El Tao como camino con corazón
El corazón tiene argumentos
que la razón no alcanza.
BLAISE PASCAL
EN LA ANTIGUA CHINA se distinguía entre el Tao espiritual y metafísico de los filósofos taoístas, el Gran Tao eterno, y el Tao del confucianismo, el ideal de equilibrio entre la sabiduría propia del individuo y su manifestación en la actividad exterior. «Sabiduría interior, aspecto regio» era el objetivo de la evolución psicológica. La sabiduría era una conquista interior; comportarse regiamente era como esto se manifestaba en la vida cotidiana. El rey como símbolo era un «mediador entre el cielo y la tierra», un ser virtuoso, íntegro y ecuánime. Los dos significados de el «Tao eterno» y el «Tao» no entran en conflicto. Se complementan y refuerzan, pues el Tao remite a cómo ha de vivir una persona imbuida del Tao eterno.
Aceptando que un Tao subyacente lo une todo en un momento determinado, los chinos consultaban el I Ching pare recibir consejo de la acción o actitud apropiadas par seguir el Tao.
Puesto que el haxagrama del I Ching se forma dividiendo tallos de milenrama o arrojando monedas para acto seguido realizar la lectura correspondiente, para que se dé una coincidencia significativa entre la lectura y la situación ha de activarse la sincronicidad. Los consejos obtenidos en el I Ching —muchos de los cuales fueron elaborados por Confucio y sus seguidores en los comentarios— se fundamentan en la idea de basar la acción en la sabiduría interior.
Por lo tanto, el Gran Tao es la premisa subyacente a partir de la que trabaja el I Ching, y la sincronicidad es la manifestación del Gran Tao. El ideal ético de que hay un Tao o «modo de vivir» en armonía con el Gran Tao constituye la base filosófica.
Examinar los componentes del pictograma chino ayuda a comprender el Tao. Mai-Mai Sze, autor de El Tao de la pintura, describió el pictograma del Tao —que traduce como «camino, senda o sendero»—. Advirtiendo en él dos elementos: ch’o y shou. Ch’o es una figura compleja compuesta de «un pie izquierdo esbozando un paso» en combinación con otro símbolo que significa «detenerse». Shou significa «cabeza», lo que sugiere la idea de que concierne al pensamiento. El pictograma connota una lenta progresión interrumpida por una serie de pausas en las que se medita antes de dar el paso siguiente. Además, el pie izquierdo como aspecto yin implicaría que el Tao es un camino interior.
Como el carácter chino para el Tao es una combinación de cabeza y pie, también simboliza la idea de totalidad, lo que implica crecimiento espiritual. De este modo, se puede considerar el Tao como un camino interior hacia la armonía completa. Por otra parte, el símbolo de la «cabeza» se asocia al cielo, al sol y a la energía yang, masculina, mientras que el pie se equipara a la tierra y a la energía yin, femenina. Por lo tanto, este camino, o Tao, ha de integrar también las dos fuerzas, el cielo y la tierra, lo masculino y lo femenino, el yin y el yang. El carácter chino o pictograma del Tao remite con claridad a un sendero espiritual interior que hay que seguir conscientemente. El Tao eterno tiene el sentido de camino como modo de vida, de atravesar la vida con la conciencia de formar parte de un universo sagrado. Es una manera de ser, un Tao que reconoce al Tao eterno.
Al atravesar la vida, lo evidente para otros es el camino visible. Los demás ven nuestro rumbo, nuestra pareja y nuestro estilo de vida. El camino interior es mucho menos evidente. Cuando recorremos nuestro camino, a veces nos internamos en un nuevo territorio que nos parece excitante, o podemos conducir por una amplia autopista, transitada y conocida. Podemos seguir a la multitud, empujados o arrastrados por los demás, o elegir conscientemente nuestro camino, aun en medio de la masa, reflexionando y escuchando un pálpito interior.
¿Qué camino elegimos? ¿A qué prestamos atención? ¿Qué señales seguimos? Hay tantas direcciones potencialmente confusas, tanto desorden y barullo a nuestro alrededor que ahogan nuestra capacidad de tomar conciencia del «punto inmóvil» mientras recorremos el camino que hayamos escogido. Quizá los caminos externos no conduzcan a ninguna parte, y lo importante consista en si los recorremos de acuerdo con un camino interior.
En Las enseñanzas de don Juan, Carlos Castaneda aborda la cuestión de qué camino seguir y cómo elegirlo. Don Juan imparte el siguiente consejo a Castaneda:
Cada cosa tiene mil caminos. Por lo tanto, debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino: si crees que no debes seguirlo, no debes permanecer en él bajo ningún concepto. Para alcanzar este discernimiento has de llevar una vida disciplinada. Sólo entonces sabrás que un camino es sólo un camino, y no es una afrenta, para uno mismo o para otros, abandonarlo si eso es lo que te dicta tu corazón. Pero tu decisión de seguir el camino o dejarlo ha de estar libre de temor o ambición… mira cada camino de cerca y con atención. Recórrelo cuantas veces estimes necesario.
Don Juan resalta la necesidad de elegir conscientemente el camino que hay que emprender, y aconseja seguir los dictados del corazón (antes que la razón). La necesidad de llevar una vida disciplinada que nos procure el discernimiento de la elección es muy parecida al esfuerzo que requiere seguir el Tao.
Don Juan sugiere a Castaneda la pregunta que hay que formular a la hora de elegir un camino: «¿Tiene corazón este camino?». Y más adelante advierte: «Todos los caminos son iguales: no conducen a ninguna parte. Se internan en la maleza o salen de ella». (Lo más importante es emprender el camino que tiene corazón; el destino es inmaterial. Don Juan parece describir un camino interior como el Tao y destacar el proceso más que la meta). A continuación, compara las consecuencias de la elección:
¿Este camino tiene corazón? Si lo tiene, el camino es bueno; si no lo tiene, no sirve de nada. Ambos caminos conducen a ninguna parte; pero uno tiene corazón, el otro no. Uno hace alegre el viaje; mientras lo sigas serás uno con él. El otro hará que maldigas tu vida. Uno te fortalece; el otro te debilita.
Saber escoger un camino con corazón es aprender a seguir el latido interior de la intuición. La lógica puede indicarnos superficialmente adónde conduce un camino, pero no puede saber si nuestro corazón estará en él. Merece la pena examinar todas las elecciones de nuestra vida con la mente racional, pero es erróneo basarlas en ella. Elegir con quién nos casaremos o qué trabajo emprenderemos, o qué principios regirán nuestra vida exige que nuestro corazón se implique en la elección. El pensamiento racional puede ser una ayuda o una guía excelente, pero no puede saber o sentir lo que es intangiblemente valioso y lo que al final confiere un sentido a nuestra vida.
Don Juan nos advierte de la necesidad de estar libres del temor y la ambición a la hora de elegir un camino, y nos aconseja observar cada camino de cerca y con atención. El Tao Te Ching también habla de la posibilidad de que la multiplicidad de los atributos superficiales nos confunda o paralice:
Los cinco colores ciegan el ojo.
Los cinco sonidos ensordecen los oídos.
Los cinco sabores estragan el gusto.
Las carreras y la caza enloquecen los corazones.
Los objetos valiosos pierden al hombre.
Por tanto, el sabio atiende a lo que siente,
a lo que no ve.
Deja aquello y toma esto.
Al asumir nuestras elecciones vitales, el temor o la ambición son fuerzas enormemente poderosas que pueden influir o decidir qué camino tomar. Sin embargo, la advertencia de don Juan es pertinente, pues ambos desembocarán en viajes improductivos. Si nos impulsa la ambición y perseguimos prestigio o poder, estaremos siempre preocupados acerca de cómo actuamos respecto a los demás. Un camino semejante es una carrera en la que adelantamos a otros y a cambio tememos que nos aguarde un destino similar. Cuando la motivación es el temor, se escoge un camino porque parece relativamente seguro. Se elige una carrera por la seguridad económica, se elige esposa como un buen partido que se adecue a las expectativas. Las personas que actúan así esperan eludir las críticas no arriesgándose a «cometer un error». Cuando el temor y la ambición son factores decisivos, ni siquiera se pregunta al corazón. Y con el tiempo, como advierte don Juan, ese camino te hará maldecir tu vida.
El I Ching también establece la necesidad de basar nuestras elecciones en el corazón, de ser sincero con uno mismo y en toda circunstancia. Dice así: «Si uno es sincero cuando afronta dificultades, el corazón penetra el sentido de la situación, y cuando hayamos logrado un dominio interior del problema, de modo natural se seguirá que la acción adoptada tendrá éxito» (hexagrama 29, «Lo insondable»).
La deliberación, la ecuanimidad y la concienciación mientras recorremos un camino implican detenernos entre dos acontecimientos o situaciones a fin de ponderarlos y escoger qué hacer o qué camino tomar. Si la conciencia toma parte entre el estímulo y la respuesta, podemos adoptar decisiones conscientes antes que seguir respuestas instintivas o programadas. Cada elección nos aboca a un cruce en el que sopesamos qué camino tiene corazón y cuál de ellos está obnubilado por el temor o la ambición y ha de ser rechazado.
En Courage to create, Rollo May habla del potencial que tenemos para crearnos a nosotros mismos a través de nuestras elecciones y nuestro compromiso con ellas:
Los seres humanos, han de ser valientes para que el ser y el llegar a ser sean posibles. Es esencial una afirmación del yo, un compromiso, si queremos que el yo tenga realidad. Esta es la distinción entre el ser humano y el resto de la naturaleza. La bellota se transforma en roble mediante un crecimiento automático; no se precisa compromiso alguno. De un modo semejante, el gatito se convierte en un gato partiendo del instinto. La naturaleza y el ser son idénticos en estas criaturas. Pero un hombre o una mujer sólo llegan a ser humanos mediante sus elecciones y su compromiso respecto a ellas. Las personas ganan en mérito y dignidad a partir de la multitud de decisiones que han de tomar diariamente.
Psicológicamente, escoger un camino con corazón, sumergirnos en la totalidad, asumir que nos aporten una mayor conciencia y llegar a ser enteramente humanos, todo ello tiene que ver con estar en contacto con el arquetipo del sí mismo (self), entonces nuestras acciones se derivan de nuestro fluir con el Tao; nuestras elecciones se basan en el amor y en la fe de que ese amor es la mejor brújula interna.
De uno u otro modo, prácticamente todo el mundo ha experimentado el sí mismo en alguna ocasión, intuitivamente conscientes de la existencia del amor y la sabiduría. A menudo nos ha ocurrido en nuestra juventud, cuando la persona es mucho más abierta y confiada. Pero advertimos el sí mismo esporádicamente a lo largo de toda la vida. El problema no es «encontrarlo» un día. La dificultad consiste en conservar el conocimiento del sí mismo una vez nos ha anegado.
El libro de Herman Hesse Viaje a Oriente trata de un hombre que en una ocasión emprendió un viaje único y maravilloso con un grupo conocido como la Liga: «Nuestra meta no era sólo Oriente; más aún, Oriente no era sólo un región o una demarcación geográfica, sino el aposento y la juventud del corazón, era todos los lugares y ningún lugar, era la fusión de todos los tiempos». El peregrinaje a Oriente era la aventura concreta del narrador y un movimiento de creyentes y discípulos a través del la historia, una corriente de seres humanos que seguía «los eternos afanes del espíritu humano hacia Oriente, hacia el Hogar». Entonces el narrador perdió el contacto con sus compañeros y abandonó la peregrinación. Empezó a vivir una vida vacía y sin sentido; había perdido su camino y daba por supuesto que la Liga ya no existía porque no tenía noticias de ella, cuando en realidad había continuado y lo haría siempre. El Viaje a Oriente, que puede ser autobiográfico, es una analogía personal con un conjunto de individuos que una vez confiaron en la intuición, que sabían que existía un camino con corazón y estaban en contacto con el Tao subyacente y que más tarde, inmersos en su cinismo y racionalismo, proclamaron que «Dios ha muerto», cuando lo que había muerto era su espíritu.
No obstante, volver a encontrar «La Liga» una vez que la hemos perdido, regresar al camino del corazón o volver a acceder al inconsciente colectivo y al arquetipo del sí mismo es posible si lo apreciamos y lo buscamos. El camino de regreso puede hacerse por muchos itinerarios. Uno de ellos consiste en recordar lo que experimentamos previamente y habitar un tiempo ese recuerdo, reteniendo todos sus detalles. Este camino es una forma de meditación. Entonces la experiencia del Tao, del sí mismo o de Dios —depende de cómo hayamos acuñado el concepto— puede invadirnos repetidas veces como experiencia interior. Puede que no sea tan conmovedora y profunda como el acontecimiento místico espontáneo original, pero el recuerdo nos reconforta interiormente, nos hace partícipes de ese sentimiento y nos recuerda valores espirituales. La meditación, el recuerdo de una experiencia mística o la oración nos sustentan psicológicamente, proporcionándonos recursos para renovar y reafirmar algo de un gran valor interior.
También podemos querer volver a tomar contacto y renovar la experiencia del Tao regresando a los lugares o situaciones donde es más probable que ocurra. Para algunas personas, visitar una catedral o un templo de oración puede ser el camino. Otros necesitarán reservarse un tiempo para internarse en la naturaleza: escalar montañas, ir de excursión a parajes remotos, pasear por la playa o sentarse en un bosque. Otros lo encontrarán mediante una actividad creativa solitaria; pintar, escribir poesía o tocar la flauta ayuda a ciertas personas a retomar su fuente espiritual. Escuchar música es otro camino; cierta música nos «reanima» y nos afecta profundamente.
Todos estos caminos exigen que encontremos tiempo en la implacable y nutrida agenda de actividades que a menudo socava nuestra vida y nos deja interiormente vacíos. Seguir el sendero del Tao interior exige que nos paremos a reflexionar y a renovarnos espiritualmente conforme avanzamos en nuestra vida. La renovación espiritual, el apoyo emocional, el acceso a una fuente interior, la sensación de estar integrados en la naturaleza o en contacto con el Tao tienen lugar en períodos en que nuestra experiencia del tiempo se aleja de la mentalidad convencional, sometida al imperio del reloj. Sólo tenemos una palabra para designar el tiempo; los griegos tenían dos. Una era kronos, el tiempo que normalmente «percibimos», el tiempo que fluye y podemos medir. Es nuestra vida programada, cuándo vamos al trabajo, a qué hora nos hemos citado, tiempo del que hemos de responder, el Padre Tiempo. El segundo, kairos, era muy distinto. Más que tiempo medido, es una participación en el tiempo; tiempo que nos absorbe de tal modo que lo perdemos de vista; tiempo atemporal; momentos en los que el reloj permanece detenido; tiempo nutricio, renovador, maternal. El tiempo kairos tiene lugar en vacaciones, cuando nos relajamos indolentes bajo el sol y el tiempo parece estirarse y amoldarse a nuestro antojo. Ocurre cuando estamos completamente implicados en lo que hacemos. Acompaña siempre momentos de especial significación espiritual y sentido emocional, momentos en que nos sentimos integrados, y no separados, con el sí mismo, el Tao, el amor que nos vincula a los demás.
Las oportunidades de volver a implicarnos con nuestras prioridades más profundas, de volver a experimentar un momento de eternidad en el tiempo, se dan como invitaciones. Los sueños y acontecimientos sincronísticos nos envían mensajes a fin de que los recibamos. Como metáfora cristiana del pastor que busca a su oveja perdida, el aspecto interno espiritual, emocional, intuitivo y límite de la psique en buscar la reconciliación. El camino interior nos hace señales; la decisión de seguirlo es cosa nuestra.
Prestar atención a los sueños y acontecimientos sincronísticos es otra manera de situarse. Tanto si los atendemos como si no, los sueños y la sincronicidad seguirán aconteciendo; si decidimos no prestarles atención y tratar de recordar, caen en el olvido. Como afirma el Talmud: «Un sueño que no se examina es una carta que no se abre». Cada sueño o acontecimiento sincronístico es una invitación a mirar dentro de nosotros mismos.
Si alguien recorre un camino que atenta contra sus valores y emociones, y en el proceso padece una transformación a peor, probablemente los sueños serán negativos, a menudo habitados por figuras hostiles o desagradables, a las que no se enfrenta. La sincronicidad «negativa» nos hace reflexionar acerca de lo que estamos haciendo y muestra la sucesión de acontecimientos coincidentes que bloquean, impiden o frustran lo que hemos aprendido.
Inversamente, cuando alguien sigue un camino con corazón sus sueños son normalmente esperanzadores; son interesantes y placenteros, y a menudo nos inundan con una sensación de bienestar. Sincronísticamente, las oportunidades nos asaltan de un modo fortuito, las personas a las que sólo podríamos encontrar por casualidad se cruzan en nuestro camino, la ligereza y la fluidez acompañan todo cuanto hacemos. Así, cada acontecimiento imprevisto y benéfico nos confiere una sensación de beatitud; nos sirve de guía iluminando el camino del corazón.
Para recorrer este comino con corazón, el sujeto posee un mundo interior en el que el yo se embebe de la abundancia espiritual que emana de su conexión con el sí mismo. Hay una generosidad y una ausencia de miedo en la psique y en el mundo. Las personas se cruzan sincronísticamente en nuestro camino, y se desarrollan acontecimientos que en lugar de obstaculizar nos facilitan el rumbo adoptado. La sensación de plenitud y flujo influye en la percepción del tiempo; parece haber tiempo para hacer aquello para lo que estamos aquí; incluso se materializan sincronísticamente las plazas de aparcamiento.
Si nos encontramos inmersos en una intensa placidez interior, parece que estamos «murmurando» algo; una descripción adecuada para este estado. Es interesante que la palabra «murmurar» se parezca fonéticamente a om-ling[2], como en el sánscrito Om mani padme hum, que seguramente es el mantra más extendido de Oriente. (Un mantra es un sonido o frase que se repite una otra vez, y que se utiliza para imbuirnos de la armonía universal). Por lo tanto, es como si al «murmurar» nos hiciésemos conscientes de estar conectados con el patrón subyacente de unidad universal. Es como si formáramos parte de la danza cósmica alrededor del punto inmóvil, escuchando el débil murmullo de la música conforme bailamos, en armonía con el Tao.