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–¿Por qué un pirata querría encontrar a una bruja? —preguntó João.
La pregunta estaba dirigida a Sabino, que en aquel momento pensaba en muchas cosas diferentes, incluso en el hecho de que era la época de mutación de las orugas, aunque eso no tuviera nada que ver con el asunto, y por eso no extendió demasiado aquel razonamiento; menos mal.
María, por su parte, miró a su profesor con curiosidad, pues la duda del hermano menor era la suya propia.
—Uf… no es una pregunta fácil de responder, señor Hanson. No me vienen muchos motivos a la memoria en este momento, pero dentro de lo que veo como plausible… apuesto… ejem, ejem…
Una vez más, los Hanson observaron al extraño señor, que parecía desligarse del mundo acompañado de sus típicos murmullos de «ejem, ejem». Aún se extrañaban, si bien ya lo habían advertido, de que a tales sonidos los seguía una brillante observación, y por eso no se quejaban de su excentricidad.
—¡Apuesto a que el motivo es un trabajo!
—¿Trabajo? ¿Y cómo puede una bruja trabajar para alguien? —preguntó asustada María, recordando la figura de la única bruja que había conocido en el mundo.
—Mediante un pacto, señorita Hanson. En la época de la Cacería de Brujas, muchas de las personas que fueron apresadas e interrogadas habían contratado a brujas para que realizaran determinados rituales. —Sabino rememoró aquellos tiempos con recuerdos tan vivos como el mosquito que insistía en picarle la cara de cuando en cuando.
—¿Es cierto? ¿Y qué le pedían esas personas a las brujas que hicieran en esos… rituales? —insistió María.
—Pues… peticiones. Variaban desde solicitudes de amor forzado hasta el deseo de enfermedad o muerte de personas…
—¡Válgame, qué horror!
—¿Pero qué podría pedir un pirata a una bruja en un ritual? ¿Algo malo para el Rey y los soldados?
—A lo mejor, señor Hanson, ¿quién puede saberlo? Pero no creo que vinieran desde tan lejos para algo similar ni que se tomaran el trabajo de escribir ese mensaje en runas tan específicas… tan sólo para eso.
—Bueno, de cualquier forma eso significa… ¡qué aún existe una bruja en Andreanne!
—¡Perspicaz, señorita Hanson! ¡Muy perspicaz! Su razonamiento es perfecto, y por eso la situación resulta preocupante. Ahora vamos, arreglen sus cuellos, peinen sus cabellos y síganme —y el profesor se encaminó a la puerta.
—¿Eh? ¿Adónde quiere ir ahora el señor Sabelotodo? —João hizo un gesto de desánimo, pues creía que sería testigo de otra de las excentricidades de aquel señor rarísimo.
—A ver… si el reino está sufriendo una amenaza, ¿qué cree usted que debemos hacer? ¡Debemos hablar con el rey, por supuesto!