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Luna llena.

Era la última noche de aquella Luna brillante, redonda como una bola de plata en el cielo. La Luna ideal para rituales de prosperidad e iniciaciones. Y eso incluía rituales como el que aconteció en aquel cuarto, aquella noche. De la mano de la sacerdotisa, se le entregó un gis a la niña. Y, con él, un círculo fue trazado en el suelo, de más o menos un metro de diámetro, en el que entró Ariane Narin. No había miedo ni recelo. Ansiedad, tal vez. Curiosidad, también. Pero miedo no. Eso no.

No era grande aquel grupo. Sólo madame Viotti y Anna Narin la observaban, y aun así lo hacían de lejos, sin interrumpirla en ningún momento. Ambas ya le habían explicado a la niña qué debía hacer, y sólo estaban presentes para solicitar el permiso de la Creadora. Se había utilizado una escoba para limpiar las energías negativas del lugar y la niña esparció un poco de sal en el círculo: había comprendido bien que eso simbolizaba el elemento tierra.

—Con este elemento tierra… Eh… ¡Ah, sí!… Consagro el círculo de poder —dijo Ariane, medio enredada.

Al frente del círculo habían montado un pequeño altar en dirección al norte, un detalle que era importantísimo. Las velas, que aportaban el elemento fuego, se dividieron en los cuatro cuadrantes del círculo: al norte, una negra; al sur, una blanca; al este, una roja, y al oeste, una azul.

Incienso de mirra emanaba de un incensario y dominaba el ambiente con su perfume. No estaba allí en vano, pues simbolizaba el elemento aire. Y la presencia de una vasija con agua sacada del río identificaba en forma muy obvia su elemento.

En el altar, un atame en el punto cardinal este, un cáliz con agua en el punto cardinal oeste, un bastón en el punto sur y un pentáculo en el punto norte. Esos objetos también representaban elementos y eran otra versión de los símbolos de aire, agua, fuego y tierra, respectivamente.

—Yo te invoco, sagrada Creadora, semidiosa del mundo de Nueva Éter. —Ariane había memorizado las palabras, y en caso de olvidarlas tenía instrucciones de decir lo que le viniera a la mente y la hiciera sentir bien—, e invito a todos los elementales de la tierra, del aire, del fuego y del agua para que… digo… entren en este círculo y me ayuden en mi iniciación. ¿Me están entendiendo?

Se mantenía con el rostro en dirección al norte. Tomó el atame, besó la hoja de aquel cuchillo de doble filo y enseguida lo colocó de vuelta en el altar. Después se apoderó de la vasija con agua y echó dentro tres puñados de sal.

—Bendita sea la sal, que purifica… el agua, y que el amor de la Creadora me purifique —dijo, mientras algunas gotas caían al suelo.

Tomó el incienso y dio tres vueltas en el sentido de las manecillas del reloj alrededor del círculo.

—¡Bendita sea la fuerza de este incienso, que le lleva a la Creadora mi deseo de alegría!

Anna Narin se sorprendió con las palabras usadas por su hija. Aunque ella y madame Viotti la habían preparado momentos antes, Ariane hacía todo con una naturalidad espantosa.

La niña se volvió de frente al altar y levantó las manos en dirección al cielo:

—Yo, Ariane Narin, me presento ante las semidiosas y prometo aceptar y seguir todo lo que me sea enseñado. Juro… también… nunca hacer el mal con lo que aprenda ni hacer uso de fuerzas negativas… ni revelar a otras personas los secretos que aprenderé y… prometo aplicar la ley del amor a todos los seres vivos, totalmente. ¡Ah, y que así sea!

Se hizo el silencio. De haberlo pronunciado íntegro, el discurso de Ariane debería haber sido un poco —bueno, bastante— más largo y con palabras un poco más complejas para su vocabulario adolescente, pero aun cuando lo hubiera intentado ella no se habría grabado todo aquello que le habían dicho, por lo que improvisó la mayor parte. Lo había hecho lo mejor posible, con el corazón abierto y en la forma en que se sentía bien, pues eso era lo que importaba a la Creadora o al Creador, que no menospreciaría a nadie por decir un discurso mejor o peor que otro.

Ariane permaneció en aquella posición algunos minutos más. Entonces un hormigueo se apoderó de su cuerpo. Como madame Viotti bien le había advertido, imaginó dos haces de luz blanca incidiendo en la palma de cada mano. Pero el hormigueo se fue haciendo tan intenso que los rayos más parecían un tubo de luz alrededor de ella. El alma, pura como el significado del nombre «Ariane», se nutrió con el amor de la Creadora. Una voz pareció susurrar en su cabeza, como si ella misma fuera una telépata experimentada, aunque ni siquiera conociera el significado de «telepatía». Era una voz suave, como la de una mujer madura que sabe bien lo que está diciendo, justo como una madre. Y las palabras que pronunciaba expresaban, o Ariane creía que expresaban, lo siguiente:

—Hija, cumple con tu destino.

Ariane abrió los ojos y, sorpréndete, los vio: juro que los vio. Alrededor del círculo, cada cual cerca de la vela que lo simbolizaba, había uno de cada cual en representación de su elemento: un gnomo cercano a la vela de tierra, una ondina junto a la de agua, una salamandra próxima al elemento fuego y un silfo al lado de la vela de aire. No importaba si Ariane conocía sus nombres o sabía qué representaban: importaba que podía verlos, y eso era raro incluso entre los iniciados.

Claro que todo podía ser fruto de una alucinación, pero hay que tener demasiada imaginación para observar a seres elementales de cuya existencia nunca se tuvo idea. Y así como al principio, en aquel momento Ariane no sintió miedo. Ningún tipo de miedo. Le sonrió a las criaturas, que parecían felices de comprobar que ella las entendía.

Y era como si aquella orquesta invisible e inaudible, que parecía manifestar sus instrumentos en palabras de reyes, se presentara de nuevo allí, esta vez para tocar una música de ritmo fuerte y con un agradable gusto adolescente, la cual jamás sería escuchada. La impresión era que estaba tocando, mientras Ariane miraba y sonreía a cada uno de esos seres fantásticos, mientras Anna y madame Viotti la observaban de lejos tan maravilladas como la niña, pues también estaban sorprendidas.

Y aquella estupenda sensación, aquellas sonrisas sinceras, aquellos seres fantásticos y aquella música indeleble y al mismo tiempo inexistente formaron un solo egrégor: un único bloque energético. Y por un momento hubo uno. Hablo del Creador-Creadora, de la criatura y la creación. Y cuando las velas se apagaron después de que la cera se quemó, y cuando el incienso se acabó después de que la resina ardió, entonces el uno se tornó de nuevo en el todo.

El ritual estaba listo.

La iniciación había llegado a su fin.