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Axel terminó de almorzar y se dirigió adonde su padre lo esperaba: el establo real.

Ya estaban allí los siervos reales, que traían al encuentro del Rey y el príncipe las dos monturas necesarias para el día siguiente. La primera se llamaba Boris y de inmediato se advertía que se trataba de un corcel macho. Un caballo distinto a los demás, en cuanto se trata de uno veloz, de raza y campaña. Si de por sí un corcel es ya superior al resto de los equinos, imagina a Boris, propiedad del rey Branford. Se trataba del ejemplar más perfecto en ese continente —si había otro nadie lo conocía—, ofrecido como prueba de amistad entre el reino de Arzallum y el de Stallia. Aun el más cobarde de los hombres habría parecido un audaz y auténtico caballero montado en esa silla brillante.

Dirán también los especialistas en nada —a los que ahora ya cito como un acto reflejo— que ese nombre, «Boris», significa «combatiente» o «fuerte guerrero», lo cual por sí solo justificaría la elección de aquel que lo nombró. Boris era pues un caballo veloz, que alcanzaba con facilidad los diez kilómetros por hora como cualquier otro caballo de montura común, aunque de ser necesario este iba mucho más allá hasta recorrer los quince o dieciséis en el mismo lapso. De este modo, Boris era especial incluso entre corceles, además de fuerte como un búfalo. En caso de requerirse, podía muy bien ser utilizado como caballo de carga y aun así galopar ocho o nueve kilómetros en una hora, más allá de los cinco kilómetros en promedio para ese tipo de equino.

Y hablando de peso, además de carga, la otra montura preparada por los siervos reales poseía una característica semejante a Boris, con el detalle de que aguantaba un peso mayor que cualquier otro caballo, incluso de montura, soportaría. Esto se debía a que tal montura no transportaría al Rey ni al príncipe, sino a un trol ceniciento. Y los troles son criaturas de dos metros y medio, cuyo peso alcanza con facilidad los doscientos kilos. Muralla no era la excepción, por lo que ningún otro caballo lo haría, ni siquiera el más fuerte entre los fuertes; es decir, ni el propio Boris.

Por lo tanto era necesario un animal como aquel: un mamut adolescente, que por si fuera poco no era un mastodonte cualquiera, sino un estruendoso «mamut de guerra».