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Como un sueño en la vigilia

HAY UNA VIEJA CANCIÓN que comienza así: «¿Alguna vez has visto un sueño caminando? Yo sí». Ya sea un sueño beatífico o una pesadilla, un acontecimiento sincronístico puede ser como un sueño que se desencadena cuando estás despierto. Como los sueños, estos acontecimientos atañen a los contenidos de la psique; por lo general son comentarios metafóricos acerca de algo psicológicamente relevante, e iluminan la situación una vez son comprendidos. Un acontecimiento sincronístico puede cargarse inmediatamente de significado o requerir un tiempo para reflexionar sobre él. De un modo semejante, algunos sueños parecen relevantes de inmediato y con un sentido claro, pero la mayoría hay que analizarlos para descifrar el mensaje. Además, las herramientas a partir de las que podemos comprender el sentido de la sincronicidad son las mismas que se emplean en la interpretación de los sueños. Tal como ocurre con la experiencia onírica, la sincronicidad muestra una enorme variación de una persona a otra. Algunas personas recuerdan haber soñado cada noche; otras aseguran no soñar nunca. Algunas sólo recuerdan haber tenido unos pocos sueños importantes en sus vidas, acaso los que tuvieron en la infancia. Hay quien sueña con una gran riqueza de símbolos y en color; otros dicen soñar en una gradación de grises y sobre temas de realidad cotidiana. Lo mismo pasa con la sincronicidad: algunos perciben cómo la sincronicidad se manifiesta a su alrededor casi todos los días, mientras otros no pueden recordar haber vivido semejante coincidencia significativa. Otros incluso han vivido uno o dos acontecimientos sincronísticos realmente notables en sus vidas, que les legaron una impresión duradera. La evocación, la frecuencia, la intensidad, la naturaleza dramática de los acontecimientos sincronísticos varía tanto como los sueños, y los temas repetidos en los hechos sincronísticos se asemejan a los sueños recurrentes. Además, el modelo central puede ser tan imaginativo y preciso en los hechos sincronísticos como en los sueños.

Puesto que se da una enorme variación cuando preguntamos a la gente acerca de sus sueños o la incidencia de la sincronicidad, es interesante especular sobre la discrepancia entre la realidad y su evocación. Cuando William Dement (el conocido investigar de las fases del sueño) y sus colaboradores de la Universidad de Stanford estudiaron los sueños se percataron de que, a pesar de lo que recordemos, todos soñamos unas seis u ocho veces cada noche. Me atrevo a opinar, intuitivamente, que esto también es cierto para la sincronicidad: que, tanto si los percibimos como si no, los acontecimientos sincronísticos suceden cotidianamente a nuestro alrededor.

Las variaciones individuales pueden tener que ver con los rasgos de la personalidad. Tengo la impresión de que quienes tienen mayor dificultad para recordar sus sueños, o para contarlos cuando los recuerdan, tienden a ser personas lógicas y muy racionales, centradas en el trabajo; más frecuentemente hombres que mujeres; individuos que se conocen como «personalidades propensas a ataques cardíacos», con mentes agresivas y poco amistosas. Para este tipo de personas, el concepto de sincronicidad es muy sospechoso, y lo rechazan junto a los fenómenos paranormales o la experiencia mística. Al carecer de un modo intuitivo de conocimiento, raramente experimentan la conciencia de algo que pueda tener un sentido espiritual o un significado psicológico. De este modo, es probable que apenas recuerden y se vean afectados por los sueños y los acontecimientos sincronísticos y que, cuando los recuerdan no les atribuyan significado alguno.

Como los sueños, la sincronicidad depende de la actividad de la psique. Un sujeto que padece un gran conflicto interno a menudo recuerda sueños de gran intensidad, extrañamente vívidos y cargados emocionalmente. La sincronicidad también parece aumentar de algún modo cuando se produce un sentimiento intenso, ya sea debido a un enamoramiento, o por encontrarse en un período de esfuerzo creativo, o al afrontar un estado de intenso conflicto emocional. Los acontecimientos sincronísticos parecen volverse más frecuentes bajo una tensión emocional acentuada; se incrementan las experiencias extrasensoriales y el uso del I Ching, que depende de la sincronicidad, a menudo aporta lecturas misteriosamente acertadas. Seguramente el aumento de la tención psicológica produce más efectos, o quizá el conflicto emocional provoca desorientación, por lo que el sujeto atiende más a los sueños y a la sincronicidad.

Como en los sueños, que parecen haber sido agrupados con la ayuda experta de algún tipo de modelo central, escogiendo un símbolo o persona concretos para representar otra cosa, del mismo modo el acontecimiento sincronístico parece escoger sus elementos de un modo igualmente imaginativo o incluso jocosamente exacto. Para que sirva de ejemplo de la gran calidad del modelo central y para mostrar cómo un acontecimiento sincronístico puede interpretarse y trabajarse como un sueño, rememoro una conversación durante una cena.

La cena había concluido y habíamos pasado a una habitación con una puerta corredera de cristal que daba a un césped, unos arbustos y una cerca más allá de la que se extendían las ondulantes, sombrías y boscosas colinas de Tiburón. Tres parejas tomaban café y conversaban. Ann, artista, propuso una cuestión que personalmente la turbaba y que ocupó nuestra atención. Describió la experiencia esporádica de cerrar los ojos y ver imágenes de rostros demoníacos, perversos. Reaccionaba instintivamente abriendo los ojos y rompiendo el contacto con lo que quiera que fueran o representaran. Luego se preguntaba si en cambio no debería haberse enfrentado a ellos de algún modo. ¿Acaso los reprimía cobardemente? ¿Era psicológicamente nocivo evadirse de aquella situación?

Como tres de nosotros éramos psiquiatras, otro artista, y Jim, mi marido, era entonces director y redactor de la revista Psychic (ahora titulada New Realities), su pregunta nos interesó desde diferentes perspectivas, y establecimos premisas intelectuales para prolongar el contacto (a través de la imaginación activa o el diálogo) o para eludirlo tal como ella hacía. En medio de este debate, nos interrumpió el ruido que hacía un animal arañando la puerta corredera de cristal.

El sonido nos distrajo. Nos giramos en su dirección y vimos a una mofeta que intentaba entrar. El centro de nuestra conversación se volcó en aquella extraña situación. Era la primera mofeta que nuestros anfitriones veían en los alrededores. Normalmente las mofetas eluden a la gente; ¿por qué esta quería entrar? Nos reímos mucho porque nadie parecía dispuesto a levantarse y dejarla entrar. La velada concluyó poco después, pues se hacía tarde.

Cuando conducíamos de regreso a casa, Jim sugirió la posibilidad de que la mofeta fuera una respuesta sincronística a la pregunta de Ann. Hasta ese momento, el hecho en sí era tan sólo un suceso poco habitual, curioso pero carente de sentido. (Eso es lo que sentía, antes de mi análisis, respecto a mis sueños, que eran en tecnicolor y parecían tener argumento. Para mí tenían un interés relativo, como ir al cine por las noches, y sólo me parecían notables si en ellos ocurría algo inesperado). Al tener en cuenta la sincronicidad, el episodio de la mofeta en la puerta cobró significado. Asombrosamente, en él se dio una respuesta y una analogía con la situación de Ann.

Al querer entrar, la mofeta se asemejaba a los rostros demoníacos. Abrir la puerta habría sido una necedad; la cordura y el sentido común, y no la cobardía, se imponían en esta decisión. Dejar entrar a la mofeta contaminaría y apestaría el espacio vital, sugiriendo metafóricamente que dejar entrar las imágenes demoníacas con una energía negativa haría lo mismo con el espacio interior de la persona. El motivo central de este acontecimiento sincronístico proporcionó un símbolo claro. Pensar en el contexto y los atributos del símbolo sugirió una explicación a la situación de Ann y una posibilidad de acción subsiguiente, a saber, persistir en la evasión.

Para comprender un acontecimiento sincronístico o un sueño, primero podemos preguntarnos por el contexto emocional en el que aconteció. ¿Era conflictivo? ¿Cuál era el problema que requería solución? ¿Cuál era nuestro estado de ánimo y las circunstancias externas? ¿Cómo marchaban nuestros asuntos? Los acontecimientos parecen darse dentro de un contexto emociona, explicando y yuxtaponiéndose a la situación de la vida real. En el ejemplo de la mofeta, el hecho constituyó una explicación por analogía, inmediata y simultánea. A continuación es útil preguntarse qué pueden simbolizar las personas, animales o cosas implicadas en el acontecimiento (una mofeta es bastante obvia) y qué significados análogos puede comportar.

A veces un acontecimiento sincronístico es desconcertantemente obvio para la persona involucrada. El hecho de que su perra fuera atropellada por un coche tuvo un sentido inmediato y singular para una mujer, pues ocurrió tras haberse separado del hombre con el que vivía. Sólo en una ocasión anterior había tenido un perro, y se lo robaron del coche inmediatamente después de que tomara la decisión de no casarse con el hombre con el que vivía en aquel tiempo. En la primera ocasión había roto definitivamente la relación, y nunca encontraron al perro. Esta vez, la separación había sido originada por disensiones en cuanto a valores y estilo de vida, y, aunque la pervivencia de la relación era dudosa, esta aún no había muerto. Asimismo, la perra todavía vivía. Tenía una herida en la espalda y arrastraba las patas traseras y la cola. Si no mejoraba, habría que ponerle la inyección letal. Si la médula espinal se había visto afectada (con una fisura permanente), la perra no se recuperaría; pero si la parálisis era temporal y originada por la lesión, sí sería posible. Tal como se vio más tarde, tanto el perro como la relación sobrevivieron. La médula espinal no había sufrido fisuras, y la separación fue sólo temporal.

Un encuentro sincronístico entre personas a menudo se considera semejante a un sueño lúcido en el que alguien encuentra un símbolo que encauza o resuelve un conflicto. A veces un sujeto tiene un sueño en el que una situación se «soluciona simbólicamente», y puede despertar con una nueva actitud que resuelva la tensión. De un modo similar, un individuo puede tropezarse con otro en un encuentro sincronístico que actúa como un símbolo vivo: el efecto de un encuentro semejante parece alcanzar los niveles más profundos de la psique e insuflar nueva energía, que entonces pasa a ser una fuerza vital decisiva.

Un ejemplo de este tipo de encuentro sincronístico emocionalmente decisivo le ocurrió a una empleada, que durante muchos meses se había encenegado en la indecisión. Quería dejar su trabajo como psicoterapeuta para tener un hijo y trabajar de nuevo como artista. Sin embargo, cada vez que pensaba en ello sucumbía a la ansiedad. Ambos aspectos imperaban de forma sucesiva en su pensamiento, abocándola a la irresolución. Si bien quería ser madre, no quería depender económicamente de nadie, ni siquiera de su marido. Este sentimiento arraigaba en las penurias económicas a las que la prematura muerte de su padre había condenado a ella y a su madre. En aquel tiempo se había apartado de una prometedora iniciación al arte para escoger una salida profesional que garantizara una mayor seguridad económica.

Ahora las circunstancias eran otras. Había vuelto a pintar esporádicamente, lo suficiente como para avivar su antiguo amor, y se sentía preparada para tener un bebé. Era consciente de que eso era lo que realmente quería hacer, pero se mostraba reacia a llevarlo a cabo. Tendría que ir abandonando su consulta privada como terapeuta para poder ser madre y artista, y una parte de ella temía que eso significara abandonar su vida profesional y su independencia para siempre. Se encontraba en un intenso dilema, atrapada entre lo que quería hacer ahora y el temor a arrepentirse más tarde.

En ocasiones, cuando se dan estas circunstancias adviene un sueño decisivo que ayuda a resolver la situación, pero lo que ocurrió en su caso fue un encuentro sincronístico. Había acudido a un simposio de un día y se había sentado cerca de una antigua compañera a la que no había visto en siete u ocho años. Ambas habían trabajado en la misma agencia, pero habían seguido caminos diferentes. En el almuerzo, se acercaron la una a la otra y empezaron a contarse sus vidas. Mientras escuchaba a la otra mujer, sintió que respondía con un impulso de alegría y un repentino sentimiento de liberación de su tensión, pues se vio liberada del conflicto paralizante en el que se hallaba sumida.

Descubrió que su compañera había abandonado su profesión durante seis años para tener un bebé y ser ama de casa. Había cultivado un huerto enorme, había hecho pan en un horno y había vivido una tranquila vida doméstica en un lugar apartado. Durante este período también se había hecho alfarera. Ahora había regresado a su vida profesional y trabajaba e impartía algunas clases en el centro médico.

Encontrar a esta mujer fue como hallar un símbolo que infundió un elemento de fe a su poderoso instinto maternal. Advirtió intuitivamente su sincronicidad; supo que el encuentro tenía un velado significado. Los acontecimientos sincronísticos nos hacen saber que formamos parte de un todo mayor; en encuentros como este, pueden incluso transmitirnos la sensación de que reafirmamos nuestro destino si atendemos al mensaje contenido en el acontecimiento. El impacto de este encuentro fue tan inmediato que dejó el simposio antes de que concluyera, tiró sus anticonceptivos y se pasó la tarde haciendo el amor con su marido.

Si bien los encuentros sincronísticos pueden ser decisivos cuando el nivel simbólico del encuentro se percibe inmediatamente, a veces la toma de conciencia de la sincronicidad es gradual. Y la inmersión en su sentido adviene lentamente. Recuerdo la experiencia de un abogado que tenía dificultades con su trabajo. Aquí el acontecimiento sincronístico se dio a lo largo de varios meses y adoptó la forma de una silenciosa e interminable disputa con otro abogado, que personificaba su «sombra» o su aspecto interno negativo, autodestructivo, el lado oscuro del ser.

Me describió la sensación de languidecer en un empleo como abogado corporativo, realizando un trabajo rutinario y poco estimulante sin ninguna perspectiva futura, excepto más de lo mismo. Se le había considerado excepcionalmente brillante en una de las más prestigiosas universidades de derecho del país y cuando se licenció le ofrecieron un puesto en un importante gabinete de abogados. Empezó a destacar en los pleitos y ganó casos contra hombres experimentados de notoria reputación. Posteriormente, abandonó el gabinete e intentó otras posibilidades hasta acabar donde se encontraba ahora. Se sentía varado y hundido, y pensaba que su empleo y trabajo eran mediocres. También se sentía deprimido y fácilmente irritable: creía que proyectaba sus frustraciones en su familia, volviendo a casa malhumorado y resentido, sin ninguna alegría por encontrarse allí.

Cuando estaba en el trabajo se ponía una máscara; fingía estar ocupado cuando se limitaba a pasar el tiempo. Como Walter Mitty, se imaginaba en otro lugar realizando trabajo interesante, heroico y apreciado por los demás, mientras la rutina lo amargaba y aumentaba el desprecio que sentía por sí mismo.

Descubrió a tiempo que tenía una prioridad personal que estaba ignorando: necesitaba destacar. A pesar de este imperativo y de sus numerosas destrezas, la autorrealización lo había eludido. La búsqueda de una explicación hizo aflorar una poderosa actitud autodestructiva, que menospreciaba y minaba sus esfuerzos. Esta constituía una larvada presencia en su psique, un elemento imbuido de una actitud cínica adolescente en relación con el trabajo y su cumplimiento, que saboteaba y desbarataba cualquier deseo de éxito.

Tras percatarse de cuáles eran sus prioridades personales, actuó rápida y eficazmente. Renunció a su puesto corporativo y pasó a ser un asociado activo en un pequeño y esforzado gabinete, que sus destrezas como litigante podían conducir al éxito. Cuando hizo esto también fue consciente de que esta decisión podía verse socavada por su carácter negativo. Sabía que fracasaría si no afrontaba y superaba la tendencia a abandonar lo que hacía cuando se comprometía en un trabajo, o a holgazanear, mirar las musarañas y tener que disculparse.

Tras asumir que estaba preparado para enfrentar sus tendencias autodestructivas, inesperada y sincronísticamente tuvo un encuentro con la personificación de todos sus rasgos negativos ese hombre era un compañero de oficina, que conoció cuando se embarcó en esa nueva situación. En la superficie, el otro hombre daba una impresión inteligente y encantadora, bastante agradable. Aunque parecía muy atareado, resultaba ser improductivo hasta el punto de que no se cubrían los gastos por tenerlo allí. Estaba deprimido, rechazaba el trabajo y luego pedía disculpas. Mi paciente se concentró obsesivamente en ese hombre, pues pensó que deprimiría a todo el gabinete. Más tarde empezó a darse cuenta de que no lo consideraba un elemento crucial porque era un símbolo vivo de su carácter negativo, un símbolo que respiraba, paseaba y hablaba, y al que se enfrentaba diariamente en la oficina. Quizás esta sincronicidad recurrente sustituyó a los sueños nocturnos en los que había disputado con algún oscuro hombre amenazador que habría representado la lucha con el sombrío elemento que habitaba en él.

Su esfuerzo para enfrentarse al hombre exterior era el mismo que su esfuerzo interior por dominar los intentos de sabotaje de su sombra. Finalmente, ideó un modo de expulsar al hombre de la oficina: encomendándole de forma gradual menos trabajo, una solución que se basaba en el conocimiento de lo que resulta negativo en uno mismo y en la decisión de insuflarle cada vez menos energía hasta que «eso» se desvaneciera. En el momento en que el otro hombre se marchó, sincronísticamente mi paciente había dominado su propia actitud negativa adolescente. Ahora se entregó por completo a su trabajo, se comprometió en sostener el gabinete y empezó a trabajar con eficacia y aceptar responsabilidad.

La diferencia entre un acontecimiento sincronístico que se percibe como inmediatamente significativo, y cuyo sentido nos alcanza como un relámpago intuido, y la situación de evolución lenta de este ejemplo, en la que la toma de conciencia y la resolución necesitan un período de tiempo, es muy similar a lo que sucede en la interpretación de los sueños durante el análisis. Tanto los sueños como la sincronicidad tienen una conexión con el inconsciente colectivo, no es sorprendente que trabajar con ambos guarde ciertas semejanzas.

A veces un sujeto tiene un sueño de gran contenido emocional cuyo sentido resulta evidente de un modo inmediato y lleva a una acción decisiva. Sin embargo, es más común que un soñador se enfrente repetidamente a los mismos temas y comprenda poco a poco el sentido de lo que le pasa en el sueño, haciéndose consciente de la naturaleza del conflicto antes de que se produzca cambio alguno. Los motivos oníricos recurrentes y desagradables persisten normalmente hasta que el conflicto psicológico interno o la situación conflictiva externa se desvanecen. Los acontecimientos sincronísticos siguen el mismo patrón.

Por ejemplo, una mujer tuvo tres accidentes automovilísticos consecutivos, lo cual es como tener pesadillas recurrentes estando despierto. Tenía un récord de ausencia de siniestralidad, a pesar de lo cual tenía que volver a decir: «Soy yo otra vez» al perito de la aseguradora. En cada caso, aparentemente, no tenía culpa alguna. En la primera ocasión, transitaba por un carril central, había frenado y esperaba a que el semáforo cambiara cuando oyó un ruido estridente, deslizante. La calle estaba resbaladiza, húmeda por la primera lluvia de la estación; otra mujer frenó demasiado tarde y la embistió por detrás. El segundo accidente, circulaba por un carril central en el sentido del tráfico cuando de repente otra mujer cambió de carril y se desvió hacia ella (quizá debido a una distracción o a que no miró al ejecutar la maniobra). En el tercer accidente, igual que en el primero, se había detenido en un carril central esperando a que el semáforo le cediera el paso cuando el impacto de otra colisión trasera arrojó su coche a mitad del cruce. En esta ocasión, habían fallado los frenos del coche de una mujer joven y, tras haber chocado por detrás, provocó una fisura en el depósito de gasolina con el consiguiente riesgo de explosión.

¿Cómo podía explicarse todo esto? Ningún razonamiento causal podría dar cuenta de esta secuencia. ¿Era producto de la pura casualidad, de la mala suerte o de la sincronicidad?

El primer accidente parecía ser una metáfora de lo que le inquietaba profundamente: hacía poco había tenido un choque emocional con una compañera, y el intenso sentimiento la había sacudido (una situación que podía haber sido causada por no echar los frenos a la emoción con la rapidez suficiente). El segundo accidente también se tuvo en cuenta la posibilidad de la sincronicidad, pero se descartó. Sin embargo, el tercer accidente resultó absolutamente convincente: el mismo día que tuvo lugar el último accidente (en el que fue alcanzada por el coche de una mujer cuyos frenos fallaron), los frenos del coche de su compañera tampoco respondieron. Después de esto, era el momento de aceptar los accidentes como episodios sincronísticos que explicaban la situación. Los accidentes eran como una serie de sueños en los que el mismo tema se repetía en distintos escenarios hasta que el soñador recibió el mensaje y reconoció que la relación era mutuamente perjudicial. Era el momento de abandonar el intento de ser amigas.

La coincidencia temporal y la calidad simbólica de semejantes acontecimientos convencen a la gente de la sincronicidad. La coincidencia se da entre una situación psicológica y un hecho, encuentro o accidente externos, en el que la situación externa constituye una representación simbólica de la pugna o conflicto psicológico. Tengo la impresión de que la sincronicidad es frecuente, pero que, a menos que el sujeto tome conciencia de la situación psicológica, la coincidencia simbólica no se percibe. Como los sueños que ignoramos, carece de efecto alguno.

En ocasiones un sueño y un hecho externo reverberan juntos, creando la sincronicidad. Por ejemplo, un psiquiatra sueña que poda cuidadosamente un arce japonés. El soñador, un hombre muy hábil que acudía a mi consulta, vio en esa tarea una metáfora de lo que había de hacer. Había invertido su energía en muchas direcciones, lo que lo apartó de su vida profesional. El arce japonés, un símbolo de su yo más profundo, que había aflorado gracias a mi mediación, necesitaba que lo podaran de los brotes más débiles para que el tronco principal creciera robusto. El fin de semana siguiente, cuando en el mundo real podaba y recortaba el arce, consciente del sentido simbólico de la tarea, un escalofrío le subió por la columna vertebral cuando un sentimiento de extrañeza lo invadió junto a una sensación de temor reverencial, conocimiento místico y gozo. Fue una experiencia del Tao a través de la sincronicidad, pues los sueños nocturnos y los sueños en la vigilia coincidieron en su sentido.

Prestar atención a la sincronicidad, igual que a los sueños, aporta una dimensión adicional que enriquece nuestra vida interior y añade una nueva faceta a nuestra conciencia. Para comprendernos a nosotros mismos y la situación en la que estamos inmersos, podemos ir más lejos si recibimos y procesamos información tanto de fuentes simbólicas como de procesos lógicos. Puesto que el pensamiento y las percepciones de los cinco sentidos se procesan en un hemisferio cerebral y las funciones intuitivas y simbólicas parecen residir en otro, cuando tenemos en cuenta la información de ambas fuentes, lógica y simbólica, podemos percibir una imagen global. Nuestra percepción de la naturaleza de la situación y las decisiones que adoptemos respecto a la actitud o la acción que hay que emprender puede fundarse entonces tanto en lo que sabemos o advertimos intuitivamente como en consideraciones racionales.

Puesto que la sincronicidad se parece a los sueños en muchos sentidos, no es sorprendente comprobar que las mismas advertencias acerca de los peligros de dejarse absorber o fascinar demasiado por los sueños también se aplican a este fenómeno. La parcialidad potencial inherente al hecho de centrarse únicamente en los sueños o en la sincronicidad supone la abdicación del pensamiento lógico y el alejamiento de la realidad. Cuando nos internamos en esta senda, el pensamiento mágico nos domina y buscamos presagios que fundamenten nuestros actos. Esta parcialidad también limita con el espectro de la información disponible que podemos evaluar y procesar.

De un modo parecido, confiar sólo en el pensamiento lineal y en la percepción de los cinco sentidos (vista, oído, olfato, tacto y gusto) resulta igualmente empobrecedor. Esto puede suponer una experiencia personal desprovista de contenido emocional y carente de una dimensión espiritual e imaginativa. Necesitamos un componente intuitivo, sensitivo y emocional para apreciar la música, el arte y las experiencias simbólicas. Como los sueños, la sincronicidad nos invita a participar en el nivel simbólico; ahí sentimos que hay un sentido subyacente, que compartimos el inconsciente colectivo de la humanidad, que el tiempo y el espacio son relativos y que, en el transcurso de nuestra vida cotidiana, vivimos una realidad fuera de lo común.

La sincronicidad es como un sueño en la vigilia merced al cual experimentamos al punto de intersección entre la eternidad y el tiempo, donde es real la imposible unión de las esferas de la existencia, y donde lo interior y lo exterior son inseparables. Como un sueño, la sincronicidad revela algo que aprehendemos confusamente; vislumbres del Tao subyacente.