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–¡Que suene el toque de queda! ¡Ahora!
Como siempre, un rey no necesitaba repetir dos veces una orden. No más de diez minutos después de haber dicho tales palabras, se activaron sirenas estridentes en puntos estratégicos de Andreanne, para difundir un aviso sonoro muy claro: quienes estuvieran en las calles, que corrieran a sus casas. Muchos padres agradecieron a los semidioses la iniciativa de haber ido en persona a buscar a sus hijos a la puerta de un circo, y los que no lo hicieron pensaron que había sido una idea estúpida haber dejado que estos concluyeran el paseo sólo porque ya lo habían pagado.
Aún así, tenían tiempo de llegar a casa por la hora de tolerancia concedida por el rey. El propio rey que, si ya estaba nervioso, se puso aún peor cuando supo del secuestro de una reina y de una princesa de otro reino en sus tierras.
—¿Cuándo te enteraste? —preguntó Primo, en la forma más calmada que pudo.
—¡Hace cerca de diez minutos, majestad! —repitió el sargento, temblando como siempre. Se preguntaba por qué diablos tenía el rango más alto en el Gran Palacio en aquel momento. Habría preferido que su teniente o capitán estuvieran allí, mientras él mismo patrullaba las calles al mando de los soldados. Pero eso sería imposible, porque los rangos más altos se encontraban en las calles en aquel momento dirigiendo las investigaciones sobre un secuestro que podría generar futuros conflictos diplomáticos.
—Ahora dime, sargento, con base en las informaciones que recibiste. —Primo hablaba muy bajo, tal vez receloso de exaltarse demasiado—, cómo hizo eso aquel maldito…
—Bien, majestad, sabemos que la princesa y la reina regresaban al Gran Palacio para pasar su última noche en Arzallum después de haberse alimentado bien en El Tenedor de los Nobles, cuando surgió un grupo grande de Sombras en la oscuridad…
—Y me vas a decir que no había hombres nuestros escoltando a la reina; ¿cierto, sargento? —el Rey seguía intentando mantener el tono de voz bajo.
—Por desgracia los había… —el sargento bajó la mirada.
—¿Por desgracia, sargento?
—Tal vez sólo uno o dos supervivientes, majestad…
Primo Branford apretó el puño y frunció la nariz mientras se cubría la boca. Inspiró a fondo una vez. Expiró haciendo ruido. Volvía a pensar en aquel pozo sin fondo.
—Su majestad —dijo Sabino— a pesar de saber que la situación es pésima, es mi deber decir que el secuestro de una reina y una princesa prácticamente valida mi teoría que implica a Corazón de Cocodrilo y a una bruja aquí en Andreanne como correcta.
—¿Y por qué dices eso? —el Rey no quería hacer esa pregunta, pero sabía que era su obligación escuchar la respuesta.
—Los principales rituales de magia negra… —Sabino lo pensó un momento antes de completar la frase— exigen grandes sacrificios humanos.
¡Bam!
Ese fue el ruido de un puño real —que esta vez resquebrajó una parte de la mesa redonda—, que con fuerza tan devastadora e intensa causó grandes estragos. Los consejeros se miraron asustados y ninguno de ellos sabía qué decir, qué hacer ni cómo salir de aquel pozo sin fondo.
—Quieres tu maldito puesto de vuelta, ¿no, viejo perspicaz?
—Sabes que sí, su majestad.
—¡Pues entonces que así sea, Sabino von Fígaro! —decretó el Rey—. A partir de ahora estás de vuelta en el cargo de consultor real, y serás considerado la autoridad máxima en las Artes de las Tinieblas. Pensé que ya no necesitaríamos tus servicios, pero acabas de probar que tienes razón.
—Mucho me honra con esto, majestad —dijo Sabino, y María y João Hanson se miraron sorprendidos y boquiabiertos—. Te garantizo que superaremos esta crisis.
—De eso no tengo dudas —y el rey se arregló la capa antes de dirigirse con la cabeza erguida y su andar real de guerra al salón siguiente, donde militares de rangos mayores que el del sargento al fin se acomodaban, provenientes de las calles.
—Su majestad… —intentó decir el capitán más cercano cuando el rey entró en el salón.
—No me digas nada, capitán —interrumpió el rey, levantando el dedo índice—. Sé muy bien lo que está pasando: tocamos el fondo del pozo.