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Por más de una vez el agua le cayó por los cabellos y le escurrió por la espalda, haciéndola contraerse en una mezcla de frío y satisfacción. El lugar era una bañera especialmente preparada con hierbas y agua que dejaban un agradable perfume en el líquido tibio. Ella no sentía vergüenza de nada: sólo estaba en presencia de su madre y de la sacerdotisa en la que ya confiaba, por ser de la confianza de su madre, y quien en poco tiempo la iniciaría en la «brujería del bien» —en el pasado tendría que haber sido su abuela la que hiciera eso.
—¡Limpia tu mente, Ariane! —la voz de madame Viotti era agradable, invitadora y consciente—. Olvida los pensamientos negativos, ignora los malos sentimientos y siente lo mejor que hay dentro de ti.
Los ojos de la niña permanecían cerrados. Todo lo que le era dicho se cumplía. Y puedo admitir por ella que Ariane Narin comenzó a sentir una paz que invadía su cuerpo. El agua, que ya estaba tibia, pareció calentarse más, y todo se volvió más confortable. Sus hombros estaban sueltos, y la cabeza cayó hacia atrás de tanto relajamiento en el cuello.
—Medita. Pide a la Creadora que seas un instrumento de bondad en esta existencia. Agradece las informaciones que recibes y por haber sido elegida para desempeñar un papel importante en este mundo. Entrégate y escucha lo que ella tenga que decirte.
Ariane podría haber jurado que por un momento careció de un cuerpo físico. Se sentía tan ligera que parecía flotar. Y acostumbrada ya a concebir al semidiós Creador con forma de mujer, pidió a la Creadora que en verdad guiara sus pasos. Y escuchó.
«Ariane».
Era otra vez el llamado. Pero esta vez la voz no se parecía a la de su madre. Creyó que la Creadora estaba allí para hablar con ella y siguió concentrada. No tardó mucho para que la voz sonara de nuevo desde fuera hasta dentro de sus oídos.
«Sigue tu búsqueda, hija».
Ariane abrió los ojos. Seguía en el cuarto de abajo, dentro de la bañera, sólo con su madre y madame Viotti que la observaban. Contó lo que había escuchado, aunque con un poco de recelo de que una o ambas no le creyeran y se rieran de lo que decía.
—Estás lista, niña —dijo madame Viotti—. Pronto anochecerá y entonces comenzaremos tu iniciación. Tienes un gran papel que desempeñar en este mundo, querida. Ahora debemos descubrir cuál es.
Madame Viotti subió las escaleras, y por el sonido de los pasos en el suelo de madera, desde el cuarto de baño era posible saber por dónde andaba. Ariane miró a su madre y sonrió, porque la madre a su vez le sonreía.
—¡Escuché, madre! Otra vez. El llamado —la niña se sentía orgullosa.
—Querida, escucha lo que te voy a decir, y esto es muy serio. Nunca cuentes nada de lo que ocurre en un aquelarre a otras personas, ¿entiendes? No todas las personas entenderán la existencia de magos blancos y magos negros. La gente tiende a creer que una bruja es una criatura tenebrosa, así como piensa que no existen hadas malas, cuando fueron las hadas caídas las que enseñaron las magias prohibidas a las brujas negras.
—Entiendo, madre. ¿Sabes? Reconozco que hasta yo misma me asusté al principio… Pero tengo la certeza de que tú eres la mujer más increíble que conozco, y también… Eres todo lo que a mí me gustaría ser cuando crezca… Y si yo fuera la mitad de la mujer que eres tú, sería una niña satisfecha… Por eso, ¿sabes?, quería decirte… Porque cuando mi abuelita murió… me quedé pensando que nunca le dije a ella cuánto la quería y… Quiero decir hoy que… Te amo, madre.
Anna Narin agradeció a la Creadora por permitirle ser madre.
Y nada más por eso.