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Cuando un rey habla a sus subordinados en estado de guerra, el ambiente cambia. La energía de la atmósfera se transforma. El tono de voz del monarca parece diferente y evoca sentimientos tan diversos y al mismo tiempo tan únicos, que los subordinados comienzan a querer pelea y olvidan el miedo durante la lucha. Es como si una orquesta invisible e inaudita hiciera retumbar tambores intangibles, y las cornetas y los bajos y todos los otros instrumentos cobraran vida, cada cual en el momento adecuado, de acuerdo con las palabras del rey y la necesidad de alcanzar determinado sentimiento.

—Como bien lo advirtió mi consejero, el surgimiento de héroes trae consecuencias profundas con esa génesis. Y digo eso porque trae con ella la existencia de una fuerza opuesta que obliga a tal nacimiento. Y cuanto más poderosa sea la fuerza heroica, tanto más vigorosa será la energía necesaria para proteger a los inocentes y a los aliados. De seguro eso dirá bastante sobre la fuerza contraria a ser combatida —pausa—. Una vez luché al lado de los mayores héroes de esta tierra y tuve el honor de que mi nombre fuera cantado por los bardos junto con los nombres de ellos en la Cacería de Brujas que cambió a este mundo. Hoy esos grandes héroes ya no están aquí para luchar a nuestro lado, pero la amenaza que parece retornar a este reino exigirá de Arzallum una energía y un heroísmo tan profundos como los de aquel tiempo. No sé si todavía me resta la misma energía o la misma vitalidad de otros tiempos de guerra. Pero existe algo dentro de mí, fuerte y suficiente para asumirme como rey delante de ustedes: hoy soy un hombre que admite sus errores con mucha mayor facilidad que otrora. Un hombre que conoce bien la responsabilidad de liderar a la mayor nación del mundo, y cuánto pueden costar los pequeños y grandes errores de ese liderazgo a todos los rincones de Nueva Éter —otra pausa y otra reflexión—. Aquí asumo lo siguiente: no sé si mi habilidad se equipara con la de mi juventud, pero les juro que mi sangre hierve por encontrar tal confirmación. He de admitir que ya no soporto aguardar como un político mientras ocurren ataques fuera de este palacio. En suma, una nueva guerra urbana será iniciada, y esta vez involucrará no sólo a hadas caídas, sino también a un pirata estratega aliado con la mayor organización criminal de esta ciudad. Y lo que más quiero en esta hora es un corcel y mi espada para enfrentar a quienes desafían el poder del más grande de todos los reinos. Soldados, prepárense para la batalla, pues su rey es hoy un guerrero como ustedes. El momento es ahora. Es la hora de renacer en el fuego del fénix. Es la hora de bailar bajo la Luna de sangre.

Si existiera, la orquesta invisible habría aumentado el tono en aquel momento de clímax —ah, sí, eso habría hecho, con certeza— para cerrar su espectáculo etéreo en el momento más heroico y sublime, el mismo en el que el rey Branford retiró con lentitud una espada de dos manos de su vaina y concluyó el discurso, firme como una roca, frente a un ejército que lo seguiría hasta la muerte:

—Señoras y señores, es hora de cazar algunas brujas.