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João almorzó aquel día en casa de Ariane. En ese momento el padre estaba, como siempre, trabajando con los otros leñadores, mientras que la madre había reservado horario para sus compras en la feria con el dinero ganado ese mes, que si no era mucho al menos resultaba más de lo que solía reunir en otras ocasiones. Esto se debía a que ahora estaban pagando más gratificaciones a aquellos leñadores que cortaran y entregaran la madera en plazos menores a los requeridos. Y el reino de Cáliz, liderado por el rey Segundo, había incrementado la demanda de madera, lo cual representaba al mismo tiempo una buena y una mala señal. Buena para los leñadores, que ganaban más monedas de príncipes, y malas para los ciudadanos, pues cuando un reino necesita madera con urgencia, significa que se aproxima una guerra.

Puedes escribir esto que digo.

Las guerras siempre son malas, sin importar la opinión de los expertos militares, que las defienden como revoluciones tecnológicas que aceleran a una civilización, si bien suelen cambiar de idea cuando sus mujeres son alcanzadas por flechas perdidas en medio de una batalla. Es decir, por los motivos referidos, aquel día la señora Narin, madre de Ariane, salió a la escuela en busca de los dos niños y les sirvió el almuerzo.

—¿Aún tienes ese problema, João? —preguntó Ariane, mientras ambos descansaban tras el satisfactorio almuerzo.

—¿Problema? ¿Cuál problema?

—¡Pues el de la nariz! ¡Ese que te hace expulsar sangre!

—Ah, sí… ¡Bueno, según mis padres fue un tipo de resfriado, pero ya me curé!

—¿Y les creíste?

—¡No totalmente! —y aquí no se refería a aquella famosa muletilla—. En realidad creo que no están muy seguros de lo que fue aquello.

—¿Y tú no te preocupas por saberlo?

—¿Yo? ¡No! Nunca más ocurrió. Ni siquiera me acordaba. ¡Hasta ahora que lo sacaste del fondo del baúl! —los dos rieron.

—Hablando de creer, ¿le creíste a María cuando dijo que está enamorada del príncipe Axel?

Resulta increíble la atracción y la fascinación que los preadolescentes —y tengo la impresión de que los adolescentes, los adultos y los ancianos también— sienten por esos asuntos, al punto de que siempre vuelven a él y sólo cambian a la pareja en cuestión.

—¡Claro que le creí! Ya te dije: mi hermana no sale con nadie. En todo caso es una chica más entre tantas enamoradas de aquel principito…

—¡Eh, fíjate cómo te refieres a esa cosa linda! —le advirtió Ariane para provocarlo; hasta ella había notado cómo se irritaba él con esos comentarios—. ¡Hoy al fin descubriremos quién es ese misterioso enamorado de María!

—¿Qué tramas, Ariane?

—¡Nada malo, bobo! Si María tiene un enamorado, se encontrará con él hoy o mañana. ¡Y nosotros vigilaremos y los seguiremos!

Explicación: Ariane pensaba así pues, como dije, la semana tenía cinco días —y aún los tiene, si es que el mundo no se ha acabado—, y era al llegar el quinto cuando trabajadores y estudiantes gozaban de su jornada de asueto para cumplir con los compromisos sociales y, sobre todo, amorosos. Como estaban en el día del éter, el cuarto de los cinco, era muy probable que ese día o el siguiente ocurriera el encuentro entre María y su «enamorado secreto», si es que existía tal enamorado, secreto o no.

El descanso del quinto día no aplicaba para todos. Las escuelas paraban, mas la mayoría de los negocios sólo cerraba sus puertas más temprano, como máximo. Los comerciantes necesitaban llevar comida a su familia y por lo tanto solían trabajar como cualquier otra jornada laboral, ya fuera el tercero, el cuarto o el quinto día de cualquier semana, y apenas descansaban cuando la muerte los llamaba. Esa era una prueba más de que locales como la Majestad resultaban importantes y necesarios para ese sector específico del pueblo, el cual nunca descansaba y cuya vida transcurría en medio de intensos esfuerzos.

—¡No, Ariane, no me parece correcto! ¡A María no le gustaría!

—¡Ay, claro que no le gustaría! ¿Pero no sientes curiosidad de saber con quién anda tu hermana? ¿Y si fuera un mal tipo? ¡Sólo lo sabrías cuando fuera demasiado tarde, después de que la golpee durante alguna discusión!

Tal razonamiento demostraba que, decididamente, Ariane había aprendido que la bondad no estaba sola en el mundo. No había nada que João apreciara más que a su hermana, y la hipótesis de que anduviera por allí con un vagabundo sinvergüenza y él lo descubriera a destiempo era un motivo de intensa preocupación.

Por lo tanto, los argumentos de Ariane Narin vencieron cualquier resistencia moral de João Hanson. Pronto dos niños traviesos imaginaban decenas de formas estrafalarias y alocadas para perseguir a una muchacha sin que los descubrieran.

Y sí, consideraban aquel hecho como una de las mayores aventuras de sus vidas.

¿Y quién que ha vivido ya esa edad los culparía por eso?