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Tal vez la ciudad de Andreanne sea la más importante del continente del Ocaso. El motivo básico: se trata de la capital del reino de Arzallum, que es sin duda el principal de todos los reinos. Igual de básico es el motivo de que sea, a su vez, el más importante reino ocasiniense: fue el primero en la historia del continente y el lugar donde el Occidente comenzó a entenderse como civilización.

Es sabido, o al menos eso se pensaba en aquellas tierras, que la vida se inició al otro lado del mar, en el continente Naciente, menor que el del Ocaso. También se sabe que en ese mundo sólo existen dos continentes: el Naciente, al este, y el Ocaso, al oeste, denominaciones obvias para quien tome en cuenta el nacimiento del Sol como referencia. Y debe admitirse por consenso que, para que alguien salga de un continente conocido y se embarque en una travesía temeraria hacia otro enteramente desconocido, sólo puede ser a causa de la insatisfacción o de un alucinante deseo de aventuras. Esos dos anhelos eran los alicientes sustanciales de todos aquellos que desembarcaban en Andreanne.

¿Y por qué la denominación de Andreanne? Porque el continente había sido descubierto por un pirata del mismo nombre, en una época en que la piratería era una cuestión romántica y los piratas se ganaban el derecho de bautizar ciudades.

Andreanne —y ahora hablo de la mujer— no carecía de un solo requisito para aspirar a convertirse en una pirata de su época. Y digo más: jamás carecería, hoy ni mañana, de ninguno de ellos. En verdad que ningún pirata tuvo hasta hoy su estilo, inteligencia y capacidad de raciocinio frente a un grupo de hombres más hermanados con las bestias que con los seres civilizados. ¿Te imaginas qué había implicado liderar y ser respetada por un grupo de mercenarios olorosos a ron y a sangre para una mujer que no se había visto en la necesidad de cortar gargantas con sus propias manos? Bueno, tal vez una o dos, pero no mucho más que eso. ¡Y bien saben los semidioses cuán bella era! ¡Oh, claro que lo saben!

Al hablar así pareciera que conocí a Andreanne en persona, pero tendría que ser el ser humano más viejo del mundo para haber gozado tal placer —y si pudiera escoger lo haría—. Lo que estoy diciendo se encuentra escrito en cualquier libro de historia de la Biblioteca Real de esa ciudad: basta con investigar en los anaqueles correctos, lo cual ya es algo raro, puesto que hoy en día resulta muy difícil ver a los jóvenes buscar incluso en los anaqueles equivocados. Una de las mejores decisiones jamás tomadas por un Rey quizás haya sido la construcción de la Biblioteca Real de Andreanne: toda la historia de ese reino y gran parte de la de ese continente quedó registrada en aquel lugar por pacientes escribas. Todo esto fue obra de Primo Branford, el Rey que todo reino quisiera tener. Un Rey a la altura de una ciudad capital como Andreanne.

Y sobre él hablaré ahora.

Primo Branford fue el más grande de todos los reyes que ocuparon el trono del reino de Arzallum o cualquier otro. Nacido en la pobreza, sometido a prueba por el sacrificio y destinado al éxito, era el mayor de tres hermanos que recibieron los nombres de Primo, Segundo y Tercero, según el orden en que llegaron al mundo. Cuando digo que estaba destinado al éxito no me limito a él, sino a toda la familia: la historia de los Branford es conocida por el pueblo de Arzallum y por los de todos los demás reinos. Hasta hoy no he escuchado relato más fascinante que el de aquellos tres pobres hermanos, hijos de un molinero de nombre Hams, separados en su miserable infancia para reencontrarse como reyes años después. Y sí, me refiero a los tres, cada uno con su propio arduo camino desde la miseria hasta la consagración suprema, en un fenómeno predestinado que difícilmente se repetirá en la historia de la humanidad.

De los tres, quizá la crónica más interesante y famosa sobre su ascenso al poder sea la de Tercero, el cual se volvió marqués con la ayuda de una criatura humanoide lengua-larga y exhibicionista que combinaba sus ropas y sus botas de cuero con la indumentaria oficial de los soldados del reino de Mosquete. Un hecho impresionante, es cierto, pero no es esa la narración que hoy conoceremos —tal vez en otra oportunidad—, ya que Primo siempre será recordado como el más grande de todos los reyes, si bien su historia no es la más cautivadora de las tres —y esa es la mayor proeza de su vida.

Cuando hablamos de él nos referimos a un Rey que se comportaba como deberían hacerlo todos los monarcas. Un Rey que usaba la barba larga, la cual otorga a cualquier gobernante un aspecto de sabiduría adquirida con el tiempo y aventuras vividas, además de armaduras y otros atuendos que ostentaban el blasón real para predicar con el ejemplo y fomentar el culto al nacionalismo. Portaba con apostura las capas sujetas a los hombros. Montaba a caballo para los combates de las justas. Sabía con qué flecha acertarle a un jabalí antes y después del mediodía. Conocía estrategias y frases militares coloridas.

El rey Primo bajó los impuestos al comprender que no deberían mantenerse elevados para aumentar los privilegios de los nobles de Arzallum, que obviamente fueron retirados. Claro que al principio eso irritó y debilitó la unión con sus aliados, pero Primo siempre supo equilibrar las situaciones. Si por un lado quitaba a los poderosos las prebendas que lastimaban el bolsillo del pueblo, por el otro les concedía beneficios que no afectaban tanto a la gente. Un ejemplo: por derecho, ¡los nobles podían comer y beber en cualquier taberna de la ciudad sin pagar un centavo! ¿Injusto? Esa no sería la respuesta del dueño de una taberna, que prefería servir a un noble glotón durante siete, ocho o nueve noches al mes si a cambio de eso el pago de sus impuestos reales se reducía en setenta u ochenta por ciento.

Más allá de eso Primo también abolió la esclavitud de cualquier tipo. Construyó farmacias, hospitales y escuelas. Resulta obvio que la Biblioteca Real fue su idea, así como todo lo bueno de Andreanne, mas la construcción que por ironía del destino era la más popular de todas no se debió a él, y tengo mis dudas si esto le causaba algo de frustración. Y si no fue de él la orden de construirla, al menos sí fue suyo el mandato —seis años atrás, aunque lo recuerdo como si hubiera sido ayer, o cuando mucho anteayer— para que los mejores arquitectos reales se reunieran con objeto de planear las reformas, la ampliación y la reformulación de la mayor casa de espectáculos de todo el Ocaso, pues el Rey decretó que lo que antes era sólo un teatro noble de medio pelo se convirtiera en la mayor casa de espectáculos de la historia de ese mundo, por si fuera poco con localidades para el pueblo a precios accesibles.

La Majestad.

Un lugar fundamental para Andreanne y todo el reino de Arzallum, y también muy importante para esta historia, gracias al cual se conocía a la perfección el estilo de vida de los ciudadanos de ese mundo.

Para comprender mejor lo que vendrá, será necesario informarse bien del estilo de ese pueblo y su forma de concebir la vida.

Y eso es algo que la Majestad puede aportar.

¡Ah, sí, claro que puede!