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Ariane y Anna Narin insistieron en ayudar a madame Viotti, pero la señora se rehusó con vehemencia. En breve sonaría el toque de queda y eso era motivo suficiente para que hubiera llegado la hora de volver a sus hogares. Cierto, tú y yo sabemos que este se había adelantado, pero ellas jamás lo habrían escuchado a la distancia que se encontraban, menos aún en ese cuarto escondido.

Aquel hecho cambiaría del todo el desarrollo de la historia.

Madame Viotti dijo que haría una limpieza rápida del lugar con la escoba y que prefería hacerlo sola. También deseaba pensar en Ariane y en lo que representaba su iniciación. Al fin la señora y la señorita Narin acataron la solicitud de la sacerdotisa, no sin antes preguntarle sobre la misteriosa mujer a quien Ariane había visto con frecuencia. En realidad, Anna se imaginaba muy bien quién era, pero necesitaba el respaldo de la sacerdotisa:

—¿Cabellos largos y rojos como sus ojos? ¿Vestido carmesí? ¿Siempre llorando? ¡Buen…! ¡No hay duda de que has visto a la Banshee, querida!

—¡Otra vez ese nombre! ¡Fue lo que dijo mi madre!

—Pensé que se trataría de ella, madame, pero decidí consultarla antes. Ahora… En un principio me preocupé, pero… ¿no le parece extraño que una niña vea a la Banshee varias veces… y siga con vida para contarlo?

—Sí, no es normal —madame Viotti hizo un gesto curioso, que recordaba mucho a los de Sabino—. ¿Sabes, querida Anna? Entiendo que deberíamos preocuparnos si Ariane nos hubiera dicho esto una sola vez. Pero si la nena ya la vio tantas veces, al punto de perder la cuenta, entonces me parece que está claro.

—Quiere decir que ella la puede ver sin resultar afectada; ¿es eso?

—Es justo lo que digo, querida. ¿No fuimos testigos de su facultad para ver a los elementales? Te aseguro que percibirá muchas más cosas que pocos pueden ver. Por eso les digo: me quedaré aquí todavía un rato. Debo pensar en lo que simboliza esta niña. Incluso tal vez la madre Creadora converse un rato con esta, su anciana hija…

—Ah… ¡Cómo…! ¿Alguien me puede explicar al fin, por el amor de un semidiós, quién es esa tal «BianSí»?

—¡La Banshee es la enviada de la muerte, querida! —dijo madame Viotti, y Ariane se congeló y abrió mucho los ojos, conteniendo la respiración—. Cuando alguien la ve, llora porque sabe que su muerte está próxima y será inevitable. Por lo visto, así como tú puedes verla, es muy probable que poco a poco lo hagas con otros seres invisibles para la mayoría de las personas.

—¿Por eso ella siempre está llorando?

—Sí, por eso. Y las personas, cuando la ven, saben o presienten lo que ocurrirá con ellas y lloran también. Con un detalle interesante…

—¡Lo hacen por un solo lado del rostro! —dijo Ariane, con lo que no sólo provocó la sorpresa de la madame, sino de su propia madre.

—Exactamente, mi amor. Ahora ve, lleva a tu madre directamente a casa pues, como les dije, esta otra hija aún tiene mucho que conversar con su Madre…

Ariane y Anna Narin salieron de aquel cuarto y partieron. Nada estaba fuera de lugar en el camino a la cabaña, y por eso no se preocuparon más. Siguieron caminando hacia su propia casa, a la espera de ser interrogadas por el viejo Golbez Narin en cuanto llegaran.

En eso pensaban cuando escucharon el ruido: los arbustos sacudiéndose, las charlas excesivas, las voces numerosas y aquella energía extraña que se apoderaba del ambiente. No, esta vez no era ningún lobo violento con deseos de atacar a una o dos Narin, aunque el miedo era el mismo. De repente apareció una docena de soldados portando uniformes con el escudo real bien en el pecho y armas cortantes desenfundadas, listas para el ataque.

—Señoras, ¿nos pueden decir qué hacen las dos solas en medio del bosque después del toque de queda? —el soldado era bajo y hostil.

—Per… perdone… —Anna estaba asustada; Ariane, también—. Vamos a nuestra casa. No sabíamos que ya había pasado el toque de queda…

—Señora, la situación actual de nuestro reino no es la más segura para que una madre y su hija anden solas por caminos aislados en medio del bosque, menos aun tras el toque de queda, ¿está claro?

—Sí, tienen razón —dijo Anna, con la mayor calma—. Correremos de inmediato a casa… Ven, hija, vamos, rápido.

Ariane sintió la mano sudorosa y fría de su madre. Imaginó que se debía al susto, pero ignoraba que el miedo se debía a algo mucho más grande, ante lo que Ariane no había vivido lo suficiente para verlo con sus propios ojos, pero Anna sí. Me refiero a la mirada de aquellos guardias. Porque los soldados de Andreanne acostumbraban ser simpáticos y atentos, sobre todo con las madres y las hijas solas. Nada más una vez en su vida había visto Anna Narin una mirada en especial, cautelosa y preparada para el combate y para infligir la muerte como la veía en ese momento. Había sido en aquella época que odiaba recordar, cuando todas las magas, blancas y negras, fueron sometidas a aquel enorme terror.

La época de la oscuridad.

La época de la Cacería de Brujas.

Con base en esta información tal vez entiendas por qué Anna Narin tomó a su hija del brazo y caminó en dirección opuesta a la que habían seguido hasta el momento, ansiosa por apartarse lo más rápido posible de aquellos hombres.

Y parecía que lo lograría.

Parecía.

—Señora… —el soldado la llamó y ella suplicó a la Creadora que la sangre corriera bajo su cara para borrarle la palidez del rostro a causa del miedo—. Disculpe las rudas palabras con que me dirigí a su hija y a su persona, pero en verdad estamos sometidos a una enorme presión. Son tiempos difíciles y nos encontramos acosados por una bruja viva en Andreanne, la cual ha amenazado al Rey y a todo el reino. Por eso, si dejara que ustedes dos anduvieran por este bosque solas como están, no gozaría de un solo buen sueño, eso en caso de que lograra pegar el ojo después de esta noche. Por lo tanto… ¡Eh, Kassius! —y un soldado que andaba cerca de ellos se aproximó. Tenía el bigote engrasado y aparentaba estar entre los treinta y los cuarenta años—. Acompaña a estas dos damas hasta su casa, ¿está claro?

—¡Sí, señor! ¿Vuelvo después a la base, señor?

—Sí, hazlo. ¡Y espero que tengas buenas noticias que contarme después! —dijo el primer soldado, que por lo visto tenía un rango mayor que los demás… Bueno, Anna Narin no entendía nada de rangos militares y para ella todos aquellos hombres eran soldados del Rey y punto. Si entendiera de eso, habría sabido que se trataba de un joven sargento.

Así que allá fueron la madre y la hija escoltadas por el camino. Y cuando los soldados se marcharon para un lado y el trío para el otro, Ariane se volvió al fin hacia su madre y preguntó:

—¿La viste, madre?

—¿Qué vi, Ariane? —fue la respuesta fría de su madre, de esas que indican a la otra persona la imposibilidad de hablar con soltura en ese momento.

Pero no culpes a Anna: su mente se hallaba mucho más concentrada en el soldado que las escoltaba, mientras iba arrancando plantas del camino con su espada.

—Nada, madre, nada —y Ariane sonrió con debilidad; ya no molestaría a su madre: ahora sabía que ella tampoco la había visto y bastaría con darle tiempo al tiempo.

Delante de ellas, aquel soldado lloraba, sin darse cuenta, por un solo lado de la cara.