9
María Hanson seguía dando clases en la Escuela Real del Saber y las personas le preguntaban por Axel Branford todos los días, con la esperanza de que un día él la visitara. A esas alturas las personas celebrarían incluso la visita del doble, aunque supieran que se trataba del doble. Como los días pasaban sin que les contaran ningún encuentro amoroso, y como cada día María hablaba menos de Axel Branford, un día Kenny Penwood, la más atrevida de las chicas de Andreanne, decidió preguntarle en medio del salón abarrotado:
—María, ¿sigues andando con Axel?
Todo lo que aquel salón estuviera haciendo se interrumpió en ese instante. Un silencio sepulcral invadió el recinto y toda la atención se concentró en la respuesta.
María suspiró.
—No sé cómo eso puede ser relevante para nuestra clase, Kenny.
—¡Ay, admítelo! Él terminó contigo, ¿no? ¡Puedes decirnos, María! Los hombres son así.
María apretó los dientes e inspiró hondo, antes de responder con una voz forzadamente calmada:
—En realidad, quien está terminando con alguien hoy soy yo, Kenny. ¡Por favor, recoge tus cosas y sal!
Kenny quedó conmocionada. En realidad, todo el grupo. Nadie se esperaba aquella reacción de una profesora tan dulce y comprensiva como María Hanson.
—¡Pero… yo no hice nada! ¿Sólo porque te pregunté de tus asuntos con el príncipe?
María suspiró y cerró los ojos, con impaciencia. Cuando los abrió dijo:
—Mi vida personal es mi vida. Y ya está bastante atribulada para aún tener que preocuparme por dar explicaciones a quien no puede ni quiere ayudar. ¡Además, me gustaría recordarte que ya no soy una compañera de clase, con quien pueden hablar con ese tono y con esa intimidad! Ahora soy una profesora de la Escuela Real del Saber, que se encuentra aquí gracias a la confianza del profesor Sabino von Fígaro.
Kenny seguí conmocionada y boquiabierta.
—Yo no le pregunto a nadie de ustedes cuál es el nombre de sus romances de la semana ni exijo saber nada que ustedes mismos no me quieran confiar sobre sus propias vidas. A partir de hoy, consideraré una falta de respeto y una ofensa de todos los presentes que pregunten o exijan saber algo sobre mí.
La clase seguía en silencio. Sólo silencio.
—Ahora nos concentraremos en el pretérito pluscuamperfecto de la lengua altiva.
Ante el silencio y con la mirada baja, Kenny Penwood juntó sus cosas y se retiró sin que nadie la mirara a los ojos. Como fondo, sólo el sonido de los pesados cuadernos en forma de gruesos libros sin letras que eran abiertos y hojeados.
Nadie en aquel grupo se atrevió nunca más a preguntarle algo personal a su profesora.