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–¿Yo sería qué, madre? Repítemelo…

—Iniciada.

Bueno, de seguro que no estás entendiendo la sorpresa de Ariane. Hagamos lo siguiente: déjame usar un ejemplo para ubicar el grado de desconcierto de la niña. Imagina que yo te digo lo siguiente en este preciso momento: «¿Sabes qué hora es? Veintisiete del tercer mes, en la primera a la izquierda». Tu reacción a esa respuesta sería la misma de Ariane a la de su madre. Comprendido eso, podemos continuar con nuestra narrativa.

—¿Qué significa «ser iniciada», madre?

—Piensa en lo siguiente, Ariane… Digamos que yo o tu padre, o João o María, o incluso el príncipe Axel, tuviéramos un grupo secreto —la madre buscaba otra forma de explicar a su hija lo que deseaba, pero omitía un detalle importante—: una especie de club. Entonces, para que alguien entrara en ese club, primero tendría que ser «iniciado», ¿entiendes?

—Madre, ¿por qué me hablas como si fuera una retrasada o tuviera seis años de edad? —tal era el detalle al que me refería—. Ya entendí. Lo que quiero saber… Déjame explicarte… Sólo quiero saber cuál es ese «club», ¿entendiste? ¿Ser iniciada significa formar parte de qué?

—¡Oh, perdóname! Tienes razón, estoy hablando contigo como si aún fueras una niña. Y ya eres una adolescente.

—Bien. ¡Habla pronto! —Ariane nunca se había caracterizado por su paciencia.

—Está bien, hija; sucede que yo, tu abuela y todas las mujeres de esta familia estamos ligadas a un grupo muy especial de personas. Y tú no eres diferente, ¿eh? Muy por el contrario.

—¿Qué quieres decir?

—Qué tal vez tú eres la más bendecida de todas nosotras.

—Madre, cada vez me confundo más. ¿Qué tengo yo?

—Ariane: tú naciste un día trece, en una noche de Luna negra y en el día de la Tierra. Hija, tú naciste… tocada.

—Madre, me estás asustando… —la muchacha ya no tenía un ápice de aquel sueño, que le dejó legañas y la había hecho restregarse los ojos no hacía mucho tiempo—. Me estás queriendo decir que aquel día en la casa de la abuela yo…

—Aquel día fuiste sola por primera vez a casa de tu abuela, pero había una protección en ti, y ninguna persona o animal podría haberte dañado durante el trayecto.

—Pero… ¡Madre! Mi abuela… ella fue atacada.

—La protección era para el trayecto, querida, no para la casa de tu abuela. ¿Tú misma no te acuerdas que encontraste al lobo asesino antes de llegar a la casa, cuando te detuviste en el lago, a medio camino?

—Sí, lo recuerdo. ¡Estaba sola y tuve miedo de que me quisiera devorar allí mismo! —la chica nunca olvidó aquellos detalles del episodio. Como digo siempre: nadie la dejaba.

—¿Y por qué crees que él no te devoró allí mismo?

La niña se congeló. ¡Ese era un razonamiento que ni ella ni nadie más había tenido jamás! Y todo venía al mismo tiempo a martillar su mente repleta de pensamientos, como el arma de un aldeano que busca dar varios golpes en un nido de avispas antes de derribarlo. El lobo en realidad habría podido devorarla allí, seguir a casa de la abuela y completar su «tentempié» sin contratiempos ni dificultad alguna.

—No habría podido, aunque quisiera. Algo se lo habría impedido. Ese algo se llama «protección en la travesía» y es una concentración energética que aparta el peligro del protegido en un trayecto mentalizado con antelación.

—¿Cómo entiendes de todo eso, madre? —era una pregunta bastante oportuna para la situación.

—Porque soy parte del «club», Ariane. Y tú, a partir de ahora, después de tu décimo tercer cumpleaños, estás más que apta para conocerlo.

—Bueno… —no pienses que Ariane estaba muy segura de sí en aquella situación. Apenas estaba logrando amontonar las informaciones en un sitio determinado, con un orden lógico, y eso ya era un gran avance—. Ahora dime si tiene sentido lo que te diré: si ese día yo estaba protegida por esa tal…

—Protección en la travesía…

—Eso. Si yo estaba protegida, ¿no es raro que el lobo haya tenido la idea de ir a casa de mi abuela y esperarme allí? —otra pregunta bastante oportuna.

—Perfectamente, querida. Tú todavía no sabías comunicarte con los animales para que él supiera el lugar exacto al que te dirigías —en los cuentos de los bardos, que no tienen la culpa de no contar con informaciones tan específicas, en esa parte se narra cómo la niña con la caperuza roja no sólo conversó con el lobo (como si ambos hablaran la misma lengua; ¡dime si podrían!), sino que le contó que se dirigía a casa de su abuela a llevarle dulces. Es obvio que ninguno de los oyentes repara en que ella nunca especifica el lugar de residencia de la hoy fallecida señora, y que no había forma, por lo tanto, de que el lobo asesino supiera dónde era la morada de la víctima, para llegar allí antes que la niña. Y no, nada de «la única casa en el camino». Existen varias casas construidas por familias de leñadores y cazadores en el trayecto hacia la antigua casa de la señora Narin, suficientes para confundir a un lobo, o hasta a dos.

—¡Pero claro que no podría comunicarme con los animales, madre! ¡Eso es imposible! ¡Qué idea!

—¡En realidad no lo es! —los ojos de la chica se abrieron—. ¡Sólo es que aún no lo lograbas!

—¡Madre, a ver, para! ¡Me vas a pirar! —la expresión sonó graciosa a los oídos de la madre—. ¿Estás hablando de superpoderes? ¿Cómo los de las hadas?

—Más o menos, querida. Me refiero a la manipulación de energía etérea semidivina —y si antes la madre ignoraba que su hija ya no era una niña, ahora también desconocía que no era una adulta—. Significa estar en contacto y manipular esa energía de la cual todos estamos hechos.

—¡Válgame, qué complicado! Tengo otra pregunta que aún no entiendo bien. Tú dices que el lobo no podía atacarme porque yo estaba con la «travesía no se qué», ¿cierto?

—Sí… —la madre rio.

—Entonces, insisto, ¿cómo fue a parar el lobo a casa de mi abuelita, en vista de que él no tenía modo de saber dónde estaba, y mucho menos la certeza de que sólo allí dentro podría atacarme?

—Eso es lo que intento decirte, Ariane. El animal que atacó a tu abuela no era un animal común y corriente. Ella no fue asesinada por un animal hambriento, que buscaba alimento en medio del bosque: ella fue asesinada por un animal marcado.