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Casa de los Basbaum.
La residencia invadida seguía intacta y sólo al día siguiente una autoridad real tomaría alguna providencia al respecto. La joven se detuvo en la entrada, en busca de algo. Era increíble la influencia de Sabino sobre ella, pues había modificado de manera paulatina, y en un tiempo muy corto de relación, incluso su manera de razonar y observar las cosas y a las personas.
—¿Qué crees que signifique? —preguntó João.
Estaban frente a algo del todo imperceptible el día anterior, pero en lo que María parecía haberse interesado ahora: un dibujo que les recordaba a un murciélago negro como el ébano en la pared de entrada, cerca de la puerta.
—No sé si es el mismo, pero se parece al que está pintado en la estatua. Pero bien puede haberlos a montones en otras casas.
—Sí, a lo mejor… —João se encogió de hombros y continuó hacia el interior de la cabaña.
Luego de que ambos entraron, María observó con cuidado los dibujos descritos por su hermano, que seguían en las paredes pintados con un rojo sangre y bastante legibles.
—¡Oye, João! ¡Es aquí!
—¿Aquí qué?
—Esta casa. Aquellos hombres se encontraban detrás de algo que consiguieron en esta misma casa. Estos dibujos que apuntan hacia la ventana tenían el objetivo de informar eso a alguien que mirara desde afuera. O al lo menos eso creo.
—¡Caray! ¿Será? ¿Pero qué podría haber de valor aquí, en casa de los Basbaum?
—No sé; echemos un vistazo.
Pero ni João ni María descubrirían aquello que buscaban, pues un estrépito hizo crujir la madera. Una gota de sudor les recorrió el cuello. Las manos comenzaron a temblarles. Los cabellos de ambos se erizaron. Los corazones les latieron como si fueran a salírseles por la boca. La nariz de João volvió a sangrar.
Y ambos se percataron de que no estaban solos, como habían pensado, en aquel lugar.