30
–Aquí fue. En este lago, en este lugar exacto. Me había detenido a descansar y a beber un poco de agua, y él apareció. Era grande, mucho mayor de lo que yo pensaba que podría existir, y se detuvo cerca de aquellas hojas, me miró de una forma horrible, se lamió los belfos, gruñó un poco… Fue cuando pensé que me atacaría. Entonces me dio la espalda. Me miró una vez más… y se fue. Creí que jamás lo volvería a ver.
Una lágrima remató esta descripción. Era la primera vez, en cuatro años, que Ariane Narin no sólo hablaba con detalles de lo que había ocurrido aquel día, sino que también volvía al lugar donde sucedió. Sin embargo, ahora no estaba sola. Su madre, que antes había sido criticada con dureza por haber dejado a su hija ir sola a casa de la abuela a los nueve años, estaba con ella.
Un día de la Tierra. El día en que Ariane cumplía trece años. Si desde que despertó hasta aquel momento —que no fue tanto tiempo, debo agregar— la joven había sido sometida a tantas sorpresas y sentimientos distintos, ¿qué podría esperar del resto de la jornada?
—¿Has notado algunas cosas diferentes, querida? ¿Algo extraño que escuches o veas? —preguntó Anna.
—¡Bueno, sí, madre! —y Ariane miró hacia arriba y a la izquierda—. ¿Sabes? Cuando atacaron el centro… yo estaba con João en medio de la multitud, pero incluso antes, cuando me hallaba dentro de la casa de los Basbaum… yo… te escuché llamándome varias veces como si me hablaras al oído, pero demasiado alto, ¿sabes? —la muchacha temía que su madre comenzara a sufrir un ataque de risa.
—Lo sé, Ariane —y a la niña le extrañó mucho la respuesta materna—. ¡Realmente te llamé!
—Pero… ¡Madre…! ¿Cómo pudiste hacer eso?
—¡Ese es el llamado! Una misma lo despierta cuando se encuentra lista, como ahora. —Anna hablaba como si todo aquello fuera de lo más natural—. Yo puedo estar a muchos kilómetros de ti, Ariane, pero si te llamo podrás escucharme como si estuvieras a mi lado.
—¿En serio? Qué fuerte —la madre no comprendió muy bien el sentido del término utilizado por su hija—. Bueno, al menos esas cosas extrañas son mejores que ver a aquella llorona.
—¿Cuál? —y Ariane sintió cómo el tono de voz de su madre se volvía más serio.
—Es que… ¿sabes? Me parecía raro contar esto, pero tú misma has dicho tantas cosas extrañas hoy, que me ya no sé qué es extraño y qué no…
—¡Hija, cuéntame ya! ¿A quién viste?
—Todavía la veo, de vez en cuando, pero no me gusta. Tiene el cabello rojo, largo. Es medio feo, porque está maltratado —un comentario que sólo podía provenir de una mujer—. Su vestido también es rojo… ¡Y ella siempre está llorando! Lo más extraño, ¿sabes?, es que cuando la veo yo también lloro, pero sólo puedo hacerlo con un ojo.
—¿Tú… la has visto varias veces? —la madre intentaba parecer normal, pero no lo conseguía—. ¿Has visto a la Banshee varias veces, Ariane?
—¿A quién? ¿A Bian-Si? —la madre se veía tan desconcertada que estuvo a punto de olvidar que su hija nunca había escuchado aquel nombre—. ¿Sabes quién es esa mujer?
—Sí, lo sé —los ojos de la madre estaban perdidos en la nada—. Pero todavía no me arriesgo a decir por qué si la has visto tantas veces sigues aquí para contármelo. Vamos a casa de tu abuela, allá estaré en posibilidades de responderte en breve.
—¿Cómo que «sigues aquí para contármelo», madre? ¿Y qué tiene la casa de mi abuela para que me des las respuestas allá?
—Ya verás, Ariane, allá tú misma lo verás.