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Día de la Tierra.
El quinto de los cinco en Nueva Éter. Era la jornada de asueto para hombres, mujeres y niños, que trabajaban o estudiaban los otros cuatro. No importa si aquel era el primero, el segundo o cualquier otro de los días, mas no el quinto, pues nadie se olvidaría de la carnicería ocurrida en el pasado día de fuego sólo por haber dormido muy mal una noche.
El estado de sitio entraría en vigor y sería seguido de manera rigurosa a partir de aquel día. Las campanas ya estaban en posición para tañer en los momentos correctos, y los cuchicheos de la gente en las calles no permitían que nadie se olvidara de los cambios que sobrevendrían. Ya que el mal había retornado, las personas de bien deseaban extinguirlo otra vez.
Como debe resultarte fácil apreciar, la energía en Andreanne se sentía pesada, triste, lúgubre. Las personas casi no salían de casa, el comercio permanecía cerrado e incluso la Majestad no funcionaría para otra representación de Cazadores de Brujas, como venía ocurriendo dos veces por jornada cada día de la Tierra. La propia compañía de teatro se había reunido para pensar si no sería mejor marcharse a otra ciudad, pues pasaría un tiempo hasta que Andreanne superara las consecuencias del ataque.
Algunos locales abrieron sus puertas ese día, y sólo por órdenes del monarca. Uno de ellos era la Biblioteca Real, que no estaba del todo vacía, ya que había tres personas allí, una de las cuales era la señora Stephanie, su bibliotecaria. Tal vez no te cause mucha extrañeza que las otras dos personas que no dejaron a la señora Stephanie inmersa en soledad eran los hermanos María y João Hanson.
Frente a ellos, libros. Muchos libros. João había conversado con su hermana sobre los extraños dibujos que había visto, y María le había dicho muy poco sobre el profesor Sabino y sus complicadas teorías. Pero ambos estaban allí, investigando sobre asuntos por los cuales la señora Stephanie jamás había visto a algún joven interesarse en la ciudad.
Eran obras que trataban de asuntos como idiomas antiguos, culturas de antepasados, rituales extraños y hasta ocultismo. María trazó las figuras descritas por João, y juntos buscaban entender si aquello era un mensaje o un dibujo. João también intentaba armar un rompecabezas que al principio parecía sin lógica, o acaso no.
—No… no tienen parecido con el alfabeto vannoniano —dijo María, en relación con el idioma hablado en una época en que la región donde hoy se localiza Carabás era conocida como Vannon, y cerró un pesado, viejo y empolvado libro—. ¿Encontraste algo?
—Uf… ¡no! ¡Pero sigo pensando que aquello era un dibujo! Parecido a un grafiti, ¿sabes? —concluyó João, sin quitar los ojos de un libro de ocultismo con figuras extrañas.
—¡Tal vez sí! ¡Ah! ¿Será que arreglarán hoy mismo la estatua de Primo? Se ve horrible sin cabeza, ¿no? —María cambió el tema.
—Es verdad. ¡Y también estaba pintada! ¡Diablos! ¡No logro entender nada!
—Pintada, ¿eh? —María desenfocó la mirada, cansada de hojear libros.
—Sí. ¡Mira, me rindo! Debe ser idiota pensar que hay algo más en esas pintas.
—João… ¿esas pintas que viste en casa del señor Basbaum quedaban frente a una ventana? —ni María podría haber explicado muy bien por qué le había venido tal razonamiento a la mente.
—¿Cómo? Quieres preguntar algo más difícil, ¿no?
—En serio, recuerda el lugar. ¡Toma, dibuja aquí la sala que viste!
Y María observó a João recrear aquel sitio. Él se tardó, y sus dudas radicaban justo en la posición de la ventana, pues sabía que ese era el detalle más importante para su hermana, aunque ni él ni ella supieran bien por qué. De cualquier forma, dibujar le hizo bien a su memoria y al fin recordó el lugar exacto, aunque no con tanta certeza como lo afirmo yo ahora. ¡Ah, sí, la ventana estaba en la dirección del mensaje!
—¡Mira, creo que era así! ¡Pero no puedo decirlo con certeza!
María no lo escuchó. Estaba concentrada en la información recibida, y más parecía su profesor, haciendo una y otra vez sonidos parecidos a «ejem, ejem».
—Vi algunas casas con el profesor, pero ninguna de ellas tenía la pared hacia la ventana pintada. ¡Esta es la primera!
—¿Cuál es la diferencia de que esté o no en dirección a la ventana?
—¡Vamos, João, razona! —María fue un poco brusca, pero estaba tan concentrada en llegar a alguna conclusión, que ni siquiera lo notó.
—Uf… —nota que João se podría haber hecho la víctima o enfadado con su hermana, pero sabía que si ella le ordenaba razonar, era porque no estaba tan concentrado como debería—. ¿Entonces crees que esos mensajes eran un aviso para alguien? ¿Por eso estaban frente a la ventana?
—¡Exactamente! —María sonrió satisfecha—. ¡Eso era lo que buscaba el profesor!
—¿Y cómo vamos a tener la seguridad de eso, María?
—¡Porque ahora mismo nos vamos para allá!