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Todavía era de madrugada y una oscuridad del negro más profundo dominaba el mar. Las cintilantes estrellas y la Luna eran las mejores fuentes de luz para aquel navío, y toda la tripulación aún parecía estar reuniendo fuerzas para lo que harían en cuanto llegara el amanecer. Sin embargo, uno de ellos ya se había levantado, con la adrenalina en el cuerpo implorando acción, aunque fuera más conocido por la prudencia de no dejarse guiar por las emociones.

Snail Galford, el novato del grupo, estaba recostado en cubierta, mirando el astro de Ali que, según su padre, era la estrella maestra. Mas no era él la persona a la que me acabo de referir, aquella ávida de acción. Esa persona era la misma que acababa de lanzar un balde de agua sucia y fría en el suelo del barco, con lo cual el agua se esparció hasta alcanzar las espaldas de Snail, que se irguió irritado de un salto. Sin embargo, cuando identificó al culpable ni siquiera reclamó.

Estaba ante el jefe. El líder temido. El heredero del Jol y Rogers. El hijo de Garfio. Jamil, Corazón de Cocodrilo.

—¡Tú, novato, aquí! —Snail no estaba lejos y Jamil muy bien podría haberse aproximado, pero en realidad aquella era sólo una manera de recordarle quién era el líder y quién el subordinado.

—Dígame, señor.

—¿Te interesaría subir de puesto en este galeón, novato?

—Mucho, señor.

—Me dijeron que eres bueno en el arte de robar sin que nadie se dé cuenta, y vine aquí a comprobar si es verdad. ¿Qué me dices?

—Crecí en las calles. ¡Si no fuera hábil ya estaría muerto, señor!

—¡No me interesan tus historias tristes, negro! Todos aquí tenemos una, y te garantizo que cualquiera de ellas es más ruda que la mejor que tengas por contar. Te hice una pregunta y exijo una respuesta. Sólo la respuesta.

—Sí, soy muy bueno, señor…

—Necesito un hombre competente para una misión de «recolección». Te daré el mapa y las indicaciones de lo que debes traerme. Se trata de una misión demasiado arriesgada para encargársela a un incompetente… ¡Y no sé por qué le estoy diciendo esto a un gusano como tú! —Jamil le dio la espalda y se dirigió de vuelta a su camarote.

—¡Señor! —dijo Snail—. ¡No se olvide de esto, señor!

Snail lanzó a Jamil una bolsa con diez reinas, tomada de donde había sido abandonada a propósito. El pirata sonrió, asintió dos veces y la arrojó de vuelta a Snail.

—¡El trabajo es tuyo!

—¡Lo sabía! —dijo Snail, provocando en su capitán una carcajada maquiavélica que retumbó por los oscuros mares, amenazando con herir el alma de cualquier ser vivo que la escuchara en algún momento infeliz.