Otros días

Nazareth se convirtió en discípula de madre Goethe. Y la niña pasó décadas aprendiendo secretos susurrados ante cráneos putrefactos y velas que quemaban sangre. Aprendió cómo asfixiar a recién nacidos, y cómo arrancar los ojos de los niños sin que gritaran. Mucho. Aprendió cómo agriar la leche de las madres, y cómo hacer que un perro babeara espuma y mordiera la mano que lo alimentaba. Descubrió cómo usar el ego de un hombre para enloquecerlo, y cómo usar la vanidad para hacer que una mujer vendiera su alma. Entendió el poder de la carne humana y se envició en la sangre que era servida en tazas desgastadas. Encendió velas a semidioses sombríos. Dio nombres a muñecas sin vida. Entonó mantras prohibidos y durmió desnuda en medio de hombres a los que más tarde devoró. Conoció a otras brujas, las de la vida eterna y las de la buena vida, y frecuentó reuniones a las cuales fue invitada y otras de las que fue expulsada.

Pasaron muchos años, e incluso cuando comenzó la Cacería de Brujas, la mujer sobrevivió. Aun cuando su mentora creyó que ya estaba lista y se fue para seguir su propio camino, sobrevivió. Y se ganó el respeto para ser aceptada en un consejo de brujas y magos oscuros de los peores tipos.

Se escondió como un animal. Escapó de los cazadores y se dio a sí misma un nuevo nombre.

Conoció a brujas blancas, pero se consideró mejor que ellas. Y cayeron los aquelarres, y prohibieron el sabbat. Las brujas fueron torturadas y quemadas, y se ocultaron en las sombras de sus propias existencias para no sucumbir de una vez ante su propia vida eterna. Sin embargo, los caballeros de armaduras oscuras tenían una misión, y cada mujer que trazó un pentagrama en la vida o recorrió laberintos oscuros terminó como combustible para hogueras que exhalaban el mismo olor a carne asada que la quema de… [¿carne de animales…?] cuerpos de animales.

Cuanto regresó a la antigua caverna, Nazareth encontró sólo cuerpos en descomposición y anillos de huesos derretidos. Sin embargo, uno de ellos había rodado junto con un dedo de la quemada y había sido pateado sin querer por un cazador.

Ella reconocía aquella joya blanca llena de nervaduras, que más parecía un globo ocular.

Y en aquel momento, tomando en sus manos el dedo arrancado y fijándose mejor en la joya macabra, al fin se dio cuenta de que tal vez en realidad lo fuera.

Era un hecho: madre Goethe estaba muerta.

Y a ella le correspondía ahora la vida eterna.