Los dos hombres del café Angeli se pusieron realmente contentos de ver a Chiara. Franco la abrazó y la besó, y dejó plantados a los clientes que esperaban su espresso. Giovanni no habría lucido una sonrisa más amplia aunque le hubiera tocado la lotería.
Ella los besó en las mejillas; las de uno, arrugadas y viejas, y las del otro, todavía firmes y ásperas por la barba de medio día.
Tras ser debidamente recibida, ocupó su asiento habitual bajo la madonna de Masaccio con la cara de su madre, bebió a sorbos un café cargado y se esforzó por entender el periódico local.
—¿De qué trata este artículo? —le preguntó a Giovanni cuando por fin pudo quitarse el delantal y hacerle compañía unos instantes.
Él se desplomó sobre la silla situada enfrente de ella y la obsequió con otra sonrisa contagiosa.
—Es el habitual escándalo de unos edificios que no cumplen los requisitos del ayuntamiento y se están construyendo sin los permisos oficiales.
—¿Sabías que Paolo está construyendo unas cabañas en su finca? ¿Crees que tiene los permisos?
Giovanni se echó a reír.
—Lo más probable es que no. Pero habrá pagado a la persona adecuada y no tendrá problemas.
—¿La gente de aquí es siempre tan corrupta? ¿Todo el mundo se comporta así?
Giovanni se encogió de hombros y rió otra vez.
—Alguna gente sí se comporta así.
Ella hizo una mueca.
—Sí, pero Paolo no. ¿Por qué iba a actuar así?
Giovanni la observó un instante. Empezó a decir algo y de repente se detuvo.
—¿Qué? —le instó Chiara.
—Nada —respondió él.
—Ibas a decir algo.
—Sí, pero no tiene importancia. Déjame que te traiga un delicioso cornetto. Tengo uno lleno de crema y cubierto de almendras.
Se quedó sentado en silencio con ella mientras comía el pastel. Cuando Chiara terminó y se limpió los restos de almendras y azúcar glasé de los dedos, Giovanni volvió a hablar en tono vacilante.
—¿Te gusta Paolo, verdad?
—Sí, me gusta mucho.
—A lo mejor deberías tener más cuidado. Puede que no sea exactamente la persona que tú crees.
—¿A qué te refieres? ¿Es por el enfrentamiento entre tu familia y la de él? Pensaba que todo había quedado olvidado.
—No está olvidado, te lo aseguro, pero sí, es algo del pasado.
La lealtad de Chiara dio un tono de enfado a su voz.
—Entonces, ¿por qué le tienes tanta manía a Paolo? —preguntó.
Giovanni miró rápidamente a su padre.
—No quería entrometerme —dijo—. Siento mucho haber dicho eso.
—No, creo que deberías explicarte.
Él se rascó la oreja en actitud evasiva.
—¿Giovanni? —le apremió ella.
—No es nada, simplemente una impresión mía. Él es el hijo de Rosaria y Marco, así que tiene sus genes. Y como ellos son dos de las personas más maliciosas, interesadas y egoístas que he conocido, no veo por qué Paolo no iba a heredar alguno de sus defectos.
—No, no. —Chiara negó con la cabeza—. Él ha sido generoso y amable conmigo en todo momento. Me ha ayudado mucho en mi investigación. Me hizo unas fotos increíbles mientras aprendía a cocinar con Pepina. Sin esas imágenes no habría convencido a mi editora para que aceptara la idea del libro que le presenté.
—Me alegro de que esté siendo amable contigo, Chiara. Solo te estoy pidiendo que tengas cuidado. Vi cómo Marco estuvo a punto de destruir a tu madre y no me gustaría ver que su hijo hace lo mismo contigo.
Chiara se inclinó y le besó en la mejilla. Sintió un tacto cálido bajo sus labios. Un rayo de luz brilló en las puntas plateadas del pelo de Giovanni, y por un momento ella sintió la tentación de alargar la mano y acariciarle la cabeza con cariño. Solo estaba cuidando de ella como haría un padre, pensó, y empezó a fantasear con esa idea un instante. Prácticamente había reconocido que había estado enamorado de su madre. ¿No sería ideal que Giovanni, aquel hombre dulce, amable y generoso, resultara ser su padre? A ella le gustaba mucho.
La visión de la figura grande y negra que apareció al otro lado de la puerta de cristal devolvió a Chiara a la realidad. ¿Qué estaba haciendo allí Rosaria?
Pero todavía se sorprendió más cuando Rosaria se acercó a ella con un plato lleno de pastelillos, derramando el café con leche de su taza.
—Ciao, ciao a todos —dijo.
Giovanni le sacó una silla.
Rosaria empezó a comer con serena determinación. Chiara no se atrevió a mencionarle el régimen. Finalmente, cuando solo quedaban las migajas, Rosaria contuvo un eructo y sonrió.
—Bonito día —comentó, optimista.
—Sí, ¿verdad? —respondió Chiara.
—Se está formando un poco de cola ahí detrás, Giovanni, —Rosaria señaló con la cabeza en dirección a la barra—. Tu pobre padre no da abasto.
Movido por un acceso de culpabilidad, Giovanni se puso de pie.
—Perdóname, Chiara, pero Rosaria tiene razón. Papá es demasiado mayor para arreglárselas solo.
—¿Me traes otro pastelillo cuando puedas? —dijo Rosaria detrás de él, y luego se volvió otra vez hacía Chiara—. Así que estás contenta de estar en San Giulio —afirmó una voz endulzada por el azúcar glasé y las almendras.
Chiara asintió con la cabeza, vacilante. No estaba segura de estar preparada para aquella nueva Rosaria amistosa.
—Yo también me alegro de que hayas vuelto —prosiguió Rosaria, y casi pareció que lo decía en serio—. Todos estos años me he sentido muy mal por lo de Maria Domenica y la forma en que se marchó sin despedirse. Todos esperábamos que llamase por teléfono o que escribiera, pero no lo hizo, y estoy segura de que tenía sus razones. Pero ahora tú estás aquí y eso ha hecho muy felices a mis padres. Es maravilloso que les hayas dado una alegría tan grande a estas alturas de su vida.
Chiara cubrió la mano de Rosaria con la suya y sus ojos se enrojecieron de emoción.
—Gracias —fue todo lo que alcanzó a decir.
—Y Paolo está entusiasmado con el negocio del turismo. Le ha dado la oportunidad de concentrarse en algo —continuó Rosaria—. Nos hace mucha ilusión que vayas a usar algunas fotos suyas en tu libro.
A Chiara le parecía demasiado bueno para ser cierto. Su tía posaría estaba por fin totalmente dispuesta a recibirla como de la familia.
Pero entonces, como una botella de vino todavía sin descorchar que tiene muy buen aspecto por fuera, Rosaria la abrió y Chiara olió la primera vaharada a podredumbre.
—Pero lo que hay entre Paolo y tú —dijo en voz baja— sabes que nunca podrá funcionar.
—¿Qué? ¿Por qué? —Chiara estaba confundida.
—No te acerques a él, es lo único que te digo.
Chiara alzó la voz a su pesar.
—Vi a Marco en Roma. Me prometió que no era mi padre —dijo.
Giovanni dejó otro plato de pastelillos en la mesa, pero Rosaria estaba demasiado distraída para verlo.
—¿Viste a Marco? —dijo rápidamente—. ¿Te preguntó por mí?
Chiara decidió que era un buen momento para desviarse de la verdad.
—Sí, por supuesto. Le dije que a ti y a Paolo os iba bien.
La mano de Rosaria descendió automáticamente hacia el cornetto y se posó cómodamente encima de él.
—¿Cómo estaba? —preguntó.
—Oh, bien, supongo. —Chiara no sabía qué más decir.
—A veces pienso en ir a su club para verlo en persona.
—Pues tal vez deberías hacerlo —dijo Chiara con cautela. Rosaria soltó el cornetto. Cuando estuviera más delgada y tuviera el dinero de los turistas en los bolsillos, sería el momento de ir a Roma.
—Sí, tal vez —meditó—. Pero mientras tanto, ten cuidado con Paolo. Todavía no está nada claro que no seáis hermanos, por mucho que te lo haya dicho Marco. Cuando vaya a Roma llegaré al fondo de todo este asunto, te lo prometo. Pero hasta entonces será mejor que te alejes de mi hijo, ¿vale? —El tono de Rosaria era como un perfume. Bajo una capa de cordialidad subyacía un tono de amenaza. Era una mujer a la que costaba tomarle aprecio; Chiara se preguntó cómo la había tratado su madre. ¿Era mejor luchar contra ella o rendirse?
—Marco parecía bastante seguro de no ser mi padre y yo le creí —dijo a modo de prueba, y al ver el ceño fruncido que empezaba a formarse en la cara de Rosaria, añadió apresuradamente—: Pero Paolo y yo no nos precipitaremos, te lo prometo. Esperaremos hasta estar seguros. Aun así, tienes que entender que es alguien muy especial para mí. Se ha portado de maravilla conmigo.
Rosaria se quedó pensativa y su rostro sufrió un cambio. Toda su dureza parecía haber desaparecido.
—Mi Paolo es maravilloso —dijo con suavidad—. Es todo lo que tengo.
Al otro lado de la máquina de café Gaggia estaba teniendo lugar una pequeña discusión. Franco había estado observando cómo su hijo hablaba con Chiara y le pareció que ella se había enfadado.
—¿Qué le has dicho a esa chica? —gritó a Giovanni por encima del ruido del molinillo de café.
—Nada, papá.
—Quedamos en que no nos meteríamos en los asuntos de esa familia, ¿no es así? En que dejaríamos que las cosas siguieran su curso natural.
—Sí, papá —admitió Giovanni—. Pero hasta ahora ha habido mucho dolor y muchos problemas. Y no quiero que siga habiéndolos.
Franco miró a la chica con el pelo de punta y el rostro sincero que estaba entablando una conversación con Rosaria.
—La última vez que interviniste no ayudaste a Maria Domenica, ¿verdad? Lo único que conseguiste es que se marchara lejos y que no la volviéramos a ver nunca más. Deja a su hija en paz, ¿quieres? Parece una chica lista. Ya verás como las cosas se arreglan.