26
–Y esta vez debía robar el collar de ciento ocho piedras. —Snail miró involuntariamente hacia arriba y a la izquierda mientras se activaba la memoria visual en su cerebro—. Fue cuando vine a parar aquí…
—¿Entonces trabajas para Jamil Corazón de Cocodrilo?
—Trabajaba, pues en las actuales circunstancias me parece que solicitaré mi despido. De todas maneras él me habría echado…
—Ni pensarlo, ladino. Necesito que conserves el empleo, mucho más de lo que imaginas. Volverás con tu jefe, pero esta vez bajo mis órdenes.
—Disculpe la ignorancia, majestad, ¿pero acaso quiere que me convierta en un agente doble? —se sorprendió el preso. El rey sólo sonrió—. ¡No, ni pensarlo, mi señor! Jamil me mataría en cuanto llegara a desconfiar.
—¿Y tú que crees que yo —el rey pronunció con mucho énfasis ese «yo»— voy a hacer?
Quizá fuera tan sólo una manera de engañarlo, de esas con las que Snail estaba tan acostumbrado a lidiar. Quizá. Pero no lo culpes, por favor; te aseguro que hasta tú temblarías nada más de estar en aquella sala y en aquella posición, amenazado por una figura tan prominente como el más grande de todos los reyes, conocido por haber quemado brujas sin piedad.
—¡Pero… si aparezco sin el collar… moriré de todas formas!
—El caso es que aparecerás con el collar —y el rey extrajo una réplica de aquel collar de ciento ocho piedras de algún rincón de su manto real—. Lo llevarás ante tu jefe con mucho cuidado, supongo.
—Pero majestad… ¡no sé si me siento del todo cómodo con esta historia del agente doble! Tal vez sea más seguro si me permite pudrirme en la Jaula.
—¡Vamos, Galford! Trabajarás para el rey. ¿Cuándo imaginaste que tendrías un patrón de esa importancia?
Tal vez Primo continuaba con la pretensión de engañarlo. Sí, tal vez, pero de nuevo funcionó. Porque con esa última frase, en pocos segundos toda una historia de vida regresó a la mente del pirata Galford. Y le devolvió la imagen antigua, pero bastante viva, de su padre.
—¿Entonces? ¿Aceptarás los términos u optarás por la Jaula?
—¡Ayúdeme a salir de una duda, señor! ¿Por qué está tan seguro de que no voy a traicionarlo?
—La única certeza que puedes tener es que, si llegas a hacerlo, colgaré tus tripas de la torre más alta de la ciudad, ¿entiendes? —supongo que ahora tú también comprendes aquella historia respecto de que tal vez todo fuera un engaño, pero funciona, ¿no?
—Entiendo. —Snail intentaba mantenerse en calma, aunque tragara en seco—. Me parece que no tengo muchas opciones, majestad.
—¿Es eso un «sí»?
Snail tembló. Era hora de emitir la palabra final. Un acto que cambiaría su vida entera. De nuevo le vino a la memoria la imagen de su padre, esta vez acompañada por una célebre y nostálgica frase que tanto marcó la vida del hijo: «Si un día tuvieras una verdadera oportunidad, y creyeras que será la única de tu vida, agárrala con uñas y dientes».
Ahora se le presentaba la oportunidad de trabajar para un Rey. El más grande de todos, en realidad. Cierto, sería una labor ingrata, de la que no estaba seguro si amanecería vivo o moriría apuñalado por tantos filos que no sabría si acaso lograría dormir, pero ¿no había sido así toda su vida desde que su padre lo dejó por su cuenta?
—Sí, acepto, señor…
—Muy bien. Entonces limpiaremos tu expediente. Será como si nunca hubieras estado aquí —y sólo él podía cumplir con tal promesa, pues era el rey—. Ahora dime, ¿por qué Corazón de Cocodrilo quería que robaras esos objetos de valores tan distintos?
—Él no habla mucho sobre los porqués, majestad. Pero supe que se relaciona con algún ritual.
—¿Ritual? ¿Quieres decir que primero se infiltra en Andreanne y se une secretamente a una facción criminal y ahora… quiere hacer un ritual? ¿Por qué entonces esos ataques contra Andreanne?
—¡No sabría responderle con certeza, señor! Pero le juro que haré cuanto esté en mis manos para descubrirlo —una promesa difícil de cumplir—. Me gustaría su permiso para hacerle una pregunta, majestad —el rey asintió—. Señor, dígame, ¿cómo haré en el futuro para llegar hasta su persona sin levantar sospechas?
—Fácil, ladino. ¡Grábate lo que te diré ahora y no necesitarás preocuparte por eso!: nunca mires a las estrellas. Las estrellas te estarán mirando a ti.