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Devuélvemelo, y pienso si te corto o no la garganta con el mayor placer del mundo —fue la propuesta de Snail Galford.

—Siento informarte de esto, querido, pero sea lo que sea que pretendas hacer, no puedo ayudarte —dijo Liriel, con cuidado de no encajar su cuello en esa lámina, que se veía muy afilada.

—No me hagas perder el tiempo, muchacha. No de nuevo. El collar de ciento ocho cuentas… ¡Ahora! —el puñal se acercó aún más.

—Ya no lo tengo conmigo —date cuenta de que ella podría fingir que Snail estaba loco e intentar ganar tiempo, pero sabía que era una idea idiota irritar aún más a alguien con un puñal en tu cuello. Además, decía la verdad.

—¿Quién lo tiene? —date cuenta de que Snail podría creer que ella mentía. Sin embargo, tenía la experiencia suficiente para saber que los ladrones sólo roban piezas como aquel collar para venderlas lo más rápido posible. Por lo tanto, lo extraño en este caso habría sido que el collar siguiera en poder de la muchacha. A fin de cuentas, en caso de que ella es tuviera mintiendo… Bueno… Él ahora conocía ya su domicilio. Sería cuestión de regresar y cortarle la garganta.

—Alguien demasiado importante para que siquiera pienses en tomarlo…

El negro se irritó con la respuesta. Volteó a Liriel ante sí. La tomó por el cuello y la levantó, presionándola contra la pared, de modo que sofocaba a la pobre niña, que comenzaba a agonizar. Bien es verdad que la joven podría haber aprendido artes marciales o un mínimo de autodefensa, pero tenía un auténtico trauma con las armas y las luchas que la volvía la más frágil de las personas en esa situación. Todo en virtud de la experiencia con la muerte de su padre.

—Cora… Cora… —ella intentaba hablar, pero su voz no salía.

—¿Cora? ¿Qué diablos es eso? —Snail se tardó en advertir que apretaba demasiado el cuello de la joven. Era la consecuencia de actuar con rabia. Aflojó un poco la presión y la escuchó decir, para su sorpresa:

—¡Cora… zón de Cocodrilo! —respondió Liriel, rezando para no desmayarse.

Snail soltó con espanto el cuello de la muchacha. Liriel cayó al suelo, con las manos en el cuello, preguntándose cómo no había muerto asfixiada. ¡Y Snail también se preguntaba el porqué de todo eso! Si él había invadido la mansión de los Gardner para conseguir el collar por orden de Jamil, y aquella niña lo había hecho también por el mismo motivo, ¡entonces el pirata estaba armando algún plan más grande de lo que él pensaba, involucrando a las Sombras y a los Fantasmas!

Miró de nuevo a la niña. Ya no le cortaría la garganta ni nada por el estilo. Sabía que ella no era el enemigo. Se sentía irritado; ¡tenía la impresión de que no podía confiar en nadie de este mundo, fuera hombre, mujer, pirata o rey! Sabía que algo grande ocurriría, y necesitaba descubrirlo, pues ahora era un agente doble y trabajaba nada menos que para el rey Branford.

Ah, sí, y no pienses que él deseaba descubrir lo que ocurría para «velar por su conciencia», «actuar por el bien» o cualquier ideal en esa línea. Quería descubrir una información valiosa, de esas que desequilibran un lado de la batalla, y sopesar con exactitud a cuál de los bandos la entregaría: al rey o al pirata. Esa era la mayor ventaja de ser un agente doble. Tarde o temprano, las informaciones valdrían oro, como en una subasta.

Y quien viviera, lo vería. Siempre, claro, que pagara, y lo hiciera muy bien.