31

Nadie entendió nada en casa de los Hanson. No los culpes por eso. Si crees que podría ser distinto, ponte en su lugar. Cuando digo «ellos» me refiero al señor y a la señora Hanson, que estaban ya sentados para cenar. Y no sería una cena cualquiera; recordemos que la señora Hanson había ido a la feria aquel día y comprado comida con un dinero extra, fruto de las gratificaciones recibidas por su marido en el trabajo. Aunque a un noble le habría parecido miserable, aquella mesa era en extremo abundante para un plebeyo, acostumbrado a comer poco todos los días debido a la escasez. Con base en este razonamiento resulta perfectamente lógico que los padres creyeran que aquel sería un día de los más felices y notables en ese hogar.

Pero lo que vieron los dejó pasmados… ¡Su hija María abandonó la casa tan veloz como un ratón, sin apenas despedirse con claridad y al parecer escondiendo la cara!

Sólo murmuró algo como lo siguiente:

—¡Padre, madre, me voy con unas… amigas! ¡Al rato regreso! —y lo dijo mientras abría la puerta, sin mirar a los ojos a ninguno de los dos.

—¿Qué? —fue la exclamación del padre, que tardó en reaccionar por la sorpresa.

—¡María, hija mía! ¿Vas a salir sin comer nada? —gritó la madre, preocupada por el bienestar de sus hijos ante una situación atípica como aquella.

—¡Me voy, madre! ¡No te preocupes, después comeré! —dijo María mientras se alejaba, sin dar tiempo al padre de reponerse de la impresión inicial para impedirle la salida.

Existía, sin embargo, un tercero que observaba y que no puede pasar inadvertido: João Hanson, el sagaz hermano menor. Y veloz como un dragón en vuelo también él se levantó, excusando lo primero que se le ocurrió con la boca llena de arroz y frijoles, de modo que también aprovechó el desconcierto inicial del padre para provocarle otro:

—¡Ah! ¿Te vas, hermana? ¡Caray! ¿Por qué no me avisaste? —de un salto bajó de la silla—. ¡Papacitos queridos, mi hermana querida me dejará primero en casa de mi… de Ariane, que estaba muy triste hoy y me imploró que fuera a conversar con ella, aún no sé muy bien de qué!

—¿Qué? —preguntó de nuevo el padre.

—¡No importa, pronto estaremos de regreso! —João se movió tan rápido como su pensamiento, mientras sus progenitores se miraban boquiabiertos, sin entender nada de lo que ocurría.

Claro que, pasada la primera impresión, el señor Hanson se paró bajo la puerta para gritar el nombre de sus hijos y exigirles una explicación, pero los dos iban ya tan lejos y deprisa que se convenció de que no se detendrían a responderle.

Al entrar de nuevo a la casa, la esposa, que sabía muy bien qué le esperaba a sus retoños cuando regresaran, intentó calmar los ánimos y aligerar la atmósfera, pues tenía tiempo de casada y conocía bien al cabeza dura de su marido:

—Bueno, como sólo quedamos nosotros, ¿qué tal si recordamos nuestra primera cita, querido? ¿Recuerdas nuestra primera comida en Labaredas?

Aquello equilibró al marido. Y aunque si se lo preguntaran él no lo admitiría, esa noche fue una de las más agradables de su vida. E igualmente para su esposa. No piensen, sin embargo, que esto lo hizo olvidar que João y María Hanson habían salido en medio de la noche sin avisar adonde ni con quién se dirigían, justo el día en que él les había procurado un banquete fruto de su sacrificio.

Así que ambos le preparaban una explicación muy convincente o sufrirían las consecuencias.