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La noticia fue recibida de manera avasalladora, como un tiro de cañón. La población quedó en alerta. El descontrol emocional resultó tan inmenso, que de no haber tenido a un monarca con el temple de Primo Branford en ese momento, tal vez Andreanne hoy no sería el ejemplo de ciudad capital que se conoce. Pues fue este Rey el primero en percibir la necesidad de calmar al pueblo y convencerlo de que no había otras brujas caníbales por allí, prestas a devorar los corazones de los niños. Y en realidad no existían: aquello había sido una excepción, o al menos así lo creían.
Durante el desarrollo de esta historia comprobarás por qué Primo contaba con bases reales para defender tal opinión. El hecho es que sabía que para revertir aquel cuadro era preciso algo grande, que mostrara, si no el verdadero, al menos el poder real de Andreanne. Sería preciso lograr que las personas no temieran vivir allí, sino que estuvieran orgullosas de hacerlo. Sería preciso algo que les llamara la atención, las tranquilizara, ocupara sus mentes y originara el renacimiento de la paz, tanto para nobles como para plebeyos, insatisfechos ante el temor de brujas sueltas por la ciudad.
Fue cuando Primo tuvo una idea.
Parecía que aquel día todos los semidioses le dirían qué hacer y cómo proceder. En ese momento surgió en su mente un plan perfecto, una verdadera creación en el momento propicio. Más que la creación, la recreación de una obra que nunca había sido suya pero que había llegado el momento de tomar para sí, pues todas las buenas ideas en esa ciudad debían ser concebidas por él.
Se reunió a los arquitectos reales.
Comenzaron las reformas.
Y la Majestad renació.