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Mientras Ariane Narin y João Hanson estaban animados, terminando de conocer a los actores del gran espectáculo, fuera de la Majestad ocurría un hecho importante que no puede pasar inadvertido. Lo afirmo así porque una joven pacientemente apoyada en una reja era la responsable de llevar de vuelta a Ariane y a João.

María Hanson vio a unas diez centenas de personas salir por aquellas puertas, y por tal motivo se apartó de la entrada y se ubicó junto al muro de una gran sastrería de ropa para adultos —que no rivalizaba con Cute-Cute—. ella también sabía que los niños serían los últimos en salir y ya imaginaba la sonrisa de João y de Ariane cuando eso ocurriera, además de lo que escucharía en el camino de regreso.

Estaba tan perdida en sus pensamientos, que ni siquiera notó la presencia de un muchacho a su lado. Sentado muy cerca del muro, llevaba un abrigo con capucha y parecía haber sudado mucho, además de estar algo cansado. De seguro se trataba de alguien que había interrumpido una carrera nocturna para hacer lo mismo que ella: buscar a uno o dos chamacos felices en la Majestad. Al menos eso pensó María cuando lo notó. Bueno, en parte acertó.

—¡Brr! ¡Esa gente se está tardando! ¡Creo que tendré que moverme para no sufrir un golpe de temperatura! —la noche estaba realmente fría, pero sólo alguien que ha interrumpido un ejercicio aeróbico se quejaría de la posibilidad de sufrir aquello.

—Y… los niños serán los últimos en salir. El rey obsequió a los pequeños con una visita a los camerinos de los actores. —María observó con rapidez al muchacho, pero cuando vio que usaba una capucha y se exprimía de frío, desistió de mirarlo mejor; sólo advirtió que hablaba con un joven de su edad.

—¿Así que el rey hizo eso? Hablando de él, ¿qué piensa del gobierno de Primo, señorita? —el joven preguntó de una manera tan pausada, que María pensó que se trataba de un activista político.

—Bueno, creo que Primo es el rey más grande que ha gobernado un pueblo, justo porque vino del pueblo.

—¡Hum, estoy de acuerdo! —el muchacho se expresó con un gesto de cabeza y una mueca de aprobación.

—¿Será en verdad tan buena esa obra?

—Sin embargo, creo que existe algo equivocado en la familia real. —María se dio cuenta de que el muchacho había cambiado el tema, pero insistió porque, como sabemos, le parecía hallarse ante un joven politizado.

—¿Usted cree? ¿Me puede dar un ejemplo de lo que la hace pensar así, señorita…? ¿Eh? —María captó un reto en el tono utilizado por el muchacho; es cierto que no había nada desafiante en la voz del joven, pero cuando una mujer quiere escuchar una cosa, ¡la escucha y listo! Nada en el mundo la hará cambiar de idea.

—María. María Hanson. ¿Desea un ejemplo? Bien. ¿Qué tal el acto del rey de unirse a los Ferrabrás en la época de la Cacería de Brujas, sólo para más tarde sancionarlos económicamente por criticar a la monarquía y elegir el imperialismo? —preguntó, decidida a responder al desafío.

Si quedaba alguna duda de que María también era una joven altamente politizada, de esas que revisaban los anaqueles para conocer más sobre la historia de su país, había quedado despejada.

—Sinceramente me parece que el pueblo exagerará el valor de ese espectáculo. Siempre pasa eso en la Majestad…

María se irritó con el comentario, que de nuevo ignoraba el intento de discutir asuntos de la corte real. Pensó que era una idiota por haberse imaginado que se encontraba ante un activista político.

—Sí… eso pasa siempre —dijo en tono frustrado—. Pero las personas salieron felices, y creo que no exageraban ni un poco al describir lo que presenciaron.

—¡Vaya! Pensándolo bien, me habría gustado asistir al estreno. ¿Y qué hace aquí sola en esta noche fría, señorita? ¿Espera a su hijo?

—No, no es mi hijo: es mi hermano. Y a su amiga también.

—¡Oh, entiendo! Debes ser una buena hermana, María Hanson. Respóndeme una cosa más, por favor: ya que tienes que esperar hasta el final para que salgan los niños, ¿por qué no entraste tú también al espectáculo?

—No me gustan los estrenos, y menos en grandes espectáculos como ese. Es una confusión para comprar los boletos populares… Empujones sin fin… Y además… —María se interrumpió; esta vez el joven volvió el rostro hacia ella, interesado en la conclusión de lo que decía, y si María no hubiera bajado la cabeza como lo hizo, habría visto muy bien aquel rostro—. Bueno, sucede que no pienso tirar un dinero que serviría mejor para una comida de mi familia en casa…

—Entiendo. Además de buena hermana, también eres una buena hija. Tus padres deben estar muy orgullosos de ti, María Hanson. Son personas como tú las que me hacen admirar a la plebe como no hago con ninguna familia noble.

El comentario sacudió a María. Por un momento se sintió de nuevo idiota, porque era muy posible que no estuviera hablando con un joven politizado, sino con alguien ligado a la propia política de los nobles.

Pero estaba equivocada, y pronto se sentiría más idiota al descubrir que la verdad era mucho peor que la fantasía. Fue cuando un trol ceniciento apareció con su tamaño descomunal, silbó y desde lejos hizo una seña al joven. Y ella, bueno, procuró observar con atención el rostro por debajo de la capucha. Entonces se preguntó por qué diablos no lo había hecho antes.

Idiota.

No culpemos a María por recriminarse con vehemencia. Imagina su situación cuando aquel joven saltó del muro donde se hallaba sentado y partió en dirección a la Majestad, mientras decía con una sonrisa que sólo un príncipe sería capaz de exhibir:

—Bueno, María Hanson, disculpa la salida apresurada, pero mi guardaespaldas me está llamando. Adoraría discutir de política contigo en otro momento, pues por lo visto eres una de las personas más inteligentes y agradables que he tenido oportunidad de conocer. Tengo la seguridad de que haré que cambies de idea sobre la actitud de mi padre con los Ferrabrás si un día me concedes la oportunidad. Con tu permiso…

María no respondió. No podía hacerlo. Ni siquiera se movió. El mundo se detuvo y acto seguido se movió a una velocidad más lenta. El corazón se le disparó, pero lo que ella quería era que aquel músculo se detuviera. Se quería morir. ¡Había intentado discutir de política… con un príncipe!

Serían necesarios muchos años para olvidar la que ya consideraba la mayor metida de pata de toda su vida. ¡Oh sí! En verdad que necesitaría muchos años.

Idiota.