Piezas parapsicológicas del puzzle sincronístico
EN 1968, MI MARIDO Y YO, que en aquel tiempo éramos visionarios e intuitivos y unos principiantes en el mundo de los negocios, decidimos poner en marcha una revista que tratara de los fenómenos psíquicos y que abarcara el emergente campo de la parapsicología; Jim sería su director y redactor. Nuestra naturaleza soñadora concebía la necesidad de una publicación de calidad que informara de las variadas perspectivas de esta nueva ciencia conforme entrábamos en la Era de Acuario. Las publicaciones ya consolidadas se centraban en el ocultismo y no hacían justicia a las investigaciones y ensayos realmente importantes.
Jim siempre había estado interesado en las cuestiones filosóficas y psíquicas, y tenía una notable experiencia escribiendo. Como ejecutivo comercial en una exitosa empresa de relaciones públicas en expansión, se había ido sintiendo cada vez más abatido por tener que escribir acerca de personas e instituciones que detestaba. Los clientes a los que representaba eran corporaciones interesadas en modelar su imagen pública y conseguir beneficios. A finales de la década de 1970, esas empresas estaban convirtiendo el paisaje de San Francisco en un nuevo Maniatan, y su último y más importante cliente estaba interesado en construir un complejo multimillonario en la bahía de San Francisco. A Jim no le gustaba la idea de contribuir profesionalmente a que algo así sucediera, además de ser un defensor del medio ambiente. La decisión de fundar una revista provino de esa mezcla de visión e insatisfacción.
La revista Psychic empezó su andadura como un «negocio familiar» con el único empleado a tiempo completo. Todo lo hacían colaboradores externos y Jim, que escribía, dirigía y supervisaba la producción y la publicidad. Yo ayudaba en lo que podía, al principio incluso recogía suscripciones los sábados, de vez en cuando leía manuscritos, ayudaba a tomar decisiones y me reunía con investigadores, escritores o inversores potenciales. Sin embargo, seguí dedicándome a mi profesión, la psiquiatría, mientras Jim se dedicaba a tiempo completo a la revista. Dado el esfuerzo, la energía y las exigencias que requería la publicación, a veces nos referíamos a ella en broma como «nuestro primer hijo».
Durante lo ocho años que Psychic fue publicada, se convirtió en una autoridad respetada y notoria en el campo y ayudó a que en el país se reconociera a individuos con poderes psíquicos y las organizaciones que los estudiaban, informando de los hallazgos en la investigación parapsicológica y debatiendo las implicaciones de la misma. Más tarde, a principios de 1977, David Hammond, que había sido un colaborador esencial en los últimos cuatro años, pasó a ser socio de la empresa. Además, en ese momento Psychic se convirtió en New Realities, pues el antiguo título ya no reflejaba el cariz que estaba tomando la revista. A la vez que establecía la autenticidad y la envergadura de los hechos y la investigación parapsicológica, ahora empezaba a ofrecer artículos que estudiaban la influencia de la parapsicología en el individuo. La revista se abrió a la conciencia espiritual y psíquica, la salud holística, el medio ambiente, actitudes vitales y modos alternativos de pensar y de vivir.
Aunque mi interés profesional esencial era la psiquiatría y el análisis junguiano, durante los años en que Jim publicó Psychic seguí conociendo a gente destacada en el campo de la parapsicología y me mantuve al tanto de la investigación y de los individuos con poderes mentales. Como analista junguiana, consideraba innecesario compartimentar los dos campos de la psicología y la parapsicología, porque el concepto junguiano de sincronicidad incluía los fenómenos paranormales, y esto no suponía conflicto alguno. Como contraste, la corriente principal de la psicología se había mostrado contraria o indiferente a la parapsicología.
En 1972 viaje a Dirham, en Carolina del Norte, para entrevistar a J. B. Rhine para la revista Psychic. Cuando partí, tuve la sensación de viajar atrás en el tiempo para hablar con una eminente personalidad histórica. El doctor Joseph Banks Rhine es el «padre de la parapsicología» en este país, responsable del estudio de campo y los avances que demostraron estadísticamente la existencia de la percepción extrasensorial y la psicoquinesia o telequinesia. Rhine fue el aguerrido pionero que luchó para lograr el respeto y la aceptación de este campo en la comunidad científica. Su posición fue parecida a la de Freud y Jung en la psicología. Como padre fundador de una nueva materia, atrajo a hombres y mujeres que constituirían generaciones de investigadores. Junto a su mujer, la doctora Louisa E. Rhine, pasó cincuenta años poniendo cimientos y consagrándose a la dura y rutinaria tarea de establecer la fundación científica de la parapsicología. El nombre de Rhine pasó a ser una palabra conocida en el centro de una tormenta científica que se desató tras la publicación de La percepción extrasensorial en 1934, antes de que yo naciera.
Encontré al doctor Rhine y a su mujer en la calle que llevaba a la Universidad Duke, en la Fundación para la Investigación de la Naturaleza Humana que habían creado en 1962 en una silenciosa calle arbolada, en lo que había sido un antiguo y confortable caserón, continuaba la investigación parapsicológica, que hora empleaba computadoras y generadores de números aleatorios, junto a otras complejas máquinas de experimentación. El doctor Rhine, nacido en 1895, tenía entonces casi ochenta años. Descubrí que era un hombre alto, robusto, de rostro afilado y cabello blanco, que aparentaba ser mucho más joven. Debido a la naturaleza mecánica y estadística de su investigación, no esperaba que fuera el hombre encantador, cálido y expresivo que era. Los Rhine habían sido biólogos que en un principio entraron en el campo de la parapsicología con el propósito de averiguar si la conciencia sobrevivía a la muerte, lo que les llevó a estudiar médiums y de ahí a investigar «los elementos que hacen que un médium sea lo que es». Empezaron centrándose en la clarividencia y la telepatía, luego en la precognición, y más tarde en la psicoquinesia.
La parapsicología moderna comenzó con el matrimonio Rhine, que junto a sus estudiantes, colaboradores y ahora junto a sus compañeros en universidades esparcidas a lo largo y ancho del país, lograron estudiar los fenómenos psíquicos en el laboratorio. Se llevaron a cabo reiterados y rigurosos experimentos bajo supervisión científica para producir resultados estadísticamente válidos. En el campo de la parapsicología perdió su aura de misticismo y sus textos empezaron a ser lectura árida conforme la jerga científica y las tablas estadísticas sustituyeron a los fascinantes casos concretos.
Los matices espirituales y ocultistas fueron eliminados en el proceso de consolidar su reputación. La idea de que los datos del laboratorio fueran el resultado de un fraude o una conspiración (que los incrédulos consideran más plausible que la percepción extrasensorial) empezó a aparecer como ridícula conforme crecía exponencialmente el número y la talla de los investigadores que se unían al matrimonio Rhine.
Finalmente las instituciones científicas otorgaron respetabilidad a la parasicología en 1969, cuando la prestigiosa Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia aceptó a la Asociación Parapsicológica como un miembro de la organización. Después de dos solicitudes que habían sido rechazadas, con la propuesta de Margaret Mead, esto era señal de un cambio de actitud hacia este campo.
Mientras que los científicos de la investigación psíquica eran extraordinarios, muchos de los propios individuos con poderes psíquicos me decepcionaron completamente. Aunque mucha gente aseguraba que sus lecturas psíquicas eran exactas, no me impresionaron en absoluto, pues sus intentos por «leerme» eran imprecisos o demasiado vagos. A principios de 1973 empecé a darme cuenta de que seguramente yo era el factor restrictivo, de que mi escepticismo inicial, unido a la mezcla de menosprecio y desilusión que me invadía cuando fracasaban en su intento, tenía que contribuir a su pobre actuación. Era como si, una vez logrado el ambiente emocional propicio a la comunicación en el que la telepatía suele ocurrir espontáneamente, mi actitud provocara un bloqueo y limitara la experiencia. Leí la autobiografía de John Lilly, Center of the Cyclone, y me atrapó una de sus ideas, que transcribo así: «Hemos de trascender nuestras propias creencias restrictivas para creer más allá de ellas, o para tener las experiencias que nos permitan crecer».
Esto es lo que sucede en la psicoterapia. La gente emprende la terapia porque algo no funciona bien en sus vidas, cuando sus intentos por encontrar respuestas o soluciones o por cambiar cosas, a lo mejor, no han tenido éxito. Con este decaído estado mental, la visión de conjunto que se tiene de uno mismo o de la propia situación no permanece inmutablemente fija sino que está abierta al cambio. A menudo las personas han sido programadas por unos padres excesivamente críticos y distantes para aceptar una imagen limitada o negativa de sí mismo y para mostrarse recelosos o desconfiados ante los demás. La situación terapéutica permite examinar y desactivar las viejas creencias, a la vez que intenta poner en marcha nuevos modos de percibirse a uno mismo y a los demás, una nueva manera de comportarse. Para crecer, los límites mentales son los obstáculos que han de superarse.
Una vez comprendido esto, me pareció que tenía que eliminar mi actitud crítica, desafiante, de «ver para creer». En cambio, tenía que recibir a un sujeto con poderes psíquicos cuando me sintiera receptiva y proclive a que tuviera éxito. Decidí adoptar esa nueva actitud en la siguiente ocasión, estando presente cuando Jim entrevistara a una de esas personas.
El siguiente entrevistado, del que no tenía noticia hasta ese momento, era Uri Geller. Sincronísticamente, la oportunidad de conocer al más extraordinario individuo con poderes psíquicos de aquel tiempo ocurrió inmediatamente después de que cambiara mi actitud. Geller, un joven israelí, atractivo y de mirada penetrante, podía desplazar objetos a voluntad con la ayuda de su mente, así como recibir impresiones por vía telepática y clarividente.
Jim lo entrevistó en una habitación del San Francisco Holiday Inn. Estuvieron presentes dos científicos del Instituto de Investigación de Stanford, junto a la mayor parte del personal de la revista. A fin de demostrar la psicoquinesia, o capacidad de desplazar objetos con la mente, Uri se ofreció a tratar de doblar la llave de cobre Schlage de la habitación del hotel, acariciando levemente la meta y deseando que se doblara. Mientras mirábamos, ¡se dobló! Entonces Jim lo colocó en un trozo de papel y perfiló el ángulo de curvatura. La dejó en la mesita de café, sin que Geller ni nadie más la tocara, y todos la observamos. Y cuando la volvimos a examinar, el ángulo de curvatura era aún más pronunciado: la llave de metal había continuado doblándose.
Geller demostró lo que los parapsicólogos habían establecido estadísticamente en sus laboratorios, que la mente puede influir en la materia (por medios aún desconocidos). Para mí, tener la oportunidad de ser testigo de esta experiencia nada más abandonar mi escepticismo fue una coincidencia significativa. Fue otro de esas experiencias que me hicieron creer en la máxima «El maestro vendrá cuando el alumno esté preparado». La predisposición es un cambio en una actitud interna, y entonces, simultáneamente, sucede un acontecimiento externo paralelo.
Cuando Geller intenta doblar una llave o arreglar un reloj estropeado concentrándose en él, o un jugador con suerte de Las Vegas se siente «inspirado» y puede «romper los dados», o cuando un sujeto experimental trata de influir en un objeto determinado —desde una máquina que arroja dados hasta un magnetómetro que mide campos gravitatorios—, todos tratan de demostrar conscientemente la psicoquinesia o el poder de la mente sobre la materia.
La influencia inconsciente de la mente sobre los objetos también es una situación interesante. Aquí es donde entra el fenómeno poltergeist. Asunto muy popular en la prensa, los poltergeists se asocian a extrañas e inexplicables incidencias en una casa: los objetos se mueven por sí solos, levitan o se comportan de modos aún más extraños. En los círculos parapsicológicos, se refiere a este fenómeno empleando el término más científico de «psicoquinesia espontánea recurrente». Poltergeist proviene de la palabra alemana que significa «fantasma revoltoso», porque estas casas parecen poseídas por espectros afectos a las travesuras. El estudio serio de estas materias ha correspondido, apropiadamente, a la investigación alemana. El psiquiatra Hans Bender, el más eminente parapsicólogo alemán, y su equipo de investigación en el Instituto de Áreas Fronterizas de la Psicología y Salud Mental de la Universidad de Friburgo, que colinda con la Selva Negra, son responsables de algunos de los casos mejor documentados. Se descubrió que habían tenido lugar hechos increíbles y extraños: objetos que atravesaban muros y armarios y cajas cerradas. En las investigaciones, los objetos eran aparentemente teletransportados y saltaba la instalación eléctrica, junto al hecho, más común, de los objetos que levitaban. Bender descubrió que en la mayoría de los casos hay un adolescente con grandes conflictos internos en la casa «embrujada». Alan Vaughan, entonces redactor de Psychic y que había estado un tiempo con Bender, informó de lo siguiente:
De acuerdo con las teorías del famoso psicólogo suizo Carl Gustav Jung, Bender considera que la mente y la materia «están inextricablemente unidas, y que los estados psicológicos y los acontecimientos físicos externos pueden fundirse mediante poderosas energías psíquicas y emocionales», y que, en el caso de ciertos adolescentes, esta fusión desencadena fenómenos poltergeist.
Los desplazamientos originados por el poltergeist, las roturas y estropicios que se manifiestan en la realidad constituyen una forma de sincronicidad en que la situación externa parece expresar el conflicto, la represión y la confusión del mundo interior del adolescente. (Me han preguntado si los objetos concretos levitan, se materializan en otra habitación, tiemblan, se caen y se rompen, y los apagones eléctricos tienen un sentido simbólico para ese adolescente en concreto. Puesto que la investigación no es mi labor, me gustaría que algún día alguien investigara esta cuestión).
Los ejemplos en los que el mundo físico parece verse afectado o influido, o reacciona a la mente humana, supone una conexión demostrable entre nuestras mentes y emociones y el universo físico. La mística oriental dice que esto es el Tao. Jung lo llamó el inconsciente colectivo y la sincronicidad.
Otra área que atañe a la parapsicología es la percepción extrasensorial, que incluye la telepatía o comunicación directa entre dos mentes; la clarividencia o la capacidad de «ver» o «percibir» un acontecimiento que sucede más allá de la percepción de los sentidos ordinarios; y la precognición o el conocimiento de lo que ocurrirá en el futuro.
Al postular la sincronicidad, Jung incluyó la telepatía, la clarividencia y la precognición como ejemplos de coincidencia significativa entre el sujeto y el acontecimiento en los que una conexión emocional o simbólica no podía explicarse recurriendo a la dupla causa / efecto.
En las situaciones en que la percepción extrasensorial se da de forma espontánea y el conocimiento se percibe conscientemente, por lo general hay un vínculo emocional. El elemento emocional es decisivo incluso en experimentos impersonales controlados en laboratorio; en este caso, la implicación emocional en el experimento. Rhine descubrió que hay una bajada en el rendimiento de sujetos con una percepción extrasensorial excelente: al principio, cuando el interés es alto, el resultado es significativamente mejor que más tarde, cuando se instala el aburrimiento y el desinterés ante la naturaleza repetitiva de los experimentos.
La doctora Gertrude Schmeidler, profesora del City Collage de Nueva York, comenzó a investigar la percepción extrasensorial como investigadora asociada a la Universidad de Harvard. Su primer experimento es ahora un clásico en la materia. Separó a los sujetos según sus actitudes hacia la percepción extrasensorial: las «ovejas», que creían en ella, y las «cabras», que no creían. Descubrió que los que creían obtenían puntuaciones notoriamente más altas que los incrédulos, que puntuaban por debajo de la media.
En los experimentos de Rhine y Schmeidler, el sujeto acomete una tarea imposible en lo que atañe al ego consciente. Imagine la situación: le piden que escoja una secuencia de símbolos y que los empareje según una lista previamente determinada a la que no tiene acceso. O, en el caso de que esto no sea lo suficientemente difícil, intente la siguiente prueba: escoja de nuevo una secuencia de símbolos y emparéjelo de acuerdo con una lista que aún no se ha confeccionado y que en ese momento ni siquiera existe. Estas tareas plantean las preguntas: «¿Cómo puedo saberlo? ¿Cómo puedo hacer lo imposible?».
Las «ovejas» emprenden la tarea con optimismo, creyendo que la experiencia extrasensorial es posible incluso bajo circunstancias semejantes, y la abordan confiados. En cambio, las «cabras», los incrédulos, sienten que la imposibilidad de la tarea refrenda su escepticismo.
En las notas a un manuscrito enviado a Ira Progoff, Jung compara la experiencia extrasensorial con los mitos en los que el héroe afronta una situación imposible:
El sujeto puesto a prueba o bien duda de la posibilidad de conocer algo que no puede saber, o bien confía en que será posible y que el milagro ocurrirá. En todos los casos, el sujeto puesto a prueba, que ha de afrontar tareas aparentemente imposibles, se encuentra en una situación arquetípica, que a menudo se da en los mitos y en los cuentos de hadas, donde la intervención divina, por ejemplo de un milagro, aporta la única solución.
Emprendiendo esta imposible tarea de percepción extrasensorial con expectativas optimistas e intensidad mental, el sujeto evoca lo que Jung denominó «el arquetipo del milagro» o el arquetipo del «efecto mágico». Bajo esta expectativa, puede darse el «milagro»; entonces los resultados de la percepción extrasensorial son notablemente positivos.
La oración evoca el mismo estado psicológico de confiada expectativa. La persona que sinceramente aborda de I Ching en busca de una respuesta o consejo relativo a algo que le incumbe poderosamente, implorando una ayuda para tomar una decisión, también se encuentra en un estado similar de expectación concentrada. En este estado, es más probable que la lectura del I Ching sea de una relevancia extraordinaria. Hallarse en un estado mental semejante antes de acostarse y pedir mentalmente un sueño que nos ayude a menudo también produce sueños que pueden proporcionarnos respuestas simbólicas a situaciones psicológicas aparentemente irresolubles. En cada uno de estos casos, la persona ha asumido que el yo consciente no puede aportar una respuesta, ya sea porque, como ocurre con la percepción extrasensorial, hacerlo está más allá de la capacidad y las funciones del yo, o porque este está inmerso en un conflicto y no puede decidir qué hacer; tras hacerse consciente del callejón sin salida, el sujeto busca más allá del yo.
La confiada expectativa de que hay «algo» más allá del yo se fundamenta en esa experiencia individual o humana de «algo» más grande que uno mismo. Es la expresión del inconsciente colectivo o del poder del nivel arquetípico, en el que ese algo más grande se experimenta directamente de un modo intuitivo: en ese momento «conocemos» la respuesta o «sentimos» a Dios, o nos dejamos inundar por el Tao.
El sujeto ha de ser receptivo para recibir la experiencia. Entrar voluntariamente en un estado de confiada expectación es un camino para activar el sustrato arquetípico del inconsciente colectivo. Acaso este sea uno de los sentidos de la cita bíblica de san Mateo (7, 7): «Pide y te será concedido, busca y encontrarás, llama y se te abrirá». En los mitos y los cuentos, un héroe o heroína emprende una difícil búsqueda con un estado mental optimista. Con valentía, perseverancia y a menudo inocencia o ingenuidad, afronta una situación imposible y encuentra una ayuda inesperada o una intervención mágica en momentos cruciales.
Acaso nuestro viaje en la vida siga un patrón semejante. Si vivimos con la predisposición optimista de que cuanto hacemos es importante y tiene un sentido, y si actuamos de acuerdo con ideas como la integridad, la esperanza, el valor y la comprensión, entonces la «intervención divina» nos aporta respuestas cuando afrontamos dificultades. La «intervención divina» adopta muchas formas y puede significar que nuestra actitud consciente invoca el acceso al inconsciente colectivo. Una solución creativa puede emerger de nuestro interior, o acaso nos sorprenda una sincronicidad que solucione el problema, o un sueño nos muestre el camino, o de la meditación emerja una respuesta (todas ellas son formas de «intervención divina»). Según la metáfora adoptada para el proceso, hay quien lo vivirá en un contexto religioso y hay quien lo hará en un contexto ateo. Cuando esto ocurre, el sujeto tiene una experiencia arquetípica, junto a un conocimiento intuitivo, una solución creativa, un acontecimiento sincronístico o la experiencia de Dios. Normalmente, también vendrá acompañado de una sensación beatífica o un sentimiento de deleite.
El deleite es la emoción que el artista, el teórico o el inventor sienten en el momento de la creación. El deleite acompaña algo trascendente, en el que el yo experimenta algo superior a uno mismo. El deleite es un estado anímico en el que algo nuevo adviene a su ser. Se da con una intensificada conciencia de realizar las propias potencialidades y viene siempre acompañado por una experiencia intuitiva del Tao. Sin embargo, cuando se reúnen las evidencias necesarias para demostrar algo científicamente, el deleite no es el estado que prevalece. En cambio, sentimos gratificación o satisfacción cuando la evidencia refrenda nuestra posición. Esto ocurre incluso cuando la investigación parece apuntar a una concepción de la realidad que es notablemente afín al concepto místico del Tao.
La investigación de la precognición parece apoyar la posibilidad de que el tiempo es un eterno presente y que la concepción lineal del tiempo es una ilusión; aunque normalmente creemos vivir en el presente, la precognición supone que el presente y el futuro puedan existir simultáneamente. La investigación acerca de la telepatía muestra que la distancia no disminuye la habilidad, por lo que el espacio tal como lo entendemos se desestima como barrera. La clarividencia y la telepatía siguen funcionando cuando se introduce a los sujetos en cajas Faraday y forradas de plomo, lo que sugiere que esta conciencia no depende de las ondas electromagnéticas ni de ningún medio «casual» de transmisión. Si la materia puede penetrar en otra materia, como refieren las investigaciones del fenómeno poltergeist, y si la mente puede influir en la materia, como en los experimentos de psicoquinesia, entonces todas las leyes físicas convencionales que rigen la materia, la energía y el tiempo parecen no tener aplicación.
El único factor consistente encontrado en la percepción extrasensorial y la psicoquinesia es el elemento psicológico. El decreciente porcentaje de éxitos en las pruebas parece depender de la implicación emocional. La telepatía espontánea o la clarividencia implican a los individuos con otros o con situaciones que les atañen emocionalmente. Los fenómenos poltergeist o la buena suerte con los dados parecen estar relacionados con estados mentales alterados. Puesto que la implicación emocional del sujeto es el factor necesario o el denominador común en todos los acontecimientos extrasensoriales y psicoquinéticos, todos ellos entran en la categoría de la sincronicidad, en la que hay una conexión entre un acontecimiento o situación y un sujeto implicado que lo encuentra significativo.
Cada avance en la investigación parapsicológica o nueva psíquica añade otra pieza al vasto puzzle sincronístico, aunque aún es una imagen muy incompleta en la que la mayor parte de las piezas parecen haber desaparecido. Carecemos incluso de los contornos. Sin embargo, lo que hemos avanzado en la parapsicología es importante porque vincula el elemento subjetivo mental y emocional al universo físico y demuestra que cierta conexión invisible o energía desconocida nos une a los demás y a acontecimientos remotos e influyen en la materia.
La física teórica se suma a esta perspectiva científica. Cuando la enormemente respetada ciencia «dura» de la física se implicó en el mundo teórico de la física subatómica, en el que la teoría cuántica y la relatividad fueron demostradas mediante experimentos, premios Nobel de diferentes áreas describieron una realidad que se parecía cada vez a la idea oriental del Tao. El físico Fritoj Capra unió los dos conceptos de la física teórica y el misticismo orienta en su libro El Tao de la física. Arthur Koestler, en Las raíces del azar, y Capra describen la aparición de todo un mundo etéreo, en el que no existe algo como la materia, en el que cuanto vemos y tocamos está compuesto por patrones de energía en eterna mudanza y transformación, donde las partículas se convierten en ondas capaces de viajar al pasado, y donde todo forma parte de una danza en continuo movimiento, en la que el espacio y tiempo son aspectos de un continuo y parece existir un patrón subyacente de unidad.
Mi única incursión en la física fue un breve vistazo a esta visión de un universo subyacente. Cuando durante un verano realicé un curso de física premédica en la Universidad de California, me sentí inspirada por los profesores auxiliares que eran estudiantes graduados en física que trabajaban en el Cyclotron (situado sobre el campus de Berkeley). Recientemente habían descubierto el antiprotón, que habían buscado porque «tenía que existir, porque el universo era simétrico». Mi imaginación fue sacudida por la idea de que existía el equilibrio perfecto: el hecho de que cada partícula atómica tuviera su pareja opuesta me parecía hermoso y admirable. Pienso que la sensación intuitiva que tuve al mirar las estrellas de algún modo era paralela al concepto de simetría subyacente en la física teórica; ambos tenían que ver con la percepción de un universo significativo, mudable y sujeto a ciertas pautas, del que yo formaba parte. Ahora, según Arthur Koestler:
Desde el descubrimiento de la primera «antipartícula» diminuta, el antielectrón, los físicos han descubierto —o han producido en sus laboratorios— antipartículas que se corresponden con todas las partículas conocidas. Las cincuenta partículas que hoy se conocen y sus respectivas antipartículas son similares en todos los sentidos, excepto en que tienen cargas eléctricas y campos magnéticos opuestos, y un spin y «singularidad» distintos.
El concepto de universo simétrico supuso la primera vez que una idea, más que un sentimiento, me afectaba profundamente. Con esta visión como inspiración, estuve de acuerdo con el cálculo y la ingeniería física, sólo para abandonarlos cuando mi intuición iba más allá de mi falta de juicio en esta clase de cosas. Sin embargo, esa vislumbre, que constituye otro camino para aprehender la visión del Tao, no me ha abandonado.
Wolfganag Pauli, que desarrolló uno de los conceptos clave de la física moderna —el principio de exclusión de Pauli, un principio de simetría matemática—, pensaba que los fenómenos parapsicológicos, incluyendo las coincidencias aparentes, eran las huellas visibles de un principio subyacente indetectable en el universo. Arthur Koestler consideraba que esto sentó las bases para la colaboración entre Pauli y Jung, según la cual «Jung consideró a Pauli, por así decirlo, como un tutor de la física moderna». Pauli escribió un ensayo titulado La influencia de las ideas arquetípicas en las teorías científicas de Kepler, un estudio acerca del surgimiento de la ciencia a partir del misticismo, ejemplificado por Johannes Kepler, místico y fundador de la astronomía moderna. El trabajo de Jung se tituló Sincronicidad: un principio conector acausal. Ambas publicaciones unieron simbólicamente la física y la psicología. El último fue la exposición definitiva de Jung respecto a la sincronicidad, en la que postuló que esta era un principio tan importante como la causalidad y vinculó el concepto a la psicología.
Con la idea de la sincronicidad, la psicología dio la mano a la parapsicología y a la física teórica para concebir un «algo» subyacente emparentado con las concepciones que el místico había arropado desde siempre. El elemento importante que añade la sincronicidad es la dimensión de significado personal que tiene en cuenta lo que el sujeto advierte intuitivamente cuando se ve inmerso en un acontecimiento sincronístico. Las teorías y los experimentos de laboratorio hacen factible la idea de una conexión subyacente invisible que vincula todas las cosas en el universo. Pero cuando se trata de una experiencia vivida intuitivamente, se introduce un elemento espiritual. Acaso la mente humana sea el único receptor en el universo que pueda aprehender correctamente el sentido subyacente a todas las cosas, el sentido que ha sido llamado Dios o el Tao.
Sólo conjeturas y alusiones,
conjeturas precedidas de alusiones; y el resto
es oración, observancia, disciplina, pensamiento y acción.
Los cuatro cuartetos: Las Dry Salvages
T. S. ELIOT