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Todavía era la noche del día de fuego cuando Axel Branford detuvo su recorrido. El corcel necesitaba descanso, alimentación y una buena noche de sueño. El único ser vivo que no parecía necesitarlo era el propio príncipe, que no podía dormir debido a las excesivas ganas de continuar. Bueno, en cuanto a esto, Boris se sentía fastidiado al respecto.

Tuhanny lo entendía. Siempre. El águila-dragón tenía el mismo deseo de su príncipe. Ahora sé qué difícil es explicar esa relación casi sobrenatural del príncipe con su mascota, pues en realidad he hablado muy poco, o casi nada, sobre Tuhanny. A lo largo de la narración no se ha contado ni siquiera la forma en que ambos se conocieron. Pero me acuerdo. ¡Ah, sí que me acuerdo bien de eso! Ya dije que un día, mas no hoy, ese encuentro será contado.

Pero no piensen que Tuhanny no estuvo presente antes en la historia de Axel. ¿Quién crees, por ejemplo, que era la estrella fugaz escarlata que bendijo el beso de Axel y María en la Catedral de la Sagrada Creación? En realidad, Tuhanny siempre acompañaba los pasos del príncipe, pero ella era la reina de los cielos, y allá en las alturas sólo podía ser vista cuando lo permitía. Sin embargo, Axel no necesitaba verla para saber dónde estaba, o si se encontraba bien o mal, ya que podía sentir lo que ella sentía.

Bueno, si el corcel estaba un poco fastidiado con la opinión de Axel, mucho menos le importaba la opinión de un águila, ya fuera común o un híbrido de dragón. Y por eso descansaba feliz de la vida sin ningún cargo de conciencia, pues en su mente sabía que debía correr sin destino, cargando a un loco en el lomo, sin entender nada más.

La hoguera estaba encendida por dos motivos: calentar el cuerpo y apartar a otros animales, aunque también existía la posibilidad de que otros seres vivos fueran atraídos por la misma. No importaba. Esa no era la preocupación de Axel en aquel momento. Muralla estaba a su lado. Despierto. A partir de entonces, cada veinticuatro horas o más que no pudiera dormir influirían directamente en su estado físico o mental, lo que siempre debe ser pensado en grandes proporciones cuando se trata de un trol.

—¡Creo que erré mis cálculos, Muralla!

—¿Por qué lo dices? —preguntó el trol, mientras mordía un pedazo de muslo de pollo asado allí en la hoguera. Así como lo comía cocido, también lo habría podido hacer crudo.

—Creo que deberíamos estar mucho más lejos. A este paso me temo que nos tomará mucho más de cuatro días llegar a nuestro destino. En verdad, aquí entre nos, Axel se había engañado a sí mismo. Aún en el más veloz de los corceles, su viaje habría tomado al menos una semana de cabalgata sin descanso para llegar desde Andreanne hasta las Siete Montañas.

Dicho esto, continuemos:

—Entonces descansemos en Metropólitan y también en otra ciudad que esté en el camino.

—¿No te traerá malos recuerdos volver a Metropólitan?

—No, mi señor. Ahora soy libre, miembro de una comitiva real, y eso significa volver por todo lo alto para un trol ceniciento.

—Ciertamente, mi buen amigo. Y creo que tienes razón. Ya que el viaje demorará más de lo que yo esperaba, descansemos entonces como es debido. Paremos en Metropólitan para descansar, ¿está bien?

El trol sonrió, si es que los trols pueden hacerlo, y miró al cielo, donde en aquel momento la estrella más brillante era Christie, aquella que nunca se apaga. Y fue por estar hipnotizado con tanto brillo que no percibió la mirada distante de Axel Branford, una mirada que se debía a un deseo: una oración silenciosa hecha en ese momento, desde el fondo de su corazón intranquilo, al semidiós Creador.

Y seguramente el Creador lo escuchó.

¡Ah, sí, te garantizo con absoluta certeza que lo escuchó!