17
–¿Anisio? —el silencio parecía querer gritar para responder «sí», pero el príncipe insistía en no escucharlo—. No me digas, mi hermano, que… Los ojos de Anisio se desviaron. Parecían avergonzados, frágiles e inútiles. Su forma era humana, desnuda, bípeda, o lo más cercano a esa condición. Pero su piel era como la de un leproso, si es que esta fuera verde. Había en ella agujeros que revelaban la carne expuesta, así como una deformación en la cara que casi había sustituido a los ojos humanos y a la nariz, con pliegues por encima que recordaban pequeños cuernos, y una lengua deforme, además de la postura, que recordaba la de un animal. Una piel dura y reseca, de donde brotaban verrugas, había ido remplazando a la del hombre. Y lo peor, todo lo anterior se combinaba con una materia parecida a las costras de alguien que ha sido víctima de quemaduras graves. Así como en la piel de los sapos comunes, las moscas depositaban sus huevos en esa nueva piel, y si no eran retiradas, las larvas incluso podían entrar en las fosas nasales hasta impedirle respirar. Curiosamente, un escudo óseo comenzaba a nacer en sectores de la espalda, para formar un caparazón por encima de las heridas.
El hecho era que aquel príncipe se estaba convirtiendo en una criatura grotesca y aterradora, con costras de piel de sapo. Y eso era demasiada desgracia para un solo día.
—Te podría decir, mi hermano…
El lenguaje de Anisio resultaba curioso. Ningún otro hombre-sapo hablaría de aquella forma tan pomposa. Bueno, tal vez ningún otro sapo de ningún otro lugar hablaría de ninguna otra manera que no fuera croando.
—¿Quién… quién es el responsable de… esto, Anisio?
—Bruja.
El significado de aquello era tan negativo, que el simple sonido de la palabra lastimaba. Axel Branford escuchó el nombre y sintió un puntazo, como si un puñal le perforara el pecho. En definitiva, madame Viotti tendría muchas dificultades para explicarle que no todas las brujas eran malas, más aún si intentara semejante hazaña justo en ese instante.
—¿Y… qué debemos hacer? —preguntó Axel con la voz trémula.
—No me preguntes. Ya tengo demasiadas dudas en la mente y es muy difícil para mí vivir en estas condiciones desde hace tanto tiempo… —dijo Anisio con la voz un poco distorsionada, debido a la forma que sus cuerdas vocales tomaban para adaptarse a su nueva y extraña condición—. Por lo menos el tiempo me convenció de no suicidarme; pero tal vez no haya tenido el suficiente para creer que ahora es tu destino, y no el mío, asumir el trono de Arzallum.
—¡No digas tonterías, Anisio! —aquellos ojos, a medio camino entre un grotesco híbrido humano y anfibio, no ocultaban su tristeza—. ¿Acaso ves en mí a un rey?
Dos rugidos de distinta índole interrumpieron el silencio. Eso significaba que Muralla y el enano de los saltos increíbles y la fuerza descomunal se encontraban listos para reanudar el combate de épicas proporciones. El trol se levantó. El enano respiró despacio y fuerte, irguiendo el pecho y el martillo. Sus miradas se cruzaron, ambos con expresiones obstinadas.
Y el trol y el enano embistieron de nuevo el uno contra el otro.
Axel no sabía cómo actuar, consciente de que nada de lo que dijera impediría un estado berserker en caso de que se manifestara en ambos lados. Como ya dije, sólo la derrota, fuera del alucinado o del adversario, puede hacer que un loco rabioso deje de atacar como un animal irracional.
Y dije que sólo eso, ¿no?
—¡Basta! ¡No pienso repetirlo otra vez! —bramó Anisio, y su voz, al menos en aquel momento, se pareció mucho a la original, cuando poseía la tesitura proporcional a la de un cuerpo humano. Me gustaría que hubieras estado allí para escucharla, pues soy incapaz de reproducirla y hacer justicia a la forma en que fue proferida. El sonido, la dicción, el tono… todo era una unión perfecta de la presencia del absoluto y de la manifestación de la grandeza. Algunos sapos poseen un saco vocal que llenan de aire cuando desean croar más alto. Tal vez Anisio se encontraba en un proceso similar. ¿Quién puede saberlo? Lo que importa es que, para hacerse una mejor idea, la voz de mando tenía semejante poder que consiguió que el trol y el enano detuvieran su lucha irracional y observaran a aquel que los interrumpía.
Bueno… A partir de ese día se descubrió que no sólo la derrota —o la muerte— del oponente o de sí mismo podían detener un estado rabioso de berserker. También una orden casi semidivina era capaz de hacerlo. Obviamente no me refiero a la orden de un clérigo ni de un noble, ni siquiera a la de un segundo príncipe.
Axel Branford miró a su hermano, y sus ojos le mostraron todo lo que había detrás de aquella capa macabra con la cual Bruja había osado vestir a Anisio Branford.
—Sí, mi hermano. Yo veo a un rey…