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María Hanson no podía pensar en nada. Admito que, si sólo hubiera dependido de ella, en este punto la historia había tomado un nuevo rumbo, pero creo que es una injusticia juzgar las consecuencias desde esa perspectiva, aún más con aquella responsabilidad sobre una persona tan… «normal» como María. Y me parece que ella no hizo algo muy distinto a lo que tú o yo decidiríamos en una situación similar. Sin embargo, su compañera de grupo, Kenny Penwood, resolvió el enorme problema sin que jamás lo hubiera imaginado, como resulta obvio.
—¡Eh, Fourton, agáchate! —ordenó Kenny, como una dueña a su perro.
—¿Cómo? ¿Te volviste loca? —preguntó el muchacho, asustado.
—¡Ay, anda, tú, inservible! ¡Agáchate ya! —y Kenny jaló al muchacho hacia abajo y pasó sus piernas alrededor de su cuello, con lo que este dejó de reclamar al instante.
—¿Te volviste loca, chica? —preguntó Patty, riendo mucho por lo que planeaba su amiga.
—¡Ah, no, Patty! ¡Hoy ese lindo príncipe sabrá que existo! —a Fourton no le gustó el comentario, pues nunca había ocultado sus sentimientos hacia Kenny; pero la chica solía ser tan atrevida dentro y fuera de la Escuela Real del Saber, que lo mínimo que debía aceptar era escuchar comentarios como ese y aprender a no enamorarse de muchachas como ella.
Cuando Fourton se puso en pie, Kenny se destacó un poco entre la multitud a causa de la altura que ganó. Aún así no lo hacía por completo, pues no era la única que había tenido la idea de subirse en los hombros de alguien. Sin embargo, no desistiría de su objetivo, y al final consiguió lo que quería, pues nunca había sentido vergüenza, ni en la cara ni en ningún otro lugar.
Y en medio de aquella plaza abarrotada, sobre los hombros de Fourton Jaycot, Kenny Penwood se desabrochó la blusa y mostró su aventajado busto a más de un centenar de plebeyos…