no significa que no debemos ayudarles, puesto que es nuestro destino existir en relación con ellos y el modo como nos comportemos determina nuestro propio karma. Pero debiéramos ayudar en una forma que no aumente nuestro apego a las vibraciones bajas. Eso significa que debiéramos dar lo que esperaríamos recibir —bueno o malo— en la misma circunstancia, y partir de la base que todos los seres son iguales.
Mientras sigamos creyendo que hay personas superiores o inferiores a nosotros, tenderemos a aferrarnos aún más a nuestro actual nivel de vibración, nos quedaremos aferrados a las personas que nos hacen sentir bien. Nos quedaremos estancados con nuestras ideas, nuestros hábitos emocionales, nuestros trabajos, nuestros cuerpos. Temeremos al cambio, debido a la inestabilidad que experimentamos al intentar alcanzar un nivel «más alto». Tendremos miedo de caer a un nivel «inferior» si abandonamos nuestra estabilidad actual.
Una vez que has comenzado a actuar sabiendo que ningún ser es más grande o pequeño que tú, serás libre de cambiar, porque te sentirás estable independientemente del nivel en que estés. Te sentirás sereno y seguro de ti mismo con o sin un cuerpo, con o sin un trabajo, un cerebro, un libro que leer o un libro que escribir.
Apartar la conciencia de la expansión de los demás, centrando la atención en sus contracciones, nos ata al mundo de la materia. Es reconfortante saber que este proceso, que nos llevó, en primer lugar, a encarnarnos en un cuerpo, está también ocurriendo a diario en nuestras vidas, y puede ser revertido muy fácilmente, comenzando desde ahora.
Es una hermosa verdad que el camino que conduce hacia el alivio de tus infortunios en el plano físico es el mismo que te llevará a las más elevadas realizaciones espirituales. Y el camino es sencillo: No te resistas.