Epílogo

Todo comenzó con Bruce Lee.

Por lo común no vemos muchas cosas así por ahí. Es difícil encontrar escritores que digan cosas como: «¡Ah, un día estaba yo viendo la tele y bum! ¡Los Beatles entraron en el escenario! ¡A partir de ese momento supe que sería escritor!». Aunque eso sea verdad, el sujeto en cuestión prefiere inventar una historia más tradicional y agradable a una élite intelectual que escribe mucho, pero que nadie lee (y si el ciudadano se propone vivir de contar historias, ¿por qué no comenzar con la suya propia, no?).

Bueno, como sea.

Lo que yo sé es que mi historia fue así, y a mí me gusta.

Además, yo no fui un niño normal.

Recuerdo haber visto a Bruce Lee a los seis años. Y que eso cambió mi vida entera (¡eh!, hay gente hoy en día que no llega a vivir seis años, ¿cierto?). Y recuerdo que eso hizo que aquel morenito se prometiera a sí mismo que sería cinta negra, trabajaría en el cine y sería escritor. Y cuando una criatura de seis años se hace a sí misma una promesa como esa, parece saber lo que hace.

La mayoría de las veces no lo sabe.

Pero parece.

Admito, aquí entre nos: Jorge Amado también tuvo la culpa; Monteiro Lobato, Robert Howard (el de Conan), Neil Gaiman, Alan Moore, Frank Miller, ídem. Pero si me pongo a citar a todos los culpables que me trajeron hasta aquí, la acusación hablaría más que la defensa y la audiencia entraría en receso.

Bueno, lo relevante es que algunos de los primeros libros que tuve fueron de una colección de tapa dura verde con varios cuentos de hadas.

Perdí la cuenta de cuántas veces leí cada uno de esos libros.

Leía aquellas historias y me gustaban mucho, lo admito, pero algo en particular me hacía sentir incómodo: la palabra «fin». La verdad sea dicha: esa palabra no me molestaba sólo en los cuentos de hadas, sino en cualquier otra historia. ¿Será que el personaje de Patrick Swayze en Ghost estará bien parado actualmente en el mundo espiritual? (¿Y, hoy en día, el propio Patrick?). ¿Será que el personaje de Brad Pitt consiguió superar la pérdida de su esposa a manos del maniaco de Seven? ¿Roger Rabbit seguirá siendo feliz con Jessica Rabbit? ¿Los Goonies ya tienen hijos? ¿Los héroes de La caverna del dragón volvieron o no a casa? ¿Y Bruce Leroy generó discípulos? (A la postre, un tipo que sujeta balas con los dientes debería tener esa obligación, ¿no?).

Esas dudas martillaban mi cabeza. Y fue así como comencé a transcribirlas al papel. ¿Por qué la abuela de Caperucita Roja vivía sola en medio del bosque? ¿Y qué diablos es ese nombre para una niña? ¿Por qué fue enviada sola por la madre? Si hubiera intentado irme solo a la escuela a esa edad, mi madre me habría pegado de coscorrones (si supiera que los lobos andaban sueltos por ahí, digo…). Y si los padres se separan, ¿será que la princesa y el príncipe también tienen crisis conyugales? En uno de aquellos libros de tapa dura, una de las hadas le decía a la Bella Durmiente que se casaría con un príncipe de muchas virtudes y que sería envidiada por todas las mujeres. Y yo me preguntaba por qué un hada diría que la cima del éxito humano consistía en ser envidiado por alguien.

Bueno, esto da para imaginar que comencé a garabatear mi propia versión de las cosas.

Sólo que las cosas acabaron yendo demasiado lejos.

Nueva Éter no fue inventada por mí.

Yo podría decir que sí, y eso tal vez hasta me facilitaría la vida en este momento, pero no me quedaría en paz si dejara que creyeras eso. Pese a creer en ella desde la adolescencia, me sentiría tan arrogante en afirmarme como su inventor como lo sería Newton si se autoproclamara inventor de la ley de la gravedad.

Porque de hecho no existe un invento.

En realidad, existe un descubrimiento.

La cuestión es que Nueva Éter existe en un lugar en el éter al que no se accede en el plano material, sino que tiene las puertas abiertas de par en par en el plano mental. La historia fue transmitida de la forma en que me fue narrada, y el texto que tienes hoy en tus manos contiene todo lo que me permitió comprenderla.

A pesar de las relecturas de los cuentos de hadas, Nueva Éter se escapa de la tradición de una historia de fantasía. Los personajes hablan de manera diferente a como suele suceder; no existe el concepto común de «era medieval» o incluso de la forma de pensamiento tradicional de lo que sería una forma de evolución del pensamiento de aquí.

En algunos momentos tiene la sobria seriedad de un Señor de los anillos; en otros, la ligereza sombría de una Caverna del dragón; en otros, la poesía de una Final Fantasy; en otros, el metalenguaje de una Historia sin fin.

Nueva Éter es diferente. Es lo que es. Y tal vez por eso haya dado tan buen resultado.

Allí lo fantástico camina al lado de lo espiritual, y las búsquedas de los personajes suelen ser diferentes a la manera como tales historias trabajan la jornada del héroe. En cada volumen los personajes, antes inocentes, se vuelven más densos, pasan por provocaciones más duras y descubren cómo el dolor obliga a madurar más rápido al espíritu humano.

Y lo vuelve más fuerte.

Allí el papel de la cultura pop va mucho más allá de meras referencias, como alguien menos atento podría imaginar en una primera lectura. La cuestión es que los novaeterianos saben que existes. Quiero decir, ellos no entienden muy bien cómo funciona la cosa, así como nosotros no entendemos muy bien cómo funcionan los dioses por encima de nosotros, pero sabemos que ellos están allá.

Creo.

Y también saben que ellos mismos sólo existen a causa de nuestro plano mental. Así, lo que da vida a Nueva Éter es lo que existe en la imaginación colectiva de nuestra humanidad.

Así como el imaginario colectivo de allá influye en el nuestro, los perfiles fakes de los personajes en las redes sociales influyen en las frases de la serie posteadas en Twitter; las frases y las actitudes de los personajes en Nueva Éter están influidas por nuestro imaginario colectivo, como las citas oriundas de la cultura pop de aquí reverberan allá.

Los personajes de Nueva Éter no saben de dónde vienen esos relampagueos, de la misma forma en que (mucho) de vez en cuando nosotros tenemos relampagueos, expresiones y actitudes relativamente divinas o trascendentales, aunque no sepamos de dónde provienen.

Pero sabemos que se originan en algún lugar fuera de lo común.

El texto que tienes en tus manos se encuentra mucho más cerca de la versión original que escribí de lo que estaba en la hoy rara primera edición. No hay diferencias en la trama, sólo algunas expansiones y ajustes en relación con la preparación del texto de esa edición. Además, cuenta con detalles que los semidioses solicitaron para que la narrativa del bardo responsable se volviera aún más agradable y ellos aumentaran las monedas de príncipes a la hora de pasar el sombrero.

Además, se ha incluido el mapa de Nueva Éter y un cuento antes sólo disponible por descarga, que debería ponerte los cabellos de punta, aunque con una sonrisa en el rostro, si eliges leerlo después o al final de Los dragones de Éter. Cazadores de brujas.

Con todo, la mayor ganancia que esta o cualquier otra edición de Los dragones de Éter puede tener, se encontrará siempre en el recibimiento con que miles de lectores abrazan y dan vida a este universo.

Existen los relatos de los que se emocionaron, de los que lidiaron mejor con la pérdida, de los que se identificaron con determinados pasajes, de los que se inspiraron para comenzar a escribir, de los que comenzaron a creer en el sueño humano como una forma de evolución.

No importan las consecuencias. Importa que esos relatos existen y que esos sentimientos que los envuelven nunca se pierden. (¿En serio nunca?).

Nunca se pierden.

Existe algo de fantástico en cada pulsación que genera vida. Existe algo de grandioso en cada acto en pro de significados más allá de lo material.

Un soñador no sólo es capaz de dar vida a nuevos mundos. Es capaz de transformar el mundo en que vive en un mundo mejor.

Y cercano al mundo que sueña.

Porque, en el proceso, es por ese sueño que madura. Y en la madurez de esa concretización él se modifica. Y se modifica a sí mismo. Y modifica a otros.

Porque se vuelve un ejemplo de modificación.

Un ejemplo que reverbera por el éter. Y lo transforma en señor de su propia existencia.

Y es eso. Y sólo eso.

Es sólo eso lo que separa a los hombres de los auténticos dioses.

Nueva Éter no fue inventada por mí.

Yo podría decir que sí, y eso tal vez hasta me facilitaría la vida en este momento. Pero si ella sobrevivió a su descubrimiento, y si ella hoy todavía pulsa y permanece viva reverberando los hechos extraordinarios en dimensiones que el mundo material no puede alcanzar, es en realidad porque tú existes.

Y sueñas con ella.

Y sueñas con nosotros.

Y la haces soñar contigo.

Gracias por nunca, nunca despertar.

RAPHAEL DRACCON