21
Llegó la madrugada, aunque dormir era algo que estaba muy lejos de los planes de aquellos príncipes. Los que podían caminar lo hicieron tres o cuatro kilómetros más, hasta que llegaron a la aldea indicada por uno de los legendarios Siete Maestres Enanos.
«Y, por lo visto, entre siete opciones tuvimos la suerte de caer en la peor de ellas», meditó Axel, sin atreverse a revelar en el más bajo de los tonos tal pensamiento, temeroso de avivar aquella chispa explosiva. En aquel momento estaban en una simple cabaña de madera fina, paja y ramas. La aldea en que se encontraban era tan sencilla como pequeña, y la mayoría de las personas dormía, aunque las pisadas de un mamut de guerra adolescente de seguro las tendría que haber levantado. Por cierto, Muralla estaba afuera, cuidando de Pacato. Los príncipes no estarían tan locos para meter al trol ceniciento en una pequeña cabaña tan cerca del Maestre Enano.
El viejo indio mohicano tenía los cabellos grisáceos, largos y recogidos en una cola de caballo. Varias evidencias de su edad le contorneaban la cara arrugada. Su cuerpo era enjuto, y su expresión, grave. No hablaba en la lengua altiva, la más popular del continente de Ocaso, ni tampoco en la lengua estirpe, el idioma del Naciente. Usaba un dialecto que sólo el Maestre Irritado entendía y también empleaba.
El Maestre Enano le explicó al indio sabio, pues estaba lejos de ser loco, el dilema y la situación de aquellos príncipes, incluido el motivo de que sólo uno de ellos estuviera bajo una piel del todo humana. El viejo mohicano hizo algunos gestos mientras hablaba en su propio dialecto y el Maestre Enano le sirvió de intérprete:
—¡Anden! Él quiere que se sienten —dijo Maestre Irritado, con su gentileza característica.
Anisio lo hizo, en su forma cada vez más jorobada, coja y deforme. Axel se sentó a su lado, de piernas cruzadas.
—Espero que no sea tan difícil como pienso explicar eso a los humanos, pero haré un esfuerzo e intentaré adivinar un poco más de lo que ustedes adivinan —decía Maestre Irritado—. El lenguaje de los indios mohicanos más sabios, como Dulan, es el erdim, y ustedes jamás lo comprenderán en tanto mantengan los mismos conceptos de sus mentes limitadas.
»No piensen, por lo tanto, que se trata de un lenguaje en el que las palabras se unen en armonía para formar frases, como ocurre con el estirpe o incluso con el altivo. En este tipo de lenguaje las palabras tienen vibraciones, las cuales definen los significados. Es un lenguaje etérico basado en intenciones. Deben abrir las mentes para recibir la vibración de cada palabra, de modo que esta adquiera un significado comprensible, si es que su conciencia tiene semejante capacidad. Probablemente escucharán la misma frase en formas distintas, y sus cerebros la recibirán en forma diferente, aunque su sentido sea único. En lo particular, dudo que los humanos sean capaces de comprenderlo, pero que así sea.
»La cuestión es: no piensen en una palabra por separado. Piensen en el todo: sientan lo que representa la frase y conseguirán responder automáticamente, si así lo hacen. Pero no se preocupen si no lo consiguen, pues ya emití mi opinión al respecto.
Pasó mucho tiempo.
Aunque se tardaron, los príncipes consiguieron abrir sus mentes y comprender, cada cual a su manera. Se invirtió mucha energía en evasiones innecesarias, pues había que darle la vuelta a una fortaleza mental construida con base en conceptos preestablecidos que debían ser ignorados. Con mucho trabajo, y tras muchos intentos y mucha fuerza de voluntad —y cuán grande era la voluntad de cada uno de acertar—, al final comprendieron y vieron, poco a poco, lo que Maestre Ira había querido decir. Abrir la mente no era una cuestión de reino ni de experiencia de vida. Era apenas una elección.
Y eso también constituía la fe.
Como hicieron exactamente lo que se les dijo, ni siquiera pensaron en el asunto. En realidad, la explicación más lógica que obtuvieron era que no necesariamente tenían que ordenar a sus mentes que se abrieran, pues carecían de una clave mental para eso. Lo que deseaban, y así se lo ordenaron a las mismas, fue que no se cerraran, y pues una puerta sin cerradura, señores, puede ser abierta por cualquier llave.
La lengua erdim era rica en expresiones de vocales tónicas, que recordaba mucho a un dialecto de pueblos antiguos y de cultura fuerte. Sin embargo, si la escucharas sin pretensión alguna, sin ánimos de prejuzgar lo que la persona quiere decir, palabra por palabra, pero sí de manera intensa y completa, el sentido que adquiría era único; al menos único en la comprensión de la realidad de cada uno. De modo que todo lo que el Maestre Irritado había dicho se hizo presente.
Pronto, el príncipe-humano y el príncipe-sapo dialogaban en una lengua que nunca antes habían escuchado, pero que parecían comprender desde su nacimiento. No me cabe juzgar si aquello era demasiado fantástico, incluso para los cuentos de los bardos, y ni ellos se arriesgarían a decirlo, pero todo lo que venía aconteciendo en fechas recientes era tan inusitado, que ellos comprendían cada vez más que lo fantástico es un elemento presente en las reglas del éter, así como son, por ejemplo, el acaso y la suerte.
—Concentrados, señores —dijo el viejo mohicano, mientras encendía una cachimba—. Siempre.
—Señor, espero que hayas comprendido mi drama, y todo lo que pido es que me digas cómo regresar a la piel de hombre, pues en esta forma en que me encuentro resulto inútil —dijo Anisio en lengua erdim, ya sin la preocupación ni la necesidad de entender cómo lo hacía. Comenzó a aceptarlo y a darle importancia sólo al hecho de que lo conseguía, y todo lo demás se acomodaba en su lugar.
—Para retornar a la piel de humano y retirarte de la piel de animal, al menos en el estadio en que veo que te encuentras, se necesita una fuerza manifestada por la voluntad e ilimitada por la fe —sentenció el viejo mohicano—. Nada más que eso.
El príncipe-sapo no respondió.
Eso demostraba sabiduría, pues el ignorante se habría confundido con la respuesta y hubiera hecho otras preguntas idiotas, interrumpidas por diversos «¿Eh?» o «¿Qué quisiste decir con eso?». Con la experiencia de un príncipe que un día se convertiría en rey, Anisio no se lamentó ni se quejó; sabía que si lo hacía de nada le serviría en su situación y mejor se concentró en entender y descubrir el significado de la frase. En realidad, su lamento es que parecía haberlo entendido ya.
—Señor —dijo Axel cuando Anisio guardó silencio—, me temo que Arzallum está pasando por un momento crucial para todo el reino, y debemos llegar a Andreanne, al otro lado del este, en mucho menos tiempo del que nos tomará. Tal vez sería demasiado tarde si tuviéramos tiempo para eso. Y, bien, escuché historias que tal vez exageraban los hechos sobre las posibilidades de los sabios ancianos mohicanos, pero aun así quiero creer que al menos la mitad de ellos es posible. En realidad, necesito creerlo…
—¿Y qué piensas que es posible hacer con esa mitad? —preguntó el mohicano.
—Viajé hasta aquí en un unicornio, capaz de generar a su alrededor un campo que… transfería a las personas e incluso a un gran animal kilómetros adelante —esa era la explicación más detallada que el príncipe logró expresar. El mohicano pareció sorprendido y curioso—. Y tengo la seguridad de que los mohicanos son conocidos por admirar a los animales, incluso a los más fantásticos, para aprender de ellos, y corrígeme si estoy equivocado. Por eso…
Axel se sintió limitado para pedir lo que deseaba, pues no sabía si parecía un idiota con sus explicaciones ni si sabía explicarlo. Esa sensación de duda generó una dificultad de entendimiento entre el emisor y el receptor, y por eso la comunicación se volvía impracticable en lenguaje erdim, como habría ocurrido en cualquier otro idioma.
—Se refiere a la «transferencia de éter», Dulan —dijo Maestre Irritado, que escuchaba todo en silencio desde un rincón. Por él, habría salido de la tienda, pero quedarse afuera con aquel trol ceniciento no era una buena opción dadas las circunstancias. ¿Cuánto valía el favor de un futuro Rey?—. Creo que nunca intentaste recorrer semejante distancia, pero también creo que tal vez… Tal vez…
Para Axel, Maestre Irritado no parecía tan refunfuñón al hablar con el viejo indio Dulan. Quizá fuera a causa de la lengua que hablaban, construida sobre bloques de intenciones, pero quizá fuera por el gran respeto que alimentaba por aquel anciano sabio. El hecho es que percibió que tal vez, cuando menos tal vez, fuera verdadera la noción de que cada Maestre Enano cargaba, además del pecado, la virtud contraria. Tal vez, además de la ira hubiera en aquel ser algún carácter de paciencia.
—Se gastaría mucha energía —la frase del mohicano le provocó escalofríos a Axel. Él no tenía idea de dónde había sacado Maestre Irritado el término «transferencia de éter», pero si eso era lo mismo que el unicornio era capaz de hacer, y si producía en aquel viejo indio un efecto de ese tamaño, entonces nada más le importaba—. Me debilitaría tal vez una semana entera. Y padecería hasta el último día.
—Tengo una idea, y espero que estos seres humanos no sean tan tontos para rechazarla —refunfuñó el enano—. Un mamut adolescente, según puedo ver por su tamaño, acompañó a esta comitiva, si puedo llamarla así, hasta las Siete Montañas. El animal te serviría muy bien como buena fuente de alimentación, pues la carne de esa criatura es grasosa y nutritiva. Te repondrías en muy poco tiempo…
—Hay sabiduría en lo que dices, Maestre Ira —respondió Dulan—. Lo haría bajo esos términos, y sólo bajo esos términos, porque todo en la vida es un intercambio, y pienso que este sería justo.
—Listo —dijo el enano—, por desgracia, ahora debo lavarme las manos y dejar todo a su cargo, príncipes, lo que tal vez signifique el fin de Arzallum, si en verdad estamos en malos tiempos.
Axel y Anisio se miraron. Por la reacción del primero, la decisión sería de Anisio, pues a pesar de su macabra piel leprosa, el hermano lo veía como una autoridad mayor que la suya. Anisio analizó de nuevo la propuesta. La vida de un animal a cambio de la de muchas personas. No parecía una decisión difícil. El único reparo era el hecho de que Anisio veía aquello como el sacrificio de un ser inocente, que se había empeñado mucho para llevar a un trol y a su hermano hasta él. Desde ese punto de vista, animal o no, no le parecía justo al primer príncipe sacrificar a la criatura.
Para resolver semejante conflicto, invocó la memoria de su padre, el Rey perfecto. Aquel que lo entrenó para ser igualmente perfecto, como lo simbolizaba su nombre. Y entonces el príncipe se preguntó qué habría decidido el Rey en su lugar. Y desde esa perspectiva no le resultó muy difícil tomar la decisión:
—Que así sea.