Hace pocos días

La bruja tenía hambre. Rezaba para que su mentora estuviera en Aramis, sonriente, al lado de los suyos. Ya que… [el alma oscura que va allá estará entre sus iguales…] ella era una de las mejores entre las suyas.

Estaba escondida y aislada, pero necesitaba comer. Fue entonces cuando decidió salir de aquella casa y entonar sus mantras oscuros. Y bailar sus danzas eufóricas. Y encender sus velas de sangre. Y colocarlas sobre sus cráneos putrefactos.

Esperó tres días hasta que el alimento apareciera. Las presas llegaron tomadas de la mano. Y caminaron hasta ella.

Ella vio cuando llegaron. No tenían el tamaño suficiente, pero serían excelentes alimentos para una bruja negra cada día más flaca. Se detuvieron ante aquel escondrijo como si fuera una vieja caverna, y ella sabía lo que sentían.

Finalmente, aquella casa para sus recién llegados no era el engaño hacia una trampa. Era una invitación. [Una simbiosis…]

Una maldita simbiosis.

Y si alguien decidía entrar allí, era eso en lo que su vida entera se convertiría.

Con todo, aquel día ella sabía que no era la forma de las fauces abiertas de un gran cocodrilo lo que verían aquellos dos fugitivos.

No aquel día.

No en aquel instante.

No aquellos que estaban allí.

A la postre era un hecho: a esa bruja siempre le gustaron los dulces.

João y María Hanson se detuvieron ante aquella casa extraña, sin creer en lo que veían. Adentro, Babau los observaba acercarse con fascinación a través de sombrías rendijas de ángulos torcidos.

Aquel sería un día extraño.