SEÑORITA PRINGLE
ARCHIVO - INDRA
—Mi estimada Indra… lamento que ni siquiera te mandé un correo verbal antes… la excusa de siempre, claro, así que no me molestaré en darla.
»En respuesta a tu pregunta: sí, ahora me estoy sintiendo muy como en casa en el Granomedes, pero cada vez paso menos tiempo ahí, aunque estuve disfrutando de la exhibición del cielo que hice enviar a mi habitación. Anoche, el tubo de flujo brindó una hermosa representación —una especie de descarga de relámpagos entre Ío y Júpiter… quiero decir, Lucifer. Algo así como la aurora boreal de la Tierra, pero mucho más espectacular. Lo descubrieron los astrónomos aun antes de que yo naciera.
»Y hablando de tiempos antiguos: ¿sabías que Anubis tiene un sheriff? Creo que eso es llevar el espíritu de la frontera un poco demasiado lejos. Me hace recordar los relatos que mi abuelo me contaba sobre Arizona… Debo tratar de contar alguno en Medes…
»Esto puede sonar tonto, pero todavía no me acostumbro a estar en la Suite Bowman. Sigo mirando por encima del hombro…
»¿Cómo paso el tiempo? De manera muy parecida a como lo hacía en la torre África: me reúno con los intelectuales locales aunque, como ya te imaginarás, sus conocimientos distan de ser enciclopédicos (espero que nadie haya puesto micrófonos ocultos). E interactué, real y virtualmente, con el sistema educativo: parece muy bueno, aunque con más orientación técnica de la que tú aprobarías. Eso es inevitable, claro, en este ambiente hostil…
»Pero me ayudó a entender por qué la gente vive acá: hay un desafío, un sentido de propósito, si prefieres, que pocas veces encontré en la Tierra.
»Es cierto que la mayoría de los medeanos nació aquí, así que no conocen otros hogares. Aunque son, por lo común, demasiado corteses como para decirlo, creen que el planeta natal se está volviendo decadente. ¿Es así? Y, de serlo, ¿qué es lo que ustedes, territos —como los llaman los nativos—, harán al respecto? Una de las clases de adolescentes que conocí tiene la esperanza de despertarlos: están trazando complejos planes ultrasecretos para la invasión a la Tierra. Después no digan que no les advertí…
»Hice un viaje fuera de Anubis, a la así llamada Tierra de la Noche, donde nunca ven a Lucifer. Diez de nosotros —Chandler, dos miembros de la tripulación de la Goliath, seis medeanos— fuimos al Lado Lejano y perseguimos el Sol hasta que se hundió en el horizonte, así que realmente fue la noche. Pavoroso: muy parecido a los inviernos polares de la Tierra, pero con el cielo completamente negro… casi sentí que estaba en el espacio.
»Tuvimos una vista hermosa de todos los galileanos y miramos a Europa eclipsar… perdón, ocultar… a Ío. Por supuesto, se sincronizó el viaje para que pudiéramos observar esto…
»Varios de los satélites más pequeños también eran apenas visibles, pero la estrella doble Tierra-Luna era mucho más llamativa. ¿Si sentí nostalgia? Con franqueza, no… aunque extraño a mis amigos de allá…
»Y lo siento: todavía no me encontré con el doctor Khan, aunque dejó varios mensajes para mí. Prometo hacerlo en los próximos días… ¡días de la Tierra, no de Medes!
»Los mejores deseos para Joe… saludos para Danil, si es que sabes qué ocurrió con él. (¿Es una persona real otra vez?)… y mi cariño para ti…
ALMACENAR
TRASMITIR
Allá en el siglo de Poole, el nombre de una persona a menudo brindaba un indicio sobre la apariencia de esa persona, pero eso ya no fue cierto treinta generaciones después: el doctor Theodore Khan resultó ser un rubio nórdico que podría haber estado más a tono en una barca vikinga que devastando las estepas del Asia central. Sin embargo, no habría sido demasiado impresionante en cualquiera de esos papeles, porque tenía menos de ciento cincuenta centímetros de altura. Poole no pudo resistir un poco de psicoanálisis de aficionado: la gente de baja estatura a menudo lograba ir más allá de sus objetivos en forma agresiva, lo que, a juzgar por las pistas de Indra Wallace, parecía ser una buena descripción del único filósofo residente de Ganimedes. Era probable que Khan necesitara esas características para sobrevivir en una sociedad de mentalidad tan práctica.
La Ciudad Anubis era demasiado pequeña como para ufanarse de tener una ciudad universitaria, lujo que todavía existía en los demás mundos, aunque muchos estaban convencidos de que la revolución de las telecomunicaciones la había vuelto obsoleta. En vez de eso, contaba con algo mucho más adecuado, así como siglos más antiguo: una academia, a la que ni le faltaba un bosquecillo de olivos que habría engañado al propio Platón… hasta que intentara caminar a través de él. El chiste de Indra respecto de departamentos de filosofía que no precisaban más equipo que un pizarrón evidentemente no tenía aplicación en ese complejo ambiente.
—Se la construyó para albergar a siete personas —informó el doctor Khan con orgullo, una vez que se acomodaron en sillas evidentemente diseñadas para que no fueran demasiado cómodas—, porque ésa es la cantidad máxima con la que se puede interactuar de manera eficiente. Y, si se cuenta el fantasma de Sócrates, ése fue el número de presentes cuando Fedón pronunció su famosa alocución…
—¿Aquella sobre la inmortalidad del alma? Fue tan evidente que Khan estaba sorprendido, que Poole no pudo evitar reír:
—Hice un curso relámpago en filosofía justo antes de graduarme: cuando el programa ya estaba planeado, alguien decidió que nosotros, ingenieros trogloditas, debíamos recibir algo de cultura general.
—Me encanta oír eso, ya que facilita mucho las cosas. Sabe, todavía no puedo creer en mi suerte. ¡Su llegada aquí casi me tienta a creer en los milagros! Hasta había pensado en ir a la Tierra para conocerlo… ¿La querida Indra ya le habló sobre mi… eh… obsesión?
—No —respondió Poole, aunque no con total veracidad.
El doctor Khan parecía muy complacido: era más que evidente que le encantaba haber hallado un público nuevo.
—Puede ser que haya oído que se me llama ateo, pero eso no es absolutamente cierto. El ateísmo no se puede probar; es algo tan carente de interés. No importa cuán poco factible sea, nunca podemos estar seguros de que Dios no haya existido… y que ahora se haya lanzado hacia el infinito, donde nadie puede encontrarlo siquiera… Al igual que Gautama Buda, no tomo posición en este tema. Mi campo de interés es la psicopatología a la que se conoce como Religión.
—¿Psicopatología? Ese es un juicio duro.
—Ampliamente justificado por la historia. Imagine que usted es un extraterrestre inteligente, al que sólo le interesan las verdades comprobables. Descubre una especie que se autodividió en miles… no, para este momento, millones… de grupos tribales que sostienen una increíble variedad de creencias sobre el origen del universo y el modo de comportarse en él. Aunque muchos de ellos tienen ideas en común, aun cuando existe una superposición del noventa por ciento, el uno por ciento restante es suficiente para que se dediquen a matarse y torturarse los unos a los otros por cuestiones doctrinarias triviales, por completo desprovistas de significado para los de afuera.
»¿Cómo explicar una conducta tan irracional? Lucrecio dio en el clavo cuando dijo que la religión era el subproducto del miedo, la reacción ante un universo misterioso y, a menudo, hostil. Durante mucho de la prehistoria humana puede haber sido un mal necesario, ¿pero por qué era tanto más mal que necesario, y por qué sobrevivió cuando ya no era necesario?
»Dije «mal», y es exactamente lo que quiero decir, porque el miedo lleva a la crueldad. El conocimiento más escaso que se tenga de la Inquisición hace que uno se sienta avergonzado de pertenecer a la especie humana… Uno de los libros más repulsivos que se haya publicado jamás fue El martillo de las brujas, escrito por un par de pervertidos sádicos y que describe las torturas que autorizó la Iglesia… ¡que alentó!… para arrancar «confesiones» de miles de viejas inofensivas, antes de quemarlas vivas… ¡el Papa mismo escribió un prólogo aprobatorio!
»Pero la mayoría de las demás religiones, con unas pocas excepciones honorables, fue tan mala como el cristianismo… Incluso en el siglo de usted, se mantenía encadenados a niñitos y se los flagelaba hasta que recordaran de memoria volúmenes enteros de monserga mojigata, y se los privaba de su niñez y adultez para convertirlos en monjes…
»Quizás el aspecto más desconcertante de todo este asunto es de qué modo los locos, siglo tras siglo, proclamaban que ellos, ¡y solamente ellos!, habían recibido mensajes de Dios. Si todos los mensajes hubieran coincidido, eso habría resuelto la cuestión pero, claro está, eran salvajemente discordantes, lo que nunca impidió que los autoproclamados mesías congregaran miles, a veces, millones, de adherentes, los que luchaban hasta la muerte contra creyentes igualmente alucinados en una fe que difería en detalles microscópicos.
Poole creyó que era tiempo de que pudiera decir algo:
—Usted me hace recordar algo que sucedió en mi pueblo natal cuando yo era niño: Un hombre santo, abro comillas, cierro comillas, se instaló y proclamó que podía hacer milagros… y reunió una multitud de fanáticos en prácticamente un abrir y cerrar de ojos. No eran ignorantes o analfabetos; a menudo provenían de las mejores familias. Todos los domingos yo solía ver costosos autos estacionados en torno de su… eh… templo.
—Se lo llamó «Síndrome de Rasputín». Hay millones de casos así por toda la historia, en todo país. Y alrededor de una vez de cada mil, el culto sobrevive durante algunas generaciones. ¿Qué pasó en este caso?
—Pues bien, la competencia se sentía muy inquieta e hizo todo lo que pudo para desacreditarlo. Ojalá pudiera acordarme de su nombre… solía emplear uno indio, largo… swami No-Se-Qué… pero resultó venir de Alabama. Una de sus artimañas consistía en hacer aparecer objetos sacros de la nada, y entregárselos a sus adoradores. Ocurrió que nuestro rabino local era un aficionado a la prestidigitación, y dio demostraciones públicas en las que mostraba exactamente cómo se hacía. Todo eso no sirvió para nada: los creyentes dijeron que la magia de su maestro era real, y que el rabino simplemente estaba celoso.
»En una época, y lamento decirlo, mamá tomó a ese bribón en serio; fue poco después que papá nos abandonara, lo que puede haber tenido algo que ver con eso, y me arrastró a una de las sesiones. Yo tenía unos diez años nada más, pero pensé que nunca había visto a alguien de aspecto más desagradable: tenía una barba que podría haber dado cobijo a varios nidos de aves, y era probable que así fuera.
—Lo que me describe parece ser el modelo clásico. ¿Durante cuánto tiempo floreció?
—Tres o cuatro años. Después tuvo que dejar el pueblo con apremio: se lo descubrió organizando orgías de adolescentes. Naturalmente, él afirmó que estaba utilizando técnicas místicas para la salvación del alma. Y no me va a creer…
—Inténtelo…
—Aun en ese momento, miles de sus incautos seguían teniendo fe en él: su dios no podía equivocarse, así que tenían que haberle hecho la cama.
—¿Hecho la cama?
—¡Lo siento: acusado con pruebas falsas, algo que a veces usaba la policía para capturar delincuentes, cuando todo lo demás fracasaba.
—Hmmm. Bien, su swami era perfectamente típico: estoy bastante decepcionado. Pero me sirve para demostrar mi aserto: que la mayoría de la humanidad siempre estuvo loca, parte del tiempo cuando menos.
—Es un ejemplo bastante poco representativo: un pequeño suburbio de Flagstaff.
—Cierto, pero se lo podría multiplicar por miles, y no sólo en su siglo, sino a través de todas las edades. Nunca hubo cosa alguna, no importa cuán absurda, que cantidades enormes de personas no estuvieran dispuestas a creer a pies juntillas, a menudo de manera tan apasionada que habrían luchado hasta la muerte antes que abandonar sus espejismos. Para mí, ésa es una buena definición operativa de locura.
—¿Usted sostendría, entonces, que cualquiera que tuviera fuertes creencias religiosas estaba loco?
—En un sentido estrictamente técnico, sí… si es que se trata de alguien realmente sincero y no de un hipócrita. Tal como sospecho que lo era el noventa por ciento.
—Estoy seguro de que el rabino Berenstein era sincero… y era uno de los hombres más cuerdos que yo haya conocido, así como uno de los mejores. ¿Cómo explica usted eso? El único genio verdadero que conocí jamás fue el doctor Chandra, que dirigió el proyecto HAL. Una vez tuve que entrar en su oficina: no hubo respuesta cuando golpeé en la puerta, y creí que el doctor no estaba.
»Le estaba rezando a un grupo de fantásticas estatuitas de bronce, todas cubiertas con flores. Una de ellas parecía un elefante… otra tenía una cantidad de brazos mayor que la normal… Me sentí muy avergonzado pero, por fortuna, no me oyó y salí de ahí en puntas de pie. ¿Diría usted que Chandra estaba loco?
—Usted eligió un mal ejemplo: ¡los genios a menudo lo están! Así que digamos: no loco, pero mentalmente debilitado a causa del acondicionamiento recibido en la niñez. Los jesuitas afirmaban: «Dadme un niño durante seis años, y lo haré mío de por vida». Si ellos se hubieran apoderado del pequeño Chandra a tiempo, habría sido un devoto católico… no uno hindú.
—Es posible, pero estoy perplejo: ¿por qué estaba usted tan ansioso por conocerme? Temo que nunca fui devoto de algo. ¿Qué tengo yo que ver como todo esto?
Lentamente, y con el obvio deleite del hombre que se libera de un pesado secreto guardado por mucho tiempo, el doctor Khan le contestó.