5. Educación

Poole se sintió a la vez atónito y encantado cuando llevaron el televisor a la habitación y lo colocaron a los pies de su cama. Encantado, porque padecía un caso leve de inanición informativa, y atónito porque se trataba de un modelo que ya era obsoleto en su propia época.

—Tuvimos que prometerle al museo que lo devolveríamos —le informó la jefa de enfermeras—, y espero que usted sepa cómo usar esto.

Mientras acariciaba el control remoto, Poole sintió que una ola de tremenda nostalgia lo inundaba. Como pocos aparatos más podrían hacerlo, ése le trajo recuerdos de su niñez y de los días en los que los televisores eran demasiado estúpidos como para entender órdenes verbales.

—Gracias, jefa. ¿Cuál es el mejor canal? La mujer pareció quedar perpleja por la pregunta, pero después se le iluminó la cara:

—Ah, ya entiendo lo que quiere decir. Pero el profesor Anderson cree que usted aún no está listo, así que Archivos reunió una colección que hará que se sienta como en su casa.

Poole se preguntó brevemente cuál sería el medio de almacenamiento en esos nuevos tiempos. Todavía podía recordar los discos compactos, y su excéntrico y querido tío George había sido el orgulloso poseedor de una anticuada colección de discos de vinilo. Pero no había duda alguna de que el torneo tecnológico debió de haber culminado hacía siglos según el usual estilo darwiniano, con la supervivencia del más apto.

Tuvo que admitir que la selección estaba bien hecha, por alguien (¿Indra?) familiarizado con los comienzos del siglo XXI. No había material perturbador: nada de guerras y violencia, y muy poco de negocios o política contemporáneos, todo lo cual ahora sería por completo improcedente. Había algunas comedias livianas, encuentros deportivos (¿cómo supieron que él había sido un entusiasta aficionado al tenis?), música clásica y popular, y documentales sobre la vida silvestre.

Y quienquiera que hubiese armado esa colección debió de haber tenido sentido del humor, pues de otro modo no habría incluido episodios de cada serie de Viaje a las estrellas. Cuando niño, Poole había conocido a Patrick Stewart y Leonard Nimoy: se preguntó qué habrían pensado, de haber podido saber el destino del pequeño que tímidamente les había pedido el autógrafo.

A su pensamiento lo asaltó una idea deprimente, poco después de empezar a explorar —mucho del tiempo en Avance Acelerado— esas reliquias de lo pasado: en alguna parte había leído que para fines de siglo, ¡de su siglo!, había aproximadamente cincuenta mil estaciones de televisión trasmitiendo simultáneamente. Si esa cifra se había conservado, y muy bien pudo haber aumentado, para esos momentos millones de millones de horas de programas de televisión debían de haber salido al aire. Así que aun el cínico más empedernido admitiría que era probable que hubiera, cuando menos, mil millones de horas de espectáculo que valía la pena ver… y millones que resultarían aprobados por las pautas más altas de excelencia: ¿cómo encontrar esas pocas agujas en un pajar tan gigantesco?

La idea era tan abrumadora —en verdad, tan deprimente— que, después de una semana de cada vez mayor navegación sin curso por los canales, Poole pidió que se llevaran el televisor. Quizá por suerte, cada vez tuvo menos tiempo para sí mismo durante las horas de vigilia, que continuamente se prolongaban más a medida que recobraba las fuerzas.

No había peligro de aburrirse, gracias al desfile incesante de no sólo los investigadores más serios, sino también de ciudadanos inquisitivos y, es de suponer, influyentes, que se las habían amañado para filtrarse a través de la guardia pretoriana impuesta por la jefa de enfermeras y el profesor Anderson. De todos modos se alegró cuando, un día, reapareció el televisor: estaba empezando a padecer síntomas de abstinencia y, esta vez, decidió ser más selectivo en lo que veía.

La venerable antigüedad llegó acompañada por Indra Wallace, que tenía una sonrisa de oreja a oreja.

—Hemos encontrado algo que usted debe ver, Frank. Creemos que lo ayudará a adaptarse… sea como fuere, estamos seguros de que lo disfrutará.

Poole siempre había pensado que esa observación era la receta para obtener aburrimiento garantizado, y se preparó para lo peor. Pero el comienzo lo atrapó instantáneamente, retrotrayéndolo a su antigua vida como muy pocas cosas pudieron haberlo hecho. Reconoció de inmediato una de las voces más famosas de su época, y recordó que había visto ese mismo programa antes:

—Atlanta, 31 de diciembre de 2000…

»Ésta es CNN International, a cinco minutos del amanecer del nuevo milenio, con todos sus desconocidos peligros y promesas…

»Pero antes de que intentemos explorar el futuro, echemos un vistazo mil años atrás y preguntémonos: ¿Alguien que viviera en el año 1000 de la era común pudo haber imaginado, siquiera remotamente, nuestro mundo, o entenderlo, si se lo transportara en forma mágica a través de los siglos?

»A casi toda la tecnología que aceptamos como algo natural se la inventó cerca del final mismo de nuestro milenio; la mayor parte de ella, en los últimos doscientos años: la máquina de vapor, la electricidad, los teléfonos, la radio, la televisión, el cine, la aviación, la electrónica y, en el transcurso de una sola generación, la energía nuclear y los viajes espaciales… ¿qué habrían pensado de esto las más grandes mentes del pasado? ¿Cuánto tiempo un Arquímedes o un Leonardo habrían podido conservar la cordura, si se los hubiera trasladado abruptamente a nuestro mundo?

»Resulta tentador creer que a nosotros nos iría mejor si se nos trasladara mil años hacia el futuro. Seguramente ya se habrían hecho los descubrimientos científicos fundamentales. Si bien habrá grandes perfeccionamientos en la tecnología, ¿habrá algún artefacto, alguna cosa, que resulte tan mágico e incomprensible para nosotros como una calculadora de bolsillo o una cámara de televisión lo habrían sido para Isaac Newton?

»Quizá nuestra era realmente esté escindida de todas aquellas que se fueron antes. Las telecomunicaciones, la capacidad de registrar imágenes y sonidos otrora irremediablemente perdidos, la conquista del aire y del espacio… todo esto ha creado una civilización que está más allá de las fantasías más extravagantes del pasado. Y, lo que es igualmente importante, Copérnico, Newton, Darwin y Einstein modificaron de tal manera nuestra manera de pensar y nuestra perspectiva del universo, que para los más brillantes de nuestros predecesores casi podríamos dar la impresión de ser una nueva especie.

»¿Y nuestros sucesores, dentro de mil años, nos mirarán con la misma piedad con la que contemplamos a nuestros ignorantes y supersticiosos ancestros, plagados de enfermedades y condenados a una vida breve? Estamos convencidos de que conocemos las respuestas para las preguntas que ellos podrían habernos hecho pero… ¿qué sorpresas guarda para nosotros el Tercer Milenio?

»Bueno, aquí viene…

Una gran campana empezó a dar los tañidos de la medianoche. La última vibración siguió latiendo en el silencio…

—Y así es como fueron las cosas… adiós, maravilloso y terrible siglo XX…

Después, la imagen se deshizo en infinita cantidad de fragmentos, y un nuevo locutor se hizo cargo, hablando con el acento que ahora Poole podía entender con facilidad, y que de inmediato lo trasladó al presente:

—Ahora, en los primeros minutos del año 3001, podemos responder a esa pregunta del pasado.

»Ciertamente, la gente del 2001 a la que ustedes acaban de observar no se sentiría tan completamente abrumada en nuestra época como alguien del 1001 se habría sentido en la de ellos. Muchos de nuestros progresos tecnológicos habrían sido previstos por ellos; en verdad, habrían esperado ciudades en satélites, y colonias en la Luna y los planetas. Hasta se podrían haber desilusionado, porque todavía no somos inmortales y sólo hemos enviado sondas a las estrellas más próximas…

Bruscamente, Indra apagó la grabación.

—Vea el resto después, Frank: se está cansando. Pero sí espero que lo ayude a adaptarse.

—Gracias, Indra. Tendré que conversarlo con la almohada. Pero en verdad me demostró algo.

—¿Qué?

—Que debo estar agradecido por no ser alguien del 1001 que hubiera caído en el 2001. Eso representaría un salto cuántico demasiado grande: no creo que alguien se pudiera adaptar a eso. Yo, por lo menos, conozco la electricidad y no me muero de miedo si una imagen empieza a hablarme.

«Espero», se dijo Poole, «que mi confianza esté justificada. Alguien dijo una vez que la tecnología suficientemente avanzada no puede distinguirse de la magia. ¿Me encontraré con la magia en este nuevo mundo… y sabré manejarla?».