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Y Ariane vio a la muerte.
Una vez más, tan cerca de ella, tan fría y chocante, que no valía la pena gritar para no empeorar ni hacer más traumática la situación. Sin embargo, había una diferencia, y muy importante, si tomamos en consideración su trágico incidente a los nueve años: esta vez ella deseaba que la muerte viniera, y por tal motivo no resultaba tan traumático. Por el contrario, esta vez la niña agradecía al Creador por su llegada…
Un cuerpo cayó a su lado.
Era Rufus, el canalla, cuyos parientes, sin embargo, tendrían dificultad para reconocerlo debido al enorme agujero en el cráneo, más parecido a una mitad del número ocho. Kassius se volvió asustado y apenas tuvo tiempo de entender la situación. Bueno, no había mucho que explicar: un inmenso cazador le apuntaba con su gigantesca escopeta, de esas de gatillo duro, que sólo hombres como aquel podían maniobrar con fuerza y velocidad.
—Escucha, soldado… —dijo el cazador con una voz helada—. No salvé a esta niña de un lobo hambriento para verla devorada por otra criatura de una peor especie.
—¡Eh! No te vengas a hacer el héroe esta vez, porque te mando a la horca, ¡idiota! ¡Es lo mínimo que te ocurrirá por haber dado muerte a un soldado real!
—Soldado es aquel que honra el uniforme. Ustedes ni siquiera hacen honor a lo que llevan por debajo.
—¡Está bien! Espera. ¡Vamos a conversar! Dime, ¿para qué todo esto, eh? —Kassius intentaba negociar, pues conocía el peligro de las novedosas armas de fuego en manos de alguien que sabía usarlas—. Sé que aparentan ser dos doncellas indefensas, y que por fuera pareciera que estamos cometiendo actos ruines, pero… créeme, camarada, ¡son dos brujas de la peor especie! Practicantes de magia negra, ¿sabes?
—Si ellas son las malas de la historia, ¡ya imagino lo que eres tú! —el cazador sacó un objeto metálico del cinturón y lo lanzó en dirección a Kassius—. ¡Piensa rápido!
Asustado, Kassius atrapó el objeto. ¿Conoces las trampas para cazar osos? ¿Esas que parecen dientes metálicos abiertos y se cierran con violencia cuando el pobre animal las pisa inadvertidamente? Pues el cazador Rick Albrook poseía una miniatura de ellas, que usaba para cazar animales de menor tamaño. Y en cuanto Kassius la agarró, esta se cerró con violencia y salpicó tanta sangre que el soldado cayó al suelo gritando, con espuma en la boca, agonizando de dolor. En un segundo había caído, sangrando, gimiendo e implorando misericordia. El cazador se quitó su casaca y se la dio a Anna para que se vistiera, en tanto Ariane recuperaba la falda.
—Soldado, en breve conocerás las tinieblas. El bosque se oscurecerá y tú sólo contarás con los otros sentidos. Sin embargo, con el dolor que sientes, no conseguirás salir de aquí antes de que ellos aparezcan. No pienses que el olor de la sangre no los atraerá; pronto estarán aquí, y no uno, sino varios de ellos, ávidos de carne fresca. Lobos. Lobos hambrientos y salvajes, cual soldados indignos de su uniforme. ¿Sabes? Una enseñanza de la vida como cazador es que aquel que vive como animal acabará muriendo como animal…
Entonces Albrook, el Héroe, se dio la vuelta y partió. Con el carácter digno de un ser humano, acompañó a la madre y a la hija fuera del bosque. Quizá ni él sabía qué tan necesaria era su protección en aquel momento, al menos para aquella niña. Lo digo porque, por más trascendente que resultara el hecho de haber salvado a la madre y a la hija, más importante había sido evitar que aquel día Ariane Narin perdiera por completo la inocencia y se olvidara de la pureza que soñaba con bondad, al parecer cada día más distante de los hombres.
Si eso hubiera pasado, aquel día habría nacido otra maga negra.
Al contrario, un día más Albrook había hecho honor a su figura como héroe. Y en esa imagen se incluía la convicción de que un ser humano puede ser malo, e incluso perder el derecho a ser llamado así, pero también puede ser bueno y gozar infinitas veces de momentos por encima de la mortalidad.
El bien y el mal siempre se disputan la supremacía en determinadas situaciones, y el ser humano debe saber muy bien cuáles son sus bases, sus ideas, así como su carácter, para no ser conducido por los destructivos caminos de tal senda.
Si el mundo era un lugar bueno, Ariane Narin debía seguir creyendo en ello. Sin embargo, con la conciencia recién adquirida de que se trataba del mismo mundo donde convivían cuerpo a cuerpo los héroes y los lobos malos, ahora ella no sería ya tan inocente como para no advertir la diferencia.