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Muralla despertó.

Eso significaba que habían pasado veinticuatro horas, pues es el tiempo que los troles usan para dormir. Tenían, sin embargo, una ventaja a cambio de tal limitación: tras dormir un día entero, para compensar podían permanecer cuarenta y ocho horas en intensa actividad. Su bostezo era intenso y parecía un trombón, pero debes imaginar la cantidad de aire que un trol de ese tamaño necesitaba para desperezarse y levantarse en buenos términos con la vida. Sin embargo, el inmenso humanoide no tuvo mucho tiempo para pensar. Apenas se desperezó, y los troles hacen eso incluso antes de abrir los ojos, cuando vio al príncipe sentado con mirada paciente, como si este fuera su guardaespaldas y no al contrario.

—Vamos, vístete adecuadamente. Puede ser mi última oportunidad de esparcimiento, como también puede ser la tuya… —le dijo Axel, mientras se levantaba y rebuscaba entre las enormes ropas de Muralla—. Hoy es el momento para divertirnos, pero antes debemos pasar por un lugar que ya conoces para comprobar si la diversión será intensa o parcial. ¡Oye, no pongas esa cara! Sé que no entiendes nada, pero vaya: ¡no se te paga por tu comprensión! Sólo por tu obediencia. Así que vamos. ¡Anda! —Axel sonreía y empujaba a Muralla dentro de un inmenso ropero que servía de guardarropa para el trol, a fin de elegirle las ropas apropiadas para aquella noche.

Una noche que jamás se repetiría.