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«¡Voy a buscar a mi hermano!».

Palabras fuertes, expresadas con una mirada lejana, opuesta a aquellas miradas iniciales. Ella lo veía con fijeza, mas él no. Se mostraba distante, como si ya vislumbrara la partida, con su regreso o no. Para María eran muchas las informaciones recibidas en un pequeño intervalo de tiempo, pero su inteligencia le permitía armar el rompecabezas mental planteado desde la primera vez que conoció a un príncipe verdadero:

—¿No sería mejor que viajaras con un grupo de soldados?

—¡Partir con un grupo de soldados sería como avisar que la familia real se encuentra desestabilizada, María! ¡Y un monarca sin temple no puede gobernar una nación! —la mirada se volvió a fijar en la de ella—. ¿Entiendes?

—Sí. «¡Un rey es su Estado porque el Estado es el rey!».

Axel clavó los ojos en la muchacha, aunque eso significara desviar por un momento la atención de la carreta. Acababa de citar al general Arjuna, uno de los mayores líderes de guerra de ese mundo, que vivió su última batalla antes de morir en paz en el otoño de la Cacería de Brujas.

—¿Qué has estado leyendo, María Hanson? —el príncipe sonrió.

—¡Te sorprenderías si lo supieras! —y la plebeya también.

—¡No sé por qué no tengo motivos para dudarlo! —de vez en cuando su manera de hablar recordaba a la de su padre.

Un silbido. No un silbido cualquiera, sino el resuello característico de un trol. Axel miró hacia atrás, igual que María. Al fondo corría la criatura, tras desmontar al galope del mamut de carga.

Mientras el humanoide se aproximaba, María todavía tuvo tiempo de decir:

—¿Estás seguro de que debes irte? —los ojos de la muchacha lo decían todo: transmitían el miedo, el recelo y el dolor ante la posibilidad de jamás volver a ver a aquella quien acababa de conocer, que acaso abandonaría su vida de la misma forma en que entró.

—Tú misma puedes responder a eso, María. Imagina la sensación. Tienes un hermano, ¿no?

—¡Eh, quítame las manos de encima, grandulón!

Las protestas que escucharon procedían de un chamaco de trece años que se hacía el valiente.

Y María deseo en aquel momento que la respuesta a la pregunta fuera «no».

—Esperé para ver qué era eso. Entonces me di cuenta de que era uno más de tus admiradores. Creí que te gustaría saberlo —dijo el trol.

—¡João! ¿Pero qué estás haciendo aquí?

El trol sólo necesitaba un dedo para llevar a João Hanson colgado de los calzones. Mientras vigilaba desde una prudente distancia, Muralla había descubierto a los niños trepando a la carreta. Como eran menores, esperó para cerciorarse si eran espías, en cuyo caso habría tenido que aguardar un mejor momento para sorprenderlos, o si se trataba de una emboscada contra el príncipe. Por eso invirtió todo ese tiempo en cerciorarse de que los alrededores eran seguros.

—Yo no soy admirador de nadie —reclamó el niño, enojado—. ¡Estoy aquí para saber quién es ese sujeto misterioso que se atreve a llevarte a pasear sin pedir mi consentimiento ni el de nuestro padre! —volvía a hablar con la nariz erguida, en la medida que se lo permitía su humillante posición.

—¡No! ¡No doy crédito que hayas hecho esto, niño! —suspiró María, mientras que Axel consideraba graciosa aquella situación y observaba sin interferir.

—¡Oye, estoy desempeñando mi papel como el hombre de la casa! —Ariane, aún oculta entre el heno, sólo porque Muralla no se decidía a alzarla también en vilo, se tapó la boca con la mano y aguantó la risa—. Además, no sabes si este es un tipo de familia. Tal vez se trate de un tarado o un maltratador de doncellas… ¡O un príncipe…!

El niño se quedó congelado. Ustedes ya deben haber oído hablar de que los choques emocionales son provocados por una fuerte reacción, buena o mala. ¿Sería ese el caso, o qué habrá significado aquel momento para João? Me refiero al instante en que al fin miró bien el rostro del sujeto que osaba salir con su hermana sin «autorización». Y se sorprendió.

—¡Tiene razón, María! Yo debería haber hecho una petición formal, tanto a tu padre como al otro hombre de la casa… João Hanson, ¿cierto? Imagínate a una mala persona sacando provecho de una buena hermana e hija. ¿No es verdad, João? No te preocupes, que la próxima vez iré en persona a hacer la petición al señor y a la señora Hanson. O, mejor, a los señores Hanson.

—¡Oh, Axel, discúlpame por esta…!

—¿Qué? ¿«Axel»? —Ariane salió de su escondite bajo el heno, sin importarle si miles de arcos y flechas la apuntaban en el acto.

Date cuenta de que yo mismo, el narrador de esta historia, ya usé mucho el nombre de Axel para referirme a esta escena, si bien María aún no lo utilizaba en ningún momento durante su diálogo con el príncipe, al menos después de que los dos niños subieron a la carreta.

—¡Ay, mi Creador! ¿Tú también, Ariane?

—Ah, sí. ¡Me olvidé de avisarles que esta también! —Muralla hizo una mueca extraña, que de por sí ya es algo extraño cuando se trata de troles.

—Ma… María… ¿en verdad estás saliendo con el príncipe Axel? —Ariane parecía ignorar que el monarca se encontraba allí, a su lado, con lo cual en todo caso la pregunta resultaba estúpida.

—Bueno… Me gustaría… Si ustedes me dejaran… ¿Eh? —balbuceó María, irritada, convengamos que con razón.

—Pero… Cómo… Él… Él es… —Ariane extendió la mano para tocar el rostro del príncipe— ¡…lindo!

El príncipe meneó la cabeza, un gesto que sacó a Ariane del trance que la hacía contemplarlo cual un muñeco de cera y le permitió darse cuenta al fin de que él en realidad estaba allí delante de ella.

—¡Axel, yo te amooo! —la niña se colgó del cuello del príncipe, y parecía que ni centenas de flechas de decenas de arqueros imaginarios la despegarían de él—. ¡Eres… —un beso tronado—… mi héroe y… —otro beso tronado—… mi fuente de inspiración y… —bueno, otro— …lo mejor de mi vida! —y le plantó el último beso tronado, antes de que Muralla la apartara del cuello real.

—¡Eh! Ariane, ¿cierto? —no sólo María tenía buena memoria—. Muchas gracias por todo esto, pero no sé si en verdad merezco este cariño.

—¡Claro que sí, Axel! Tú eres… ¡Totalmente demasiado! —Ariane suspiró—. ¿No es cierto, João?

João no se mostró de acuerdo ni en desacuerdo. Ni siquiera escuchó. Seguía con la boca abierta, en trance, sin decir nada. Todo resultaba demasiado confuso en su cabeza. Entender que su hermana mayor se encontraba con el legítimo príncipe de Arzallum allí, en una carreta vieja jalada por burros, no le hacía el menor sentido, incluso para su raciocinio privilegiado.

—¡João! —como siempre, Ariane era pura emoción.

El muchacho salió del choque emocional, lo cual no significa que hubiera aceptado con claridad lo que ocurría.

—¡María… por el amor de todos los semidioses del mundo, explícame de una vez lo que está pasando o me voy a volver loca!

—Sucede que ustedes deberían estar cada uno en su propia casa, cenando con sus padres y preparándose para dormir. ¡En vez andar siguiéndome por ahí! ¡Qué mala educación! ¡Se me van a casa los dos!

Como último intento, Ariane comenzó a hacerse la víctima, sin sentirse mal por eso: ¡quién sabe cuándo estaría de nuevo cara a cara con un príncipe!

—¡Oh, no! Por favor, disculpa, María. Disculpa, príncipe. Disculpe, señor orco. Discúlpennos, ¿sí? ¡Estábamos tan preocupados! ¿Nos dejan ir con ustedes? ¡Por favor, nada les cuesta! Digan que sí, por favor. ¡Digan que sí! ¡Digan que sí! Anden, ¿síii?

María estaba a punto de proferir un rotundo «no» cuando, para sorpresa de todos, se escuchó:

—¡Tiene razón! —era Axel el que hablaba—. Sería peligroso mandar a dos niños de vuelta a casa, solos y a esta hora. Y si le ordeno a Muralla que lo haga, perderé a mi guardaespaldas, una opción que tampoco me agradaría.

A María no le estaba gustando el rumbo que tomaban las cosas. En su cabeza comenzó a imaginar que estaba destinada a pasar vergüenzas cada vez que se encontrara con Axel Branford.

—La solución sería que todos regresemos y los dejemos en persona, pero eso tomaría demasiado tiempo y yo tengo muy poco esta noche. Así que si la joven Ariane promete ser más… «discreta», aunque sea por el momento, y nuestro amigo João me da su consentimiento para llevarme a su hermana a pasear, ¡entonces no veo problema en que sigamos!

—¿Si él da permiso? Pero claro que sí, ¿no es cierto? —Ariane no esperó la respuesta de João, que balbuceó algo incomprensible, sin que hasta hoy tengamos claro si se trataba de un «sí» o un «no»—. ¡Y juro que seré una muchacha noble que se comporta como nunca has visto en tu vida, Axel! ¡Vamos, vamos!

Y mientras María suspiraba por comer una manzana envenenada para dejar de verse roja de vergüenza, Axel agitaba las riendas para que los burros se movieran. De este modo el príncipe volvió a conducir, mientras su guardaespaldas regresaba a su montura y rezongaba algo que el príncipe no alcanzó a escuchar:

«¡Uf! Señor “orco”…».