33
Pasaron una o dos horas antes de que el pueblo saliera de aquella plaza para reanudar sus actividades. La mayoría de la gente se sentía frustrada por la decisión de su príncipe plebeyo, y no sería mentira afirmar que Axel perdió algo de su prestigio en una parte de la población plebeya aquel día. Tampoco sería mentira decir que no se preocupó ni un poco por eso, pues consideraba que evitar muertes inocentes era un acto mucho más prestigioso que el de cualquier adolescente que se abría la blusa para llamar su atención.
Sabino von Fígaro se acercó hasta su alteza real. El príncipe no lo había visto en su vida, o al menos, si lo había hecho, no había registrado el encuentro, pero María Hanson sabía muy bien de quién se trataba. En realidad él ya había oído hablar mucho del profesor, y eso facilitó la presentación entre ambos.
—Ah, ¿entonces el señor es el famoso profesor? María habla mucho del señor…
—Eh… —Sabino miró a María, en busca de entender si el apelativo «famoso» era malo o bueno. La chica se sintió incómoda, pero al final, haciendo una autocrítica, concluyó que, según lo que le había dicho a Axel, el príncipe debería creer que Sabino era un viejo profesor frustrado que pasaba gran parte de su tiempo quejándose de la administración del Rey. Bueno, si tal era la impresión del príncipe respecto del profesor, la disimulaba muy bien—. Bien, alteza, le pido unos minutos para explicarle algunas cosas que me parece que le gustaría saber…
A Axel le gustó escuchar a Sabino. Mucho.
Se sentía como un ciego en tierra de ciegos al que, de repente, le hubiera aparecido un ojo en medio de la frente, como a un auténtico ogro, para convertirse en Rey. Gracias al relato del profesor pasó de la verdadera ignorancia a un conocimiento razonable de lo que ocurría, dramatizado por Von Fígaro en ciertas partes, es verdad, sobre todo en relación con sus habilidades investigativas. João Hanson se había acercado, pero evitaba hablar con Axel. Todavía no le gustaba la atracción que ejercía sobre Ariane, ni saber que su hermana andaba por ahí con el sujeto. Los padres de los Hanson también prefirieron mantenerse apartados, sobre todo Ígor, que parecía incómodo de haber mirado a los ojos al príncipe sin bajarlos, avergonzado por su actitud en episodios anteriores, los cuales sólo perduraban en su cabeza, pues el propio príncipe los había olvidado.
Anna Narin tampoco se aproximó a su hija. Fue al encuentro de madame Viotti, pero no llegó muy cerca de ella a causa de los soldados. La sacerdotisa casi lloró cuando vio la figura de Anna, tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte. Otra persona también sentía interés por madame Viotti: el propio Sabino, que había explicado al príncipe los mensajes marcados en algunas casas de aquel centro comercial, en especial el que fue escrito en runas antiguas en la residencia de los Basbaum, el cual sabía que no podía descifrar solo. Sin embargo, tenía la inmensa intuición de que madame Viotti podría lograrlo.
Y tenía razón.