5

Snail Galford también supo de lo ocurrido con los Fantasmas. Pero de una forma única y directa de la fuente. Iba entrando en el subterráneo donde se localizaba el escondrijo de Jamil y sus nuevos subordinados…

No sé si reparaste en un detalle interesantísimo, que podría haber cambiado toda esta historia si se hubiese dado de manera diferente: Snail siempre supo dónde estaba el escondrijo de las Sombras; tanto, que estaba allí en ese momento, pero en ningún momento se lo reveló a Primo Branford.

La pregunta es: ¿por qué no lo hizo? Bueno, primero, porque pensó que era una idiotez proporcionar al rey esa información, pues en realidad no se trataba de uno de los escondrijos de las Sombras, sino de los Fantasmas. Como los guardias habían prendido allí a un grupo de ladrones, Snail se zafó diciendo que de seguro Jamil había cambiado de escondite y que él nada podía hacer.

Funcionó.

En segundo lugar, una información como aquella habría terminado con la guerra, y Snail sabía muy qué harían los soldados con él cuando perdiera su utilidad. En suma, al guardarse información y soltar apenas lo que consideraba conveniente, se convirtió en un agente doble que, si jugaba bien sus cartas, se volvería lo suficientemente rico para ganarse algo de respeto, aun cuando se tratara de un negro en un lugar dominado por la nobleza blanca.

Además, si la situación llegaba a ponerse fea, le revelaría al rey la localización exacta del escondrijo, claro está, si para ese momento seguía con vida. En otras palabras, no se la revelaría al Rey, sino que se la vendería.

Sin embargo, tras lo sucedido con los Fantasmas, Snail comenzó a repensar si en verdad había tomado la mejor decisión. No es que le importaran las vidas perdidas, pues consideraba a cada uno de los fallecidos como pertenecientes a la peor escoria, sino porque de ninguna manera podía darse el lujo de perder la oportunidad de vender la información en el momento más precioso, cuando su cotización estuviera más alta y alcanzara cifras estratosféricas en monedas de reyes.

Bueno, en ese momento Snail entraba al subterráneo y su única preocupación era salir vivo de allí, tras un encuentro en el que entregaría una joya falsa a un pirata sanguinario y experimentado. Sólo eso. Y juro que se sorprendió cuando vio lo que ocurría en aquellos túneles. Era muy extraño mirar a tantos hombres bebiendo alcohol en muchas clases de mezclas, y escuchar al mismo tiempo el son de la música y numerosas voces celebrando algo parecido a un aniversario noble.

En realidad, no era difícil imaginar el motivo del festejo: la derrota y, más que eso, el exterminio de sus peores enemigos. Los hombres que cantaban, bebían y celebraban en aquellos túneles eran nada menos que los integrantes legítimos de las Sombras, que no se mostraban ni un poco arrepentidos por haberse unido a los piratas de Jamil, Corazón de Cocodrilo. La mayoría se hallaba muy bebida para advertir la presencia de Snail, que pronto se dirigió a aquella sala que conocía bien.

En el camino por la red de túneles encontró a algunos de los piratas del Jolly Rogers. Todos lo reconocían, pues Snail era uno de los poquísimos negros del galeón, lo cual también tenía sus motivos: los negros solían vivir en tierras allende el sureste, y si su piel gozaba de esa tonalidad era porque a algún antepasado suyo se le había ocurrido en mala hora desafiar los mares en una inútil búsqueda de una vida mejor en algún otro lado. Snail esperaba sinceramente que aquel imbécil hubiera muerto en la más profunda miseria, pues eso era justo lo que más odiaba en una persona: la imbecilidad. Nada lo irritaba más que alguien que se deja engañar con facilidad.

Al fin llegó a la temida sala, la misma en que Jamil estaba sentado al lado del patético —es una opinión personal—. Maestro Sombra, el peor nombre que hubiera conocido que nadie se habría puesto a sí mismo. De cualquier forma, se concentró en lo que debía hacer. Al menos Jamil estaba solo y eso tal vez fuera una buena señal. Tal vez.

—¡Hola, jefe! —dijo Snail en tono despreocupado, aunque la expresión de seriedad lo contradecía.

Por supuesto, Jamil sabía que Snail fingía, y por su parte Snail sabía que aquel lo sabía, pero así era como convivían los piratas y los nobles —debo agregar—: conociendo con claridad las verdaderas intenciones de unos y otros, aunque siempre fingiendo demencia.

—¡Vaya, aquellos que están vivos siempre reaparecen! ¿No es cierto? —respondió el pirata.

¿Lo ves? Este era un sarcasmo también, pero al mismo tiempo permitía hacerse a la idea de que no. ¡Entonces, a fingir y listo! Pues así todos permanecen vivos.

—Tuve cierta dificultad con lo que me pidió.

—Me imagino. ¡Siéntate y cuéntame, novato! ¡Bebe un trago! —y le ofreció una garrafa cerrada con un corcho.

—Gracias. —Snail se sentó, esbozó una fugaz sonrisa falsa y tomó la garrafa.

La verdad es que no se quería sentar ni mucho menos beber nada —a saber qué veneno contenía—, pero también es cierto que nunca se rehúsa semejante orden cuando proviene de un pirata sanguinario, menos aun en una situación como aquella.

—Traje su encomienda —y le dio un trago a la garrafa. Aquel líquido descendió como lumbre por su pecho, principalmente en la garganta, que sentía como si ardiera en las brasas. Deseó un vaso de agua helada más que cualquier otra cosa en la vida, pero quienquiera que lo mirara habría visto a un hombre con la expresión seria e incluso aburrida, como si aquello fuera lo más natural del mundo.

—¡Ah! —rio despreocupado el pirata; de nuevo el juego: estaba claro que Snail sabía que él se reía porque ya le habían entregado su encargo y que, por lo tanto, Snail intentaba engañarlo, pero fingía que no para ver en qué paraba la cosa—. Nunca dudé de tu competencia…

—¡Gracias! Bueno, supongo que querrá escuchar la historia, ¿no? Bien, se la voy a contar.

Jamil sonrió con cinismo y se sentó en una posición más cómoda.

—Entrar en la mansión de los Gardner fue muy fácil. —Snail no sabía imprimir dramatismo a sus relatos, pero lo intentó—. Los mismos defectos de siempre en las cerraduras, los mismos guardianes incompetentes de siempre e incluso las mismas trampas de siempre, que cualquier ladronzuelo muerto de hambre habría sabido anular. En el trayecto eliminé a uno o dos centinelas y llegué a la sala del cofre sin que sonara alarma alguna y sin generar sospechas de mi presencia.

—¡Gran muchacho! —dijo Corazón de Cocodrilo, después de tres o cuatro tragos más de aquel horrible menjurje alcohólico; parecía una mezcla de ron, ácido sulfúrico, queroseno, acetona, colorante rojo número 2 y quizá hasta un extravagante toque de pepperoni—. ¿Y qué ocurrió cuando entraste a la sala del cofre? ¿Servicio rápido?

—Creía que eso pasaría, pero… bueno… Recibí una pequeña sorpresa —parecía que el toque dramático en su relato, con los gestos y las entonaciones apropiados, estaba agradando al pirata.

—¿Sorpresa? ¿Qué habrá sido: un animal de guardia?

¿No te lo advertí? El toque dramático de Snail funcionaba tan bien, que el propio Jamil decidió entrar en el juego.

—No. No me lo va a creer: era una chica. ¡En serio! Una ladrona de no más de… digamos… ¡dieciséis o diecisiete años!

—¿Una muchacha? Más que interesante… —Jamil le ofreció de nuevo la garrafa; para desdicha de Snail, se vio obligado a tomar un nuevo trago de aquella bebida recogida en un volcán.

—¡Usted… todavía… no… escuchó… nada! —la frase fue proferida con dificultad, pues tenía la garganta en llamas—. Es obvio que ella también buscaba apoderarse el collar de ciento ocho cuentas, por lo que nos vimos en un impasse. ¡Yo también quería aquel collar!

—¡Jo, jo! Seguramente… —y Jamil se empinó cinco o seis tragos seguidos más. Snail se preguntaba cómo aquel tipo aguantaba beber aquella cosa en esa forma y con tal placer.

—Al principio, peleé contra ella por la joya, claro está, de la manera más silenciosa posible para no atraer la atención de los centinelas. ¡Pero entonces me di cuenta de lo que en verdad ocurría y dejé que se la llevara!

—¡Dejaste que ella se la llevara! —para Jamil resultó fácil expresar sorpresa, pues esta vez era auténtica: en verdad Snail lo había sorprendido—. ¿Y por qué decidiste hacerlo? ¿Qué hizo la muchacha para merecer tal caridad de tu parte, sinvergüenza? —nota que en ese comentario no había ironía, sino un gran esfuerzo para disimular las ganas extremas de conocer en qué terminaba la historia. Snail así lo advirtió, y se sintió feliz por ello.

—Pues verá, jefe, simplemente razoné lo siguiente: si yo quería esa joya, y usted la quiso antes que yo, y aquella chica también, entonces muchos ladrones debían tener la misma intención. ¿No es esto lógico? —el juego comenzaba a tomar un rumbo diferente.

—Sí, sí, es obvio que sí. —Jamil comenzaba a sentir el efecto de la bebida, y su raciocinio comenzaba a modificarse. En verdad parecía que, tras una temporada a la deriva, al fin la suerte se compadecía de Galford.

—Entonces… habría sido mucha estupidez por parte de Gardner dejar su joya exactamente donde todos aquellos ladrones esperarían que estuviera, es decir, ¡dentro del cofre! —¿notaste el énfasis en la pronunciación de «exactamente»?—. Entonces pensé que, con toda seguridad, aquel debía ser un cebo para los ladrones más inexpertos… ¡O idiotas!

—¡Eso era exactamente lo que estaba pensando! —tan imbécil comentario nunca habría sido proferido por un Jamil más sobrio—. ¿Y cómo continuó la cosa, novato?

—Simple, jefe; fingí que tenía interés en aquella joya y permití que la muchacha escapara y me la «robara» en el último instante —te juro que, si hubieras estado en aquella sala, pensarías que Snail decía la verdad; tan grande era la calma y la cara de palo con que elaboraba su discurso—. Y todavía descubrí informaciones interesantes sobre ella. ¡En realidad nunca habría imaginado que ella era un agente doble!

—¿Cómo? —por más que intentara disimular, era evidente que Jamil se preocupaba cada vez más—. ¿Que ella era qué? ¿Una agente doble? ¡Vamos…!

—¡Es en serio, jefe! Trabajaba para los Fantasmas, pero traicionó a muchos de ellos con la Corona. —Liriel Gabbiani habría sufrido un ataque de haber sabido lo que aquel tipo imputaba a su persona—. Además, intercambié unos diálogos interesantes con ella y descubrí… ¡Qué ridículo…! Que ella pretendía vender aquel collar, y hablo de aquel collar falso, a… ¡Sé va a morir de la risa…! ¡A usted, señor! —y Snail dejó escapar una estridente carcajada.

Jamil escupió su trago.

—¿Vendérmelo… a mí? —intentó disimular, con una sonrisa despreocupada.

—¡Exactamente! ¿Puede creerlo? —y ante estas palabras de Galford, Jamil hizo lo imposible por mantener la sonrisa forzada en medio de su expresión de borracho, una cuestión que cada vez le resultaba más difícil—. Le dije que jamás una muchacha como ella, que aún olía a leche de la infancia, engañaría a alguien tan listo como mi señor, menos con una joya falsa, ¡hágame el favor!

—Claro… claro… —y aquí a Jamil no le quedaba ya el raciocinio para discernir si aquello era un simple alardeo o en verdad había hecho con aquella muchacha el negocio más imbécil de su vida—. ¿Qué más hiciste? ¡Vamos, cuéntame!

—Bueno… me demoré un poco más después de que ella se fue, ¡pero descubrí dónde se hallaba la verdadera joya! ¡Por desgracia, pagué un precio muy alto! Me tomaron preso —y aquí Snail quebró al propio Jamil, pues el pirata esperaba que el muchacho negara o pretendiera ocultar aquel hecho, que obviamente había llegado a sus oídos unas horas después de la aprehensión, con lo que habría tenido un motivo legítimo para acusarlo de mentiroso o traidor y hacerlo caminar por la plancha del galeón.

—¿Y… —observa el recelo del pirata para concluir la frase—… cómo escapaste de prisión?

—¡Muy fácil, tan sólo engañé al Rey! —Galford se expresó con modestia, pero al mismo tiempo con un aire de superioridad—. ¡Acordé con él intercambiar mi libertad por la localización de su escondrijo! Le revelé entonces la ubicación de un escondite de los Fantasmas, ¡y la guardia real creyó que se trataba de hombres pertenecientes a su tropa! Entonces me soltaron, pues para ellos yo sólo soy un ladrón muerto de hambre.

—¡Muy inteligente! En verdad que no entendía cómo lo soldados hallaron uno de los escondrijos de los Fantasmas… ¡Ahora debo admitir que estuviste brillante! Muy brillante. En verdad que lo resolviste de manera brillante —repetía el pirata, como es típico en los borrachos.

—Y lo mejor, aquí tengo el verdadero collar de ciento ocho cuentas —al fin Snail Galford le mostró la réplica que le había dado el Rey y se la entregó al pirata, que se hallaba en un estado sicótico en el momento más crucial de su vida.

Jamil abrió la bolsa y tomó el collar en las manos. Hay que admitirlo: el orfebre de aquella réplica merecía ganar un premio. Para tratarse de una copia era un trabajo soberbio. Y si incluso una persona sobria no habría sabido diferenciar entre la joya auténtica y la réplica sin los instrumentos adecuados, imagina entonces a un pirata ebrio, convencido de que aquella niña, la cual aún bebía en biberón, le había visto la cara.

—¡En verdad… fuiste… brillante… novato! —Jamil parecía haber quedado en knock-out—. ¿Sabes? Ahora mismo no tengo cómo pagarte el resto de lo prometido porque no esperaba tu llegada; pero despreocúpate, que serás bien recompensado. En prueba de mi gratitud, mañana te ascenderé al puesto más alto y te ganarás el respeto de esta tropa. Lo prometo.

—¿Qué es eso, jefe? Yo entiendo. Ahora debo retirarme, pues llevo días sin pegar el ojo, ¿usted cree? —en realidad eso no era tan falso.

—¡Claro…! ¡Claro…! Sí… vete a dormir… novato. Ve a dormir… que lo mereces… —y el pirata se volvió hacia el otro lado, intentando recordar el rostro de la joven ladrona.

Por su parte, Snail se levantó, tratando de esconder la felicidad que lo embargaba en aquel momento, pues un día contaría a sus nietos, si es que algún día llegaba a tenerlos, cómo había engañado a Jamil, Corazón de Cocodrilo, durante aquel peligroso intercambio de mentiras, durante el cual el semidiós Creador había lanzado los mejores dados en su favor. Fue así que se dirigió a la salida, frenético por salir de aquel lugar. Vivo. Y con la ficha limpia, al menos ante el pirata.

Casi lo consiguió.

—¡Eh, novato…! —escuchó, y la sangre se le heló cuando la voz lo detuvo por el hombro. Snail se volvió lentamente, con una expresión neutra—. ¿Estás seguro de que no le revelaste al rey ni siquiera una mínima pista sobre este escondite?

—Sin duda alguna, jefe. —Snail nunca razonaba tan rápido—. De haberlo hecho, de seguro usted no habría tenido tiempo de ordenar la muerte de los Fantasmas; ¿está de acuerdo?

—Sí… es verdad… —y la mirada del pirata se volvió a perder en el vacío—. Ahora necesito pensar un poco, novato. Vete… vete a dormir… Déjame pensar…

Y Snail Galford salió vivo de allí.

La bebedera de Jamil le impidió hacer la única pregunta que habría desmoronado el engaño entero: ¿Cómo es que había conservado la joya si lo habían apresado? ¿Cómo era posible que aquel detalle fuera obviado por el pirata? ¡Pues que sus nietos aguardaran sus historias y él viviera hasta ese día, sin emociones tan fuertes como aquella, sin necesidad de mentiras! Y ciertamente con bebidas mucho más sabrosas.

Como sea, antes de salir echó un vistazo al ala donde solían concentrarse los piratas. No porque ahora trabajaran juntos aquellos hombres se mezclaban con las Sombras cuando no estaban de servicio. Más de una vez Jamil lo había sorprendido con sus estrategias, lo cual sólo aumentó su orgullo por haberlo engañado hacía unos minutos. Snail se preguntó hasta dónde llegaría la audacia de aquel marginado de los mares. Pues allí, en aquella sala, vio a las dos representantes reales de Stallia, amarradas y amordazadas, por lo visto rezando para no sufrir malos tratos de aquellos hombres.

Allí, a unos cuantos pasos de Snail Galford, estaban la princesa y la reina de los Corazón de Nieve, víctimas de un secuestro que a Snail le trajo la certeza de que habría consecuencias catastróficas: en aquel juego de cartas marcadas, nadie dudaba de que Jamil Corazón de Cocodrilo, estaba a punto de jugar su apuesta más alta.