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Aplausos.
Ovación de nobles y plebeyos por igual. Cuando eso sucedía, sólo existían dos motivos: la presencia de miembros de la familia real o el final de un espectáculo merecedor de los aplausos.
—¡Mira, João! Es la familia real… —los ojos de ella, los de él y los de todos los demás brillaron de excitación y fascinación ante la llegada de ellos, pues en Arzallum, o en cualquier otro reino con reyes y una familia real que se respetara, todo se detenía al presentarse estos. Para saludar la llegada de un Rey incluso se debe interrumpir el hilo de una historia, se esté donde se esté.
El rey Primo y su familia ingresaron al Palco de la Majestad y fueron saludados por el pueblo y la nobleza como sólo pueden serlo un buen o temido gobernante y su familia. Allí estaba él con sus maneras sabias, el porte real y el blasón de Arzallum estampado en el pecho. Y no estaba solo. Junto a él venían sus dos hijos legítimos: la próxima generación que regiría Arzallum.
—¡Creo que es la primera vez que veré tu historia representada en un escenario, gran Rey!
El mayor era el príncipe heredero, entrenado para convertirse en el legítimo sucesor de Primo: Anisio Terra Branford, nombre que de acuerdo con los especialistas que saben de eso significa «completo» o «perfecto». Si tal es el significado de «Anisio», entonces la elección resultó apropiada, pues eso era lo que Anisio Terra Branford tendría que ser, al menos para sustituir al padre cuando fuera necesario. La verdad es que Anisio lo lograría: yo lo creo y aquel pueblo lo creía también. Qué fácil es creer en los gobernantes antes de que suban al poder, ¿no? Anisio era deseado por las chicas nobles y representaba todo aquello que los jóvenes de esa misma clase social soñaban ser. Sabía hablar en público, mostrarse gracioso y firme, comportarse en la mesa y montar un caballo. ¡Lo sabía todo! Era justo lo que un noble debía ser.
—¡Tengo la seguridad de que es mi primera vez, muchacho! Ahora, los dos procuren asomarse un poco y, por favor, distribuyan sonrisas como sopa… —dijo el Rey.
El otro hijo era el príncipe Axel Terra Branford, que desde la cuna se acostumbró a la idea de no ser el príncipe heredero y por eso no se preocupó por comportarse como el noble perfecto, hasta que acabó por convertirse en el plebeyo perfecto. No es que el príncipe tuviera modales rudos o falta de tacto con la realeza —se trata de un prejuicio infundado—; sólo no se interesaba por la parte noble de las cosas, intrigado en cambio con el mundo plebeyo, tan distinto y fascinante para él. Es más, Axel escribía en buen altivo —la lengua de Arzallum— y se dirigía a cualquiera con la forma de hablar pomposa de los nobles, aunque pocas veces tenía en verdad ganas de hacerlo. La mayoría de las ocasiones se veía al príncipe conversando con soldados y usando pronombres personales como «tú» de manera natural, una conducta impensable en otros reinos.
Así, mientras que a Anisio lo celebraba la nobleza, a Axel lo adoraba la plebe. Y ambas al Rey. ¡Era un trío perfecto, pues! Y la reina Terra, ¡madre mía! No hablaré de ella aún. ¡Qué familia bendecida aquella! Mejor, al llegar la hora, hablaré del espectáculo, del Rey, de los príncipes y de la reina. Cuando la familia real se sentaba en sus butacas todo volvía a la normalidad, por lo que nosotros también podemos volver al punto en que interrumpimos nuestra otra historia.
Al fin es hora de saber qué aconteció en el macabro caso de João y María Hanson.