21

Boris, el corcel, frenó en un impulso. Pacato, el mamut de guerra adolescente, que venía atrás, apenas tuvo tiempo de imitar la inesperada parada. El águila-dragón sólo bailó un poco en su salón de nitrógeno y descendió al suelo, como pocas veces lo hacía. Cuando Muralla logró bajar del lomo de su montura, Axel ya estaba socorriendo a la pobre señora en el suelo de tierra.

—¡Muralla, agua! ¡Rápido! —y para un trol, que suele ser más pesado que rápido, Muralla actuó con rapidez.

Axel dio de beber a la señora con cuidado y mojó el rostro envejecido y febril, típico de quien lleva horas sin comer y, sobre todo, sin beber nada. Poco a poco le regresó el habla, en especial tras comer una de las manzanas dulces recogidas por ellos en el camino.

—Gracias, hijo mío —dijo, sin reconocer al príncipe—. Fui atacada por monstruos asaltantes, los cuales se llevaron mi burro y mi carreta. Yo no tenía dinero, así que se llevaron mis hierbas… ¡Mi Creador, mis hierbas…! —la frase no fue dicha con esa rapidez, pero gastaríamos mucho más tiempo de la narración si lo reprodujéramos a la velocidad original.

—Señora, mi nombre es Axel Terra Branford y veo que necesita cuidados médicos que no puedo ofrecerle aquí —esta ni siquiera pareció reconocerlo cuando le dijo su nombre—. Estamos en camino a Metropólitan, y podría recibir los cuidados que necesita, allá también puedo buscar a la autoridad local e intentar encontrar a los hombres que le hicieron tamaña cobardía. ¿Quiere viajar con nosotros?

—Muy gentil de su parte, mi joven. Pero no puedo. No, no puedo… —y necesitó un tiempo más para tomar aliento y volver a hablar; curiosamente llevaba plantas y raíces en las manos, iguales a otras que se veían esparcidas en el camino—. Debo volver a Andreanne lo más rápido posible. Mi hija está muriendo y sólo yo sé cómo tratar esa fiebre que la mata poco a poco. Es un remedio de familia que me hacía mi madre, que a su vez la madre de ella aprendió con una antigua abuela. Nosotras las mujeres la hacemos en un té, y estoy segura de que eso la salvará. Sí, la salvará. Ellos se llevaron mis hierbas, pero conservé un poco antes de que partieran. ¡Oh, buenas hadas, espero que se salve! Pero tengo miedo. Miedo de no llegar a tiempo… A tiempo de… Oh, mi Creador… —la mujer miró hacia abajo. Su dilema era obvio.

Axel miró hacia el este. Andreanne estaba abajo. Él ya había recorrido más de medio camino hasta Metropólitan, y sabía cuánto tardaría esa señora en llegar a la ciudad. La vida de la hija en verdad parecía amenazada, si es que sólo ella era capaz de preparar el té milagroso, fuera lo que fuera la sustancia que contenía.

El príncipe miró hacia Metropólitan y luego al cielo. Sabía que, incluso en un corcel común, tal vez no llegaría a tiempo. Se necesitaría más que un corcel: al mejor de todos.

Se necesitaba a Boris.

Sin embargo, si él se lo cediera, habría que agregar más días a su viaje y a sus propios planes, ya de por sí frustrados. Suspiró. Estaba confundido y no sabía qué hacer, si actuar con la cabeza o con el corazón, lo que era muy típico en un ser humano. Entonces miró a los ojos de Tuhanny, que lo observaba muy de cerca. La mirada de un águila-dragón intimida a cualquiera, pues regresa la imagen en forma distorsionada, al reflejar los sentimientos del individuo.

En este caso Axel se miró en aquellos ojos con expresiones confusas, optando entre la razón y la emoción. La primera le ordenaba seguir, pues no podía cambiar al mundo por sí solo, y lo más probable era que, aun entregando su corcel, y aun si Boris daba todo de sí, la hija de la señora moriría, mientras que la segunda exigía entregar el caballo, pues mientras hubiera vida, habría esperanza.

Muralla lo observaba de lejos, agradecido de estar en la piel de un trol y no en la del humano.

Entonces el príncipe tomó la decisión:

Boris será la mejor montura que podría encontrar en todo el reino, buena señora. Venga, monte a este animal, que la llevará con la rapidez del viento y a tiempo para salvar a su hija. Rezaré al Creador por eso…

Para tomar esa decisión, Axel había sopesado los conflictos de su pensamiento y modificó la visión específica con que se enfrentaba a la situación. Entonces su razón reparó en que el dilema allí no era más complejo que lo siguiente: la disculpa para desear seguir, la de que no podría cambiar el mundo por sí solo, no pasaba de ser otra modalidad del egocentrismo y sus derivados, ya que el ego contempla a un individuo diferente e independiente de otro, de manera que si, por ejemplo, yo te lastimo, eso no me causará daño alguno. Además de eso, el ego cree en la autopreservación. El argumento esgrimido, que no habría tiempo suficiente aunque le entregara a Boris, era una forma matizada de no sentirse culpable y de transferir la culpa a un tercero inocente: el propio tiempo. Además de eso, si la señora había sido asaltada y lastimada en Arzallum, la responsabilidad recaía por necesidad en las autoridades que la gobernaban, y la mayor autoridad de todas era su propio padre.

Lo mínimo que él podía hacer era entregar su corcel y salvar la vida de la joven. Era su obligación. Mientras hubiera vida habría esperanza. Sí. Y así se hizo. Muralla inclinó la cabeza, en aceptación de aquel acto de grandeza, pero a sabiendas de que con ello no sólo agrandarían el tiempo de su viaje, sino también las provisiones, sobre todo las reservas de agua, pues no era aconsejable sobrecargar a Pacato, que de por sí tendría en Axel un peso extra.

—Antes de que parta, señora, ¿me diría cómo eran los hombres que le hicieron daño? —preguntó el príncipe.

—¡No eran hombres, mi joven, sino humanoides! ¡Tenían la piel color azul y la cara de puerco o jabalí, si no me engaño! ¡Sí que daban miedo! ¡Y eran tres! Siguieron en dirección a Metropólitan, creo…

—¡Que tenga un buen viaje y dele mis recuerdos a su hija! Estoy seguro de que todo saldrá bien —dijo Axel, mientras Boris comenzaba a andar—. ¡Orcos! Temerarios como siempre. ¿Cómo pueden asaltar a alguien en medio de Denims? ¡Vamos, con suerte todavía los encontramos!

A Muralla le hizo gracia el comentario y sujetó las riendas del mamut. En un segundo, cuando la señora ya estaba en pleno galope en dirección a Andreanne, el príncipe montó en el lomo del mastodonte junto a su guardaespaldas, pensando amortiguar en alguna forma las consecuencias del imprevisto.

—¿Cómo haces para tomar las decisiones importantes? —preguntó Muralla, mientras guiaba a Pacato.

—Eligiendo siempre lo que considero correcto.

—¿Y cómo es que nunca titubeas al tomar la decisión, incluso a sabiendas de que lo «correcto» te perjudicará, al menos de manera momentánea? —eso era algo en verdad complicado para la mente de un trol, pues esa raza concibe la vida en forma diferente a los humanos, lo cual resulta natural, o de lo contrario serían humanos y no trols.

—Con fe.