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Varios integrantes del grupo marginal conocido como los Fantasmas se habían reunido y discutían con gran preocupación la alianza temporal entre Jamil, Corazón de Cocodrilo, y sus acérrimos enemigos: las Sombras. Tal como estaban las cosas, y en verdad que estaban mal, en poco tiempo los Fantasmas serían aplastados por sus oponentes, para quedar en la memoria como un grupo criminal fracasado y exterminado.

Para colmo, Jamil se había dedicado a reclutar a ex miembros renegados de los Fantasmas, a los que perdonaba las diferencias a cambio de traicionar a su antiguo grupo mediante la revelación de secretos sobre sus compañeros. De nada servía negarlo: de ese modo había atraído ya a muchos integrantes que preferían cambiar de camiseta a permanecer allí, condenados a perecer. Con todo, los hombres allí reunidos estaban dispuestos a trazar un plan que cambiaría el rumbo de la batalla. Un grupo decidido a no traicionar a sus compañeros y a morir por ellos si fuera necesario.

Se citó a algunos estrategas y a sus ideas. Se presentaron propuestas. Se expresaron apoyos y rechazos. Todo se llevaba a cabo en un galerón abandonado con capacidad para los treinta o cuarenta líderes con las jerarquías más importantes de los Fantasmas. Y al concluir los debates pareció surgir una luz en la oscuridad, concentrada en una idea que resultaba interesante por tratarse de un grupo con tales características; en resumen, se trazó un plan de guerra y contraataque que, ¡vamos!, era posible que diera resultado.

Y podría darlo.

Fue cuando llegó un fuerte olor a azufre, carbón y salitre, ¡el aturdidor aroma de la pólvora negra!, seguido de un ruido estruendoso y crepitante.

Se sucedió entonces el intercambio de miradas, la adrenalina que se genera por el miedo, los latidos cardiacos cuya frecuencia va en aumento.

Y nada más.

Luego retumbó un trueno que traía la muerte. ¡Una explosión de madera y carne en medio de una secuencia cadenciosa de sonidos que reventaba los tímpanos! De un segundo a otro, cuerpos y más cuerpos fueron lanzados a la nada y explotaron junto con las bombas ensordecedoras, sin que nadie entendieran a cabalidad lo que ocurría. Los gritos surgían y eran apagados a la misma velocidad, y de repente todo lo que hacía unos instantes era vida no lo fue más.

Todo lo que había sido idea y era preparado para convertirlo en realidad se quedó en el territorio de lo etérico.

No hubo supervivientes: ni uno solo.

Jamil, Corazón de Cocodrilo, había dado el paso final para exterminar de una vez por todas al enemigo, con la certeza de que aquellos que sobrevivieron, sólo porque tuvieron la suerte de no estar allí, cambiarían de bando a la brevedad posible. No estarían tan locos para ignorar el poderío de aquel hombre-demonio, cuya personalidad tal vez se debía una herencia genética de la crueldad de su padre.

Aquel día, el mismo día de la Tierra en que un rey anunció que había visto a su reino tocar el fondo del pozo, el grupo conocido como Fantasmas resultó prácticamente exterminado.

Y la luz que parecía surgir se apagó con brusquedad. En definitiva, los Fantasmas habían regresado a la más profunda oscuridad.